“Algo quema”. La historia también existe

Cine
Publicado el 28/10/2018 a las 0h00
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Mauricio Souza crespo

Crítico

1. Hay algo atractivo y triste en la resurrección de estos pedazos: filmaciones caseras, entrevistas y noticieros de época, actos oficiales registrados en video, grabaciones de audio encontradas en un cajón. A través de ellos, se nos invita a asistir a uno de los viejos rituales de la intimidad genealógica: una familia recupera, ordena y comenta su álbum de fotos.

 

2. Lenta y confusamente —y sin otra contextualización que esa aura de frágil y perfecta autenticidad que tienen las cosas que se desintegran— va naciendo de los materiales reunidos la que parece ser una historia: la de Alfredo Ovando Candia (1918-1982), varias veces presidente de facto de Bolivia. Y la de su familia.

 

3. Pero ni el personaje alrededor del que se organizan estos recuerdos ni los hechos aludidos en su recuperación biográfica corresponden a un misterioso pasado a la espera de rescate: corresponden a una figura (Ovando) y a una historia (la de Bolivia entre 1964 y 1982) sobre las que abundan datos, palabras, comprobaciones, imágenes, análisis, retratos, textos. Si compleja, la historia de Ovando en esos años no lo es por falta de información: lo es por exceso.

 

4. “Algo quema” (2018) de Mauricio Ovando es al menos dos películas: la primera es un ensayo documental concebido desde una rutinaria epifanía de escuela de cine: “La memoria es una construcción frágil, siempre incompleta, contradictoria, fragmentaria y ambigua”. En la segunda, vemos cómo ese cansado lugar común de la teoría contemporánea se ocupa de una historia —la de Ovando— sobre la que hay mucha información nada contradictoria y nada frágil.

 

5. Es imposible reprimir la sensación de que aquí se ha adoptado una forma poco adecuada a sus materiales: y es que quizá a veces nuestra memoria sea incompleta y fragmentaria y borrosa no porque sea un “constructo atravesado por los fantasmas del tiempo y del deseo” sino simplemente porque no nos tomamos el trabajo de informarnos mejor.

 

6. Otra posible lectura, más generosa, del documental de Mauricio Ovando buscaría pensarlo como un retrato que se desentiende, a propósito, de la historia y de la política para ocuparse, más bien, de una revelación sentimental: el descubrimiento de que un familiar querido —que conocemos directamente o del que nos han hablado toda una vida— no coincide, moralmente, con su actuación pública. En la película, esa disonancia es la que enfrenta al Ovando “gran padre de familia y abuelo cariñoso” con el irremediable rumor de sus crímenes.

 

7. No se debería olvidar que poblaciones enteras han pasado por esto: el largo proceso de hacer las paces, críticamente, con el pasado criminal de sus ancestros. En Bolivia, estos ejercicios éticos y políticos de la memoria son infrecuentes, acaso por una ambigüedad un tanto escandalosa: se siente orgullo filial por la fama del ancestro que ocupó cargos de poder, al mismo tiempo que se dice rechazar lo que ese ancestro hizo en esos cargos de poder. (El tipo de contradicción de quien condena el pongueaje pero está muy orgulloso de su abuelo latifundista).

 

8. Pero si de hacer las paces se tratara, el primer paso sería averiguar bien la historia; y, luego, recordar algo simple, aprendido con suerte en la infancia: no somos responsables de los crímenes de nuestros ancestros (y tampoco de sus virtudes). Porque si no, acabamos como en Algo quema. Es decir, con una historia política —la de Ovando— reducida al mínimo escolar necesario. A saber, que fue responsable de la Masacre de San Juan y de la muerte del Che y del exterminio de los guerrilleros de Teoponte (afirmaciones que, en dos de los tres casos, son sólo parcialmente ciertas). Simplificación de la historia que invita a varias otras, en la forma por lo general de bochornosas excusas familiares (ya escuchadas en tantos documentales sobre crímenes de lesa humanidad): “El Ejército se vio obligado a derrocar al Gobierno”, “él no sabía nada: fueron los subordinados”, “él no dio la orden”, “él se opuso a la ejecución”, “él cumplía con su deber”, etc.

 

9. Se podría concluir, citando a un ensayista de la época, que “esta suerte de provincialismo explicativo es excusable en cierto modo por cuanto corresponde a cierta desgraciada manera que tienen las cosas públicas de ser discutidas en este país”. Esa “desgraciada manera” entiende la historia como un asunto de personajes y personalidades, de sus actos morales o inmorales, de sus vicios y virtudes.

 

10. Más allá de si era buen padre y ejemplar abuelo, Ovando podría haber sido sin duda un objeto ensayístico-documental perfecto. Para empezar, en tanto “representación del verdadero Ejército de Bolivia con su doble tradición de matanzas obreras y campesinas y de exabruptos nacionalistas” (en palabras del ensayista ya citado). Militar central dentro del MNR y su revolución, parte decisiva del golpe de Estado de noviembre de 1964 que derrocó a Paz Estenssoro, Ovando pasó a la historia como uno de los articuladores de lo que Sergio Almaraz llamó en 1968 “el sistema de mayo” (un cóctel de corrupción sistemática y abierta, entrega del Gobierno a los norteamericanos y masacres a diestra y siniestra; sistema vigente entre 1965 y 1967 y que volvió con Banzer en 1971). Ese Ovando fue el mismo que luego permitió la nacionalización de la Gulf mientras presidía el exterminio de los guerrilleros de Teoponte (aunque estos últimos fueron, en buena medida, víctimas de su propia estupidez).

 

11. ¿Qué aprendemos, en cambio, de “Algo quema”? No mucho. Diría que tres cosas: a) que la memoria, sobre todo sin ayuda de una investigación mínima o algo de información, es bastante frágil y fantasmal; b) que a Ovando sus hijos lo querían mucho, y c) que los nietos están algo conflictuados con el legado del abuelo.

 

12. En su crónica y denuncia de las masacres de mayo de 1965, René Zavaleta Mercado, que tenía entonces 28 años y escribía desde el exilio en Montevideo, dijo esto de Ovando: “Con el aire borroso y abrumado que le es característico, el general es aficionado a decir cosas sencillas con gestos enigmáticos”. Se puede decir algo parecido de esta película: una estética borrosa y de gestos deliberadamente enigmáticos es puesta al servicio de simplificaciones.

Mauricio Souza crespo

Crítico

1. Hay algo atractivo y triste en la resurrección de estos pedazos: filmaciones caseras, entrevistas y noticieros de época, actos oficiales registrados en video, grabaciones de audio encontradas en un cajón. A través de ellos, se nos invita a asistir a uno de los viejos rituales de la intimidad genealógica: una familia recupera, ordena y comenta su álbum de fotos.

 

2. Lenta y confusamente —y sin otra contextualización que esa aura de frágil y perfecta autenticidad que tienen las cosas que se desintegran— va naciendo de los materiales reunidos la que parece ser una historia: la de Alfredo Ovando Candia (1918-1982), varias veces presidente de facto de Bolivia. Y la de su familia.

 

3. Pero ni el personaje alrededor del que se organizan estos recuerdos ni los hechos aludidos en su recuperación biográfica corresponden a un misterioso pasado a la espera de rescate: corresponden a una figura (Ovando) y a una historia (la de Bolivia entre 1964 y 1982) sobre las que abundan datos, palabras, comprobaciones, imágenes, análisis, retratos, textos. Si compleja, la historia de Ovando en esos años no lo es por falta de información: lo es por exceso.

 

4. “Algo quema” (2018) de Mauricio Ovando es al menos dos películas: la primera es un ensayo documental concebido desde una rutinaria epifanía de escuela de cine: “La memoria es una construcción frágil, siempre incompleta, contradictoria, fragmentaria y ambigua”. En la segunda, vemos cómo ese cansado lugar común de la teoría contemporánea se ocupa de una historia —la de Ovando— sobre la que hay mucha información nada contradictoria y nada frágil.

 

5. Es imposible reprimir la sensación de que aquí se ha adoptado una forma poco adecuada a sus materiales: y es que quizá a veces nuestra memoria sea incompleta y fragmentaria y borrosa no porque sea un “constructo atravesado por los fantasmas del tiempo y del deseo” sino simplemente porque no nos tomamos el trabajo de informarnos mejor.

 

6. Otra posible lectura, más generosa, del documental de Mauricio Ovando buscaría pensarlo como un retrato que se desentiende, a propósito, de la historia y de la política para ocuparse, más bien, de una revelación sentimental: el descubrimiento de que un familiar querido —que conocemos directamente o del que nos han hablado toda una vida— no coincide, moralmente, con su actuación pública. En la película, esa disonancia es la que enfrenta al Ovando “gran padre de familia y abuelo cariñoso” con el irremediable rumor de sus crímenes.

 

7. No se debería olvidar que poblaciones enteras han pasado por esto: el largo proceso de hacer las paces, críticamente, con el pasado criminal de sus ancestros. En Bolivia, estos ejercicios éticos y políticos de la memoria son infrecuentes, acaso por una ambigüedad un tanto escandalosa: se siente orgullo filial por la fama del ancestro que ocupó cargos de poder, al mismo tiempo que se dice rechazar lo que ese ancestro hizo en esos cargos de poder. (El tipo de contradicción de quien condena el pongueaje pero está muy orgulloso de su abuelo latifundista).

 

8. Pero si de hacer las paces se tratara, el primer paso sería averiguar bien la historia; y, luego, recordar algo simple, aprendido con suerte en la infancia: no somos responsables de los crímenes de nuestros ancestros (y tampoco de sus virtudes). Porque si no, acabamos como en Algo quema. Es decir, con una historia política —la de Ovando— reducida al mínimo escolar necesario. A saber, que fue responsable de la Masacre de San Juan y de la muerte del Che y del exterminio de los guerrilleros de Teoponte (afirmaciones que, en dos de los tres casos, son sólo parcialmente ciertas). Simplificación de la historia que invita a varias otras, en la forma por lo general de bochornosas excusas familiares (ya escuchadas en tantos documentales sobre crímenes de lesa humanidad): “El Ejército se vio obligado a derrocar al Gobierno”, “él no sabía nada: fueron los subordinados”, “él no dio la orden”, “él se opuso a la ejecución”, “él cumplía con su deber”, etc.

 

9. Se podría concluir, citando a un ensayista de la época, que “esta suerte de provincialismo explicativo es excusable en cierto modo por cuanto corresponde a cierta desgraciada manera que tienen las cosas públicas de ser discutidas en este país”. Esa “desgraciada manera” entiende la historia como un asunto de personajes y personalidades, de sus actos morales o inmorales, de sus vicios y virtudes.

 

10. Más allá de si era buen padre y ejemplar abuelo, Ovando podría haber sido sin duda un objeto ensayístico-documental perfecto. Para empezar, en tanto “representación del verdadero Ejército de Bolivia con su doble tradición de matanzas obreras y campesinas y de exabruptos nacionalistas” (en palabras del ensayista ya citado). Militar central dentro del MNR y su revolución, parte decisiva del golpe de Estado de noviembre de 1964 que derrocó a Paz Estenssoro, Ovando pasó a la historia como uno de los articuladores de lo que Sergio Almaraz llamó en 1968 “el sistema de mayo” (un cóctel de corrupción sistemática y abierta, entrega del Gobierno a los norteamericanos y masacres a diestra y siniestra; sistema vigente entre 1965 y 1967 y que volvió con Banzer en 1971). Ese Ovando fue el mismo que luego permitió la nacionalización de la Gulf mientras presidía el exterminio de los guerrilleros de Teoponte (aunque estos últimos fueron, en buena medida, víctimas de su propia estupidez).

 

11. ¿Qué aprendemos, en cambio, de “Algo quema”? No mucho. Diría que tres cosas: a) que la memoria, sobre todo sin ayuda de una investigación mínima o algo de información, es bastante frágil y fantasmal; b) que a Ovando sus hijos lo querían mucho, y c) que los nietos están algo conflictuados con el legado del abuelo.

 

12. En su crónica y denuncia de las masacres de mayo de 1965, René Zavaleta Mercado, que tenía entonces 28 años y escribía desde el exilio en Montevideo, dijo esto de Ovando: “Con el aire borroso y abrumado que le es característico, el general es aficionado a decir cosas sencillas con gestos enigmáticos”. Se puede decir algo parecido de esta película: una estética borrosa y de gestos deliberadamente enigmáticos es puesta al servicio de simplificaciones.

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