Pequeños satélites y grandes datos: se calienta la carrera espacial comercial

Tecnología
Publicado el 07/02/2018 a las 0h12
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Jamie Smyth

A Peter Beck siempre le ha fascinado el espacio. Cuando era adolescente construía sus propios cohetes, atándolos a bicicletas y otros vehículos en experimentos que a veces resultaban espeluznantes. Pero su amor por la ingeniería rindió frutos el domingo cuando Rocket Lab puso en órbita tres satélites pequeños desde una plataforma de lanzamiento privada en una granja de ovejas de 8.000 acres en la zona rural de Nueva Zelanda, una “primicia mundial” que algunos piensan que podría revolucionar la industria espacial.

“Nuestro cohete es una de las herramientas que permite mucho más acceso al espacio. Permitirá que sucedan cosas realmente interesantes que tendrán un efecto importante en la humanidad”, dice Beck, un ingeniero de 40 años con un entusiasmo desbordante. “Estás presenciando la democratización del espacio. El espacio se está transformando de un dominio dominado por los gobiernos a un dominio comercial”.

Rocket Lab es parte de una oleada de innovadores que impulsa una nueva carrera espacial. Pero a diferencia de la versión de la guerra fría del siglo XX entre las superpotencias, se enfoca en el desarrollo de tecnologías comerciales en lugar de militares. Los consumidores se han beneficiado durante años de las señales de Internet, televisión y navegación GPS desde el espacio, pero los avances en la tecnología satelital están impulsando una gran cantidad de servicios, desde el seguimiento de envíos comerciales hasta el monitoreo de cultivos, ganado y contaminación.

La carrera la impulsa una nueva generación de satélites en miniatura, los denominados nanosatélites o CubeSats, los cuales generalmente no son más grandes que una caja de zapatos, más baratos de construir y más fáciles de desplegar que las versiones tradicionales que tienen el tamaño de un autobús. La capacidad para extraer grandes cantidades de datos, la disminución de los costos de acceso al espacio debido a la innovación en la construcción de cohetes y una oleada de inversiones de multimillonarios, como Elon Musk de Tesla, Jeff Bezos de Amazon y Richard Branson de Virgin, y más recientemente capitalistas de riesgo, se combinan para darle impulso a la industria.

Bank of America Merrill Lynch (BoAML) estima que el mercado espacial — que abarca desde la fabricación y el uso de la infraestructura hasta las aplicaciones habilitadas para su uso en el espacio, como teléfonos satelitales y servicios meteorológicos— tiene un valor de $us 339 mil millones. Pronostica que esto se multiplicará por ocho debido al auge en el despliegue de satélites, en los servicios auxiliares y en las capacidades de lanzamiento para el año 2045 hasta la cifra de $us 2,7 billones y producirá “más avances en las próximas décadas que a lo largo de toda la historia de la humanidad”. Los inversionistas canalizaron $us 2,8 mil millones en empresas “startup” espaciales en 2016, una cifra récord por segundo año consecutivo en un sector donde los gobiernos y sus ejércitos continúan siendo los que más gastan.

EEUU, que perdió interés temporalmente en el espacio después de que finalizara su programa de transbordadores en 2011, podría estar listo para retomar la vanguardia. En diciembre, el presidente Donald Trump le pidió a la NASA que enviara estadounidenses a la luna por primera vez desde 1972 y que se preparara para los viajes a Marte. Pero los expertos advierten que la falta de un calendario específico o de detalles de financiamiento implica que el anuncio debe tratarse con cautela.

Las oportunidades comerciales están tentando a nuevos países a unirse a la competencia. En 2016, Nueva Zelanda estableció una agencia espacial y el mes pasado entró en vigor una legislación que establece un marco regulatorio para fomentar las empresas espaciales. Australia, uno de los dos países de la OCDE que no cuentan con una agencia espacial, junto con Islandia, establecerá la suya en marzo.

“Australia no puede permitirse quedarse atrás”, comenta Brad Tucker, un astrofísico de la Universidad Nacional Australiana. “Casi todos los aspectos de nuestras vidas modernas dependen de la infraestructura satelital y eso nos hace muy dependientes de la infraestructura espacial de otros países”.

En un parque industrial en las afueras de Adelaida, la científica espacial italiana Flavia Tata Nardini —quien trabajó anteriormente en la Agencia Espacial Europea— espera que Fleet Space Technology, la compañía que cofundó con el ingeniero aeroespacial Matthew Tetlow, pueda poner a Australia a la vanguardia de la industria de los nanosatélites. Fleet planea poner en órbita 100 nanosatélites para proporcionar conectividad a Internet a millones de dispositivos sensoriales ubicados en lugares remotos de la Tierra. Está dirigido a las industrias minera, petrolera y agrícola, que están empezando a desplegar una gran cantidad de sensores para recopilar datos que luego pueden extraerse para mejorar la eficiencia.

En el pasado, sólo las compañías multimillonarias como Boeing, Lockheed Martin —uno de los contratistas de defensa más grandes del mundo— y Orbital Sciences Corporation podían construir y lanzar los satélites. Hoy, las empresas “startup” e incluso las universidades están desarrollándolos y poniéndolos en órbita.

En noviembre, UNSW Canberra, una institución australiana enfocada en la defensa, lanzó su primer CubeSat, para ayudar a predecir la órbita de la basura espacial, los satélites en desuso y otros residuos. Hasta la fecha, se han lanzado al espacio casi 900 nanosatélites y 560 siguen en órbita, según la base de datos en línea Nanosats.eu.

Planet Labs, una compañía de San Francisco fundada en 2010 por tres excientíficos de la NASA, es propietaria de uno de los satélites que Rocket Labs puso en órbita el domingo pasado. En febrero, lanzó 88 de sus nanosatélites Dove en un solo cohete, la mayor constelación que haya sido puesta en órbita en un solo lanzamiento.

La compañía californiana ahora tiene una red de 149 satélites que captura imágenes de la superficie de la Tierra todos los días. El Gobierno de EEUU  y las agencias humanitarias la usaron para mapear el impacto letal de los huracanes en Florida, Puerto Rico y Texas el año pasado. En Nueva Zelanda, los grupos de agricultores están utilizando la tecnología para estimar la cobertura de los pastos para orientar mejor al ganado hacia el pastoreo.

Spire, una compañía satelital con sede en San Francisco, compró dos espacios para sus dispositivos de imágenes terrestres en el lanzamiento del domingo. El precio que Rocket Lab cobra por lanzamiento comienza desde aproximadamente $us 100.000 por un nanosatélite, pero los precios varían según las cargas útiles que transportan y el peso total.

“Llegar al espacio es el mayor cuello de botella que enfrentamos”, dice Jenny Barna, directora de lanzamiento de Spire. “Siempre hay un atraso en la comunidad estadounidense de CubeSat. Si Rocket Lab puede hacer lo que afirma, sería un cambio radical para la industria de los pequeños satélites”.

Los nanosatélites se lanzan a la órbita terrestre baja entre 500 y 2.000 kilómetros sobre la Tierra y muy por debajo de la altitud “geoestacionaria” de 36.000 kilómetros de los satélites de comunicaciones más grandes. Esto significa que generalmente se salen de órbita y se queman en la atmósfera en un período de dos o tres años, por lo que requieren reemplazos regulares y lanzamientos frecuentes. Pero poner cohetes en órbita es un proceso complicado, costoso y arriesgado.

Bessemer, una de las compañías de capital de riesgo más antiguas del mundo, fue una de las primeras en adoptar la industria espacial. Y también fue una de las primeras en ganar dinero de un sector que requiere una importante inversión inicial y paciencia para permitirles a las empresas generar ingresos. En 2014, Bessemer vendió sus inversiones de SkyBox, una compañía de imágenes satelitales adquirida por Google por $us 500 millones, para enfocarse en el potencial del espacio.

“Ése fue un momento decisivo para la industria. La salida atrajo mucha atención de la comunidad de capital de riesgo y les dio confianza a los socios en la industria espacial”, dice Cowan. “Hasta ese momento mucha gente pensaba que estábamos locos por invertir en el sector”.

Richard Rocket, su verdadero nombre, cofundador de la compañía de investigación NewSpace Global, dice que lo que más frena la industria es el acceso, y no el precio. Dice que hay alrededor de 50 compañías en todo el mundo que están intentando construir cohetes específicamente para satélites pequeños. Y pronosticó: “Habrá muchos clientes de todas partes que deseen acceder al espacio”.

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