García Lorca y la tauromaquia
Jorge Ayala Zelada (*)
Federico García Lorca no creía en l’ art pour l’ art. El mismo Stéphane Mallarmé que defendió la creación verbal pura quedó desilusionado de esa búsqueda estéril y escribió: El alma está triste, ¡ay! y he leído todos los libros. Huir, huir donde se oye el grito de las gaviotas en medio de la espuma. Los mejores poemas de Mallarmé son, paradójicamente, aquellos que escribió al retornó de ese viaje lúdico de las palabras ajenas a la emoción o a una experiencia vital.
En una entrevista concedida en junio de 1936, sólo dos meses antes de su trágica muerte en Granada, García Lorca afirmó: Ningún hombre verdadero cree ya en esta zarandaja del arte puro, arte por el arte mismo.
El poeta granadino ejerció el arte lúdico y apasionado de las palabras que le permitieron crear imágenes imperecederas y así expresó su solidaridad con el dolor del pueblo español sometido por la Guardia Civil y las tenebrosas falanges del franquismo. Aquel credo estético y esta solidaridad social explican su ansia por comunicarse con los demás por medio de la composición de obras de teatro, género al que consagró, según él mismo afirma, toda su sensibilidad, incluso depurando el lenguaje lírico de sus poemas anteriores para lograr mayor sobriedad, precisión y eficacia. Sin embargo, el vate fue un gran admirador de las corridas de toros que le parecían un espectáculo de alto valor estético y de gran rigor artístico, que concluye con la muerte de un acosado y fornido bóvido que se desangra en medio de los vítores de un público delirante que considera al matador poco menos que un héroe.
García Lorca dijo: El toreo es, probablemente, la riqueza poética y vital mayor de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que la fiesta de los toros es la más culta que hay hoy en el mundo. Es el drama puro en el cual el español derrama sus mejores lágrimas y sus mejores bilis. Es el único sitio a donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza.
Francisco de Goya pintó el cruel espectáculo de hombres que de manera arriesgada y elegante asesinaban desventurados toros entre las aclamaciones de un público ebrio de sangre.
Al escuchar aquellas palabras del dramaturgo español sólo queda dar la razón a Sócrates quien, según refiere Rubén Carrasco, afirmó que: los poetas no saben lo que dicen.
La visión lorquiana celebra la crueldad artística desplegada en memorables tardes de sol en plazas y palenques y defiende el espectáculo que se desarrolla en un artístico torneo que termina con el retiro del cadáver desagrado de un toro de lidia arrastrado y cuyas orejas son entregadas como un trofeo al matador. Siente García Lorca respeto por el bóvido, mas no compasión y expresa su profundo pesar por la suerte de su amigo Ignacio Sánchez Mejías quien sufrió la herida mortal causada por el pitón de un asta feliz en un torneo taurino a las cinco de la tarde de un día de 1934.
Ya en 1820 John Keats comprendió que el poeta no está obligado a transmitir un mensaje filosófico ni menos una doctrina moral, ni siquiera a exhibir una peculiar habilidad lingüística o verbal, sino ante todo, como bien hace notar José María Valverde, a olvidarse de sí mismo y tener la capacidad de sumergirse en las cosas, los paisajes y las circunstancias de la vida para transmutarlas en poemas mediante la palabra escrita.
“Es el drama puro en el cual el español derrama sus mejores lágrimas y sus mejores bilis. Es el único sitio a donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza.”
(*) El autor es escritor y miembro del PEN-Bolivia, Cochabamba.