Fiesta de vida en un ritual de muerte
El sol está en la cúspide y a orillas del río de La Angostura se ven enjambres negros. Lavan sacos de ropa, zapatos y mantas entre las aguas turbias del caudal. Muy cerca de ellos están camioneros y taxistas, removiendo el lodo de sus vehículos y hasta pandillas de niños nadando en el agua encrespada y helada. Pero nada perturba su faena. Están inmersos en el lavatorio, un ritual ancestral, para despedir al alma.
Era miércoles en La Angostura. Tres días antes la muerte llegó a la familia Brito Villavicencio. Un ataque cardiaco les arrebató a Carlos Brito. Tenía 39 años. Estaba en la fiesta de un santo, cuando sufrió el infarto, allá en una casa de Alto Cochabamba, dice su hermano. “Hace tiempo que le dolía el corazón, tenía punzadas, pero...”.
Como era ya el tercer día, los dolientes habían empacado la ropa del difunto y llegaron al río. En el paraje todos toman una prenda y la deslizan en el agua. Es inevitable recordar al alma mientras refriegan la camisa, el pantalón y los zapatos favoritos del fallecido. Sus allegados recuerdan la vez que lo vieron con esa ropa y dicen casi a coro: “¡Qué alegre era!”.
El alma necesita comer y beber para hacer su viaje al más allá. La viuda tiene listo el platillo favorito del difunto. Con ayuda de sus parientes, arma un “mast’aku” (tendido para los fallecidos) en una pequeña choza de piedra, ladrillos, adobe y ramas de eucalipto y molle. Dentro, colocan la comida, con una tutuma de chicha y hojas de coca.
Cuando la melancolía llena todo, el más veterano del grupo toma a la viuda y la arroja al río. El chapuzón rompe la tristeza. Es necesario para que se vayan las penas. Siguen los hijos y hermanos. Ataviados de negro, luchan contra la corriente dejando por un momento el llanto para sobreponerse y volver a la orilla. Los esperan sus parientes. Son casi una veintena dispuestos a continuar con la tradición del lavatorio.
Como la viuda de Carlos Brito y sus cuatro hijos de 8, 11, 12 y 14 años, otras tres familias repiten el ritual muy cerca. La Angostura es uno de los lugares más concurridos por los dolientes debido a la corriente, su bosquecillo y sus riscos para asolear la ropa. El sol decae y los dolientes hacen una montaña con las prendas secas. Entonces, dejan que la gente que los acompañó en el duelo se lleve la mejor vestimenta.
Con lo que queda, se enciende una fogata, todos hacen una ronda alrededor y las lágrimas invaden a las mujeres. Sólo quedan cenizas, el sol se esconde y los dolientes se refugian en el alcohol, para volver a llamar a los recuerdos.
Los hermanos hacen un pacto para ayudar a la viuda en la crianza de los hijos y están agradecidos porque conservará el trabajo del esposo, por decisión del alcalde, Gonzalo Terceros, para quien Carlos Brito trabajó como chofer algunas temporadas. Su destreza en el volante y su voluntad hicieron que una vez sea el chofer del presidente, Evo Morales, un episodio memorable para la familia.
CARACTERÍSTICAS
El lavatorio es un ritual que se ve a diario en los ríos de La Angostura, La Tamborada y Rocha. Se realiza según la tradición oral, pero también hay personas que guían a los dolientes a cambio de una colaboración.
Cada día, hay entre cinco y 10 entierros en el Cementerio General. El rito está enraizado entre las familias con ascendencia quechua o aymara. Sin embargo, los lugares para cumplirlo son cada vez menos o inseguros, según evidencian las dolientes de La Angostura.
Según la tradición, en La Paz se acostumbraba jugar a la taba (juego ancestral que consta de un hueso) antes del lavatorio. En Cochabamba se practicaba la rayuela antes y después del rito. En ambos casos, se suele invitar comida antes del lavatorio.
Hay dolientes que prefieren quemar toda la ropa del difunto; otros la regalan.