Al desnudo
Por milésima vez esta semana he leído otra acusación de una autoridad gubernamental que acusa a alguien en la Cámara de Industria de “hacer política”. Si, así. Y punto. De “hacer política”. Las autoridades gubernamentales necesitan urgentemente desempolvar los clásicos y, por qué no, los modernos también porque no van a encontrar un solo libro, documento, pacto o tratado que diga que en democracia a los ciudadanos no se les permite “hacer política”. Más aún, la teoría del contrato social le asigna al Estado el monopolio del uso de la fuerza, no de la política.
¡Cuántas cosas podríamos listar que están incorrectas en este comportamiento! Primero, aparentemente el oficialismo en serio cree que solamente el oficialismo puede “hacer política”, porque las inauguraciones de obras, la búsqueda de agua en helicóptero, las gigantografías en las calles (con dinero público) eso señores, los discursos para toda ocasión, es hacer política. Segundo, porque en un intento por descalificar cualquier postura crítica real o imaginada, la política oficialista (léase “receta”) parece ser “apunte firmemente con el dedo y acuse de hacer política”, como si fuera algo incorrecto.
Muchas personas me han dicho que esto no me debería molestar tanto. Mi respuesta es: ¿cómo es posible que no te moleste a ti? ¿A todos? A cada uno de los ciudadanos y ciudadanas bolivianas que nos deberíamos sentir insultados y ofendidos ante la implicación de que al disentir, al emitir opinión, al ejercer la libertad de expresión, de asociación, de que al ejercer nuestros derechos ciudadanos estamos haciendo algo incorrecto. Sin hacer política no se llega a función de gobierno, pero sin hacer política tampoco se consiguen cambios, no se demandan derechos, no se defienden libertades, no se recuperan democracias. La política puede hacer tanto bien como mal y es mi derecho, tu derecho, nuestro derecho su derecho –si así lo queremos– hacerla, practicarla, promoverla, expresarla. Ni los clásicos ni los modernos dicen que nuestro único derecho político es votar, que en Bolivia no cuenta tanto como derecho porque es obligación.
Debería molestarnos a todos que la Constitución se vulnera alegremente para “defender el derecho” de un ciudadano a hacer política y ser candidato, pero el mismo derecho de los otros 10 millones puede vulnerarse también alegremente y con receta. Debería molestarnos que poco a poco nos están despojando de derechos y protecciones que nos corresponden como ciudadanos según la Constitución, los tratados internacionales y otros misceláneos que nos respaldan. Debemos rebelarnos ante las implicaciones de que nuestros derechos ciudadanos, nuestros derechos civiles y políticos podrían ser discutibles, que no estén debidamente respaldados y garantizados.
Referendos que se ignoran por inconvenientes, independencia judicial que se desvanece, libertad de expresión que se pretende descalificar porque ese derecho no le corresponde a todos, sentencias judiciales que ignoran la Constitución, ataques a organizaciones y miembros de la sociedad civil por su disensión o postura crítica son signos de una democracia de exclusión, no de inclusión. Como en un juego de strip póker que vamos perdiendo nos están despojando de nuestros derechos civiles y estamos quedando así, ciudadanos al desnudo.
La autora es socióloga, Ph.D. en Ciencia Política. Coordinadora de Investigación Social en Ciudadanía.
Columnas de VIVIAN SCHWARZ-BLUM