¿Y el debate de las propuestas electorales?
Debido precisamente a la emergencia sanitaria y a sus desastrosos efectos sociales y económicos, el análisis de las propuestas electorales de los distintos candidatos debiera alcanzar, en la perspectiva de las próximas elecciones generales, una relevancia especialmente alta y, sin embargo, los hechos parecen demostrar que no será así.
¿Por qué?, pues porque aproximadamente una cuarta parte del país, según las últimas encuestas, está identificada plenamente con el MAS y votaría militantemente por su candidato, independientemente de las limitaciones que éste pudiera tener y de las debilidades de su plan de gobierno, si tuviera alguno. Y también porque el resto de la población, bastante más numeroso, tiene atomizada su intención entre votar por ninguno y las varias candidaturas interesadas en aprovechar el contexto actual.
Ante la aparente incapacidad para alcanzar algún tipo de consenso por parte de éstas, quedaría nuevamente en manos de ese electorado la decisión de concentrar el voto contrario al MAS en aquél con mayor posibilidad de vencerlo, dejando relegado nuevamente un aspecto fundamental del ejercicio democrático: el análisis de la calidad de los planes de gobierno propuestos y de la capacidad de los candidatos para ejecutarlos.
La calidad está referida por ejemplo a la claridad y pertinencia de las políticas públicas propuestas y de su nivel de coherencia entre ellas, mientras que la capacidad se enfoca en el nivel de formación ético y profesional del candidato y de sus principales colaboradores. Es lamentable pero también comprensible, que el énfasis electoral no vaya a estar abocado a explorar esos aspectos.
¿Cómo se explica que Evo Morales, poseedor de una formación limitada, hubiera podido construir en torno a su persona un instrumento político de espectro tan amplio y generar tan alto nivel de adhesión entre tantos? Considerando que dentro de su instrumento político conviven de manera más o menos armoniosa grupos de interés conceptualmente tan dispares, y con objetivos tan diferentes, como marxistas y narcotraficantes, por ejemplo, el haber mantenido un mínimo de cohesión interna pareciera un logro digno de ser destacado.
La explicación es más bien sencilla y es el resultado de uno de los pocos elementos rescatables de la gestión del MAS, en términos de efectividad, referido a su sistemático y cuasi religioso intento de mitificar a Evo Morales, destinando literalmente miles de millones de dólares del Tesoro Público boliviano para ese fin –dinero que bien podría haber servido para fortalecer el endeble sistema público de salud tan necesario ahora.
Si deificar a Fidel y luego a Chávez le resultara tan útil al régimen cubano, por qué no hacer lo mismo con Evo, seguramente se preguntaron, y con toda razón, los mismos asesores caribeños que hasta hace poco dominaban el aparato público nacional. Claramente, una figura mesiánica en el poder permite a quienes lo manejan el uso discrecional de los recursos públicos, abuso que con el transcurso del tiempo va mutando lentamente hasta convertirse en un derecho casi divino para el líder y su entorno.
El cambio de gobierno propició un durísimo golpe a ese andamiaje propagandístico, pero las nociones distorsionadas de reivindicación y justicia social difundidas calaron hondo en parte de la población y eso es preocupante para el futuro democrático nacional. No hay nada más peligroso que un hombre de un solo libro, dice el refrán. ¿Qué pasa entonces cuando son millones?
Las propuestas electorales tienen que retomar el sitial preponderante en el debate político. ¿Cómo se piensa industrializar el litio? ¿Vale la pena insistir en la industrialización del Mutún? ¿Qué hacer con la presencia china en Bolivia y la dependencia creada hacia ellos debido a los préstamos otorgados? ¿Cómo se puede combatir efectivamente al narcotráfico? ¿Es sostenible la ampliación indefinida de la frontera agrícola? ¿Vale la pena reducir el IVA?
Estas y muchas otras preguntas deben formar parte de un debate que continúa pendiente. Quedan menos de dos meses antes de la nueva fecha programada para las elecciones y parece seguro decir que ninguna candidatura se ha tomado el trabajo de elaborar un plan de gobierno serio. El único publicado hasta ahora se asemeja más a un listado de buenas intenciones que otra cosa, aunque indudablemente constituye un avance. Bajo ese marco, ¿valdrá la pena insistir en la realización de unas elecciones en las que ninguno de los posibles ganadores tiene una idea clara de lo que va a hacer?
El autor es administrador de empresas y magíster en administración de negocios
Columnas de DANIEL SORIANO CORTÉS