La papa
Durante la Antigüedad, el mar Mediterráneo (Mare Nostrum) fue el centro de la civilización del trigo, pero en el siglo XVI ese mar fue olvidado porque en el Norte frío había surgido la civilización de la papa. Unos dicen que fue un galeón español que naufragó en las costas de Irlanda, otros que sir Walter Raleigh; el caso es que llevaban las primeras semillas que dieron bien en ese Norte frío.
Al cabo de tiempo, mientras las prostitutas londinenses eran flacas, pálidas, desdentadas, las irlandesas eran chaposas y rollizas, al gusto de la época. ¿Por qué? Porque las primeras se alimentaban de pan mientras las segundas, de papa. Con todo, pasaron dos siglos hasta el XVIII y gracias a la determinación de dos soberanos, Catalina de Rusia y Federico Guillermo de Prusia, se destruyeron los molinos de harina para obligar a los campesinos a cultivar papa. Éstos no querían el tubérculo porque era feo (no como una manzana), cubierto de barro y crecía en el subsuelo, el ámbito del demonio. Además, no figuraba entre los bienes de la Creación según el Génesis.
Pero cultivaron la papa en el norte frío de Europa y pronto las grandes potencias se desplazaron. El Mediterráneo quedó olvidado con la civilización del trigo y las nuevas potencias eran Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, Escandinavia y Rusia, que generaron la civilización de la papa. No sólo eso, sino que el cultivo de la papa tuvo efectos militares y políticos: militares, porque desde Napoleón la papa entró a la intendencia militar y el ejército de Hitler no hubiera invadido la URSS si no tenía suficiente papa en el rancho de la tropa; y políticos, porque desde entonces el poder se desplazó hacia el Norte frío y allí se quedó. Además, el plato nacional tiene mucha papa: en Inglaterra con el fish & potatoes; en Francia con la labor de Parmentier, que se remonta al siglo XVIII; en Holanda, con la papa holandesa; en Escandinavia y en Rusia, el primer productor y consumidor de papa de Europa, desplazado apenas por China.
Hay quien plantea la hipótesis de que Macchu Picchu fue un centro de experimentación agrícola. Sus terrazas estrechas, a más de 2.000 metros sobre el río Ucayali, algunas de 15 cm de ancho, hablan de una experimentación con semilla de papa en diversas tierras y climas para producir 3.000 variedades del tubérculo.
Los antiguos peruanos fueron los más grandes investigadores agrícolas del mundo. Construyeron numerosas estaciones experimentales donde los cultivos podían crecer de distintos modos, dice Jack Weatherford.
El autor es Cronista de la ciudad
Columnas de RAMÓN ROCHA MONROY