Somos un país condenado a vivir del turismo
Estoy midiendo mis palabras para no levantar falsas expectativas. Lo digo como evidencia empírica demostrable, después de analizar que las tendencias poblacionales que llevan la migración hacia las capitales departamentales —a los departamentos de Cochabamba, La Paz y Santa Cruz— producen abandono de las áreas rurales, generan presión sobre los servicios públicos en las ciudades y se acompañan hoy con una violencia creciente, debido la tensión política provocada por la tierra en Santa Cruz.
Sin embargo, existe una variable que puede modificar esta situación. Se llama turismo sostenible, unido a la producción alimentaria. Y ya están distribuidos de manera natural en todo el territorio nacional, y esperando que los descubramos.
Hemos constatado que 256 municipios con población menor de 20.000 habitantes y sometidos a una durísima presión migratoria, carecen de servicios básicos de salud y educación que facilite el cambio. Sin embargo, cuando incorporamos en esa realidad a las ciudades intermedias y a los municipios de cualidades y capacidades turísticas, vemos cómo la ocupación del territorio supera el 60% de la geografía nacional, le da otro sentido al espacio y multiplica la posibilidad de generar excedente económico y simbólico.
Tenemos un gran trabajo por delante, pero ya podemos construir la esperanza como evidencia. Y como lo estamos comprobando, podemos utilizar nuestro grano de café como instrumento... Y junto con el café, en la lista de los territorios productivos con trabajo generoso y con gente que vive donde se produce, están esperando el chocolate de Baures, la miel del Chaco, la castaña amazónica, la almendra chiquitana, el vino tarijeño, el aceite de copaibo de Concepción, el carbón activado a partir de la chonta, en Guarayos...
Gracias a quienes, desde los territorios, nos reconcilian con el futuro, hace 21 años descubrimos en Concepción de Ñuflo de Chaves, que cada territorio tiene su orquídea, y hoy nos alientan a seguir con la consigna de cultivar un cafetal del tamaño de Bolivia.
Hemos leído que el salar de Uyuni ha sido elegido como uno de los “100 mejores lugares del mundo” para explorar, mientras todavía recordamos las fotos del Salar con domos quemados por la irracionalidad. Junto con el Salar, el lago Titicaca, Rurrenabaque, Tarabuco, San Ignacio de Moxos… hemos logrado la fórmula perfecta combinando ciudades intermedias, turismo sostenible y una taza de café de grano boliviano.
Luego de ocho años de investigación inconforme y preguntona, hemos encontrado en el Centro para la Participación y el Desarrollo Humano Sostenible (Cepad) un descubrimiento que resulta imbatible por contundente y verificable. La combinación de esas tres variables incorpora conciencia nacional de trabajo, producción sostenible, desarrollo territorial, autoestima, aprovechamiento de ventajas competitivas y comparativas, retención de población en zonas rurales, utilización de altas tasas de mano de obra local, generación de excedente económico y simbólico. Además, y como si no fuera suficiente, resulta que en los lugares en los que se produce y se consume café, las personas somos más felices.
Con el grano de café, ya tenemos territorios privilegiados que han hecho su trabajo y demuestran su eficacia: Yungas de La Paz (Caranavi, Coroico, Yanacachi, Irupana...); en Santa Cruz, Samaipata y sus alrededores, San Ignacio de Velasco, Buena Vista, Yapacaní, Porongo...; en Cochabamba, el Chapare... Los que cultivan cafetales allí nos han enseñado que debemos tomar café de grano boliviano no solamente porque es nuestro, sino porque es muy bueno.
¿Será que los bolivianos lograremos ponernos de acuerdo para apoyar a quienes trabajan produciendo en los territorios, y haciendo nuestro, su esfuerzo? ¿Estamos viendo la misma película? ¿Podremos, entre todos, cultivar un cafetal del tamaño del mapa de Bolivia?
El autor es director de Innovación del Cepad
Columnas de CARLOS HUGO MOLINA