Gabriela y Jeanine en país de maravillas
Imagino el tropel de coiffeurs buscando el tinte violáceo que mezclaron para dar la correcta amalgama de azul, blanco y negro del teñido chic de Gabriela Zapata saliendo de la cárcel. Se conformaron con el lila, combinado con el negro de sus gafas de sol y su alba dentadura, le daban el aire sonriente de una starlet de Hollywood. Versión porno, aclaro, porque sus devaneos no fueron por amor.
Penoso el contraste con Jeanine Áñez, también saliendo de su celda, pero a algún peregrinaje de su calvario político. Por “golpista”, dicen. Se amontonan centenares de procesos judiciales, nada que casos de corte para “madres de la patria”, sino degradados primero a la vía penal, luego a la vía ordinaria. La cambita apenas tenía barbijo. ¿Será que transar con politicastros cocaleros paga más que ser senadora de la República?
El “ahora nos toca” de alguna militante angurrienta podría definir el régimen de Evo Morales. Pena que se refiriese al turno de robar, así fuera cierto que el ejercicio del poder político en Bolivia es un vaivén de saquear las magras arcas del Gobierno. Era privativo de unos y ahora se volvió de otros.
En su larguísimo régimen coincidieron un auge fugaz de ingresos inéditos por altos precios del gas natural, del que se presumía ser nodo continental de producirlo, y la demanda de minerales cavados de socavones casi exhaustos, con el aire de nuevo rico que presumía un impostor de trances universitarios, prometiendo superar a la laboriosa Suiza en veinte años. Es más, se optó por un giro divisionista del país, al dividirlo en “originarios” y “blancoides”, siendo que ni los aimaras collas ni los cambas “pura sangre” hispana eran la mayoría en una mutilada Bolivia mestiza.
La corrupción alcanzó niveles inéditos. Por repartir “coimisiones” en caminos defectuosos; el trueque de empleos supernumerarios por adhesiones políticas; la gestión de nuevos contratos y espejismos industriales mediante revolcones sexuales, etc. Un golpe de timón en la política marítima fue otra burla más que se ventiló en instancias internacionales; encargaron convertir el país en potencia acerera, olvidando que sin energía hasta el buey del carretón se empaca; el acceso fluvial al mar naufragó en contratos incumplidos de barcazas.
Otros sueños húmedos como explotar litio del Salar de Uyuni y vías transcontinentales hallaron reservas vacías de recursos e indiferencia vecinas, quizá por malgastos en negociados sin licitación. Los bolivianos debemos ser ilusos, porque ahora proponen recuperar dinero de ítems fantasmas y de robos del partido de gobierno: como pedir peras al olmo.
Sobrevino la pandemia de la Covid-19. Había que inventar vacunas contra un virus desconocido que se convirtió en asunto demagógico y de geopolítica planetaria. En lo interno, el exgobernante de la nación más rica del mundo desacreditó la cura y encargó las vacunas a firmas locales; siendo el tema una emergencia nacional y mundial. Las potencias rivales a la hegemonía estadounidense y el devenir de la Unión Europea (EU), deslucieron una guerra mundial donde a la postre los vencidos pesan más que los vencedores, por lo menos en viejos continentes.
Saltó la liebre del egoísmo de países ricos que vendían armas y fomentaban conflictos locales. Retacearon curar la pandemia, cuya diseminación mundial requería soluciones de todos o nada. Los países pobres, adictos a la dependencia de recetas extranjeras, quedaron con mano extendida esperando limosnas foráneas de unos y otros. Miles de migrantes en pos de empleos europeos y sueños “americanos”, huyendo de la miseria de ciudades destruidas y malos mandamases, se agolpaban en alambradas fronterizas y ríos indignos de llamarse tal.
Los europeos limpiaban cursos de agua en espera de recuperar especies animales y vegetales extintas. Los estadounidenses forjaban zapateos del bluegrass de música country de antiguos racistas, al tiempo que triunfaba una nueva ola de rock anglosajón de raíces afroamericanas. Los congresistas se enfrascaban en bizantinos forcejeos; asesinatos a veces impunes de adolescentes armados y afiebrados, aderezadas de tormentas de nieve y fuego salpicadas de algún escandalete mediático de aspirantes a una reducida corte estelar. Mientras tanto, los abusos del que fuera su principal gestor presidencial se endiosaban, libres de culpa y pena.
Para colmo, empezó la cuenta regresiva de una crisis medioambiental producto de agresiones humanas al planeta Tierra. Tal era el panorama mundial y yo que casi llegaba a los ochenta. Peor aún, no tenía ahorros monetarios para comprar una choza en algún rincón tropical. Me consolé con un condiscípulo más aporreado por la vida que yo, acurrucado en sillón de espera de una clínica. Me deshice de la jorobita que acompaña nuestro lento deambular, y enhiesto como una palmera hasta apresuré el paso.
El autor es antropólogo, win1943@gmail.com
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO