“Choleros”
Según noticias de El Deber del lunes pasado, se ha conformado en Cobija, Pando, un grupo mafioso narcotraficante, que, para sus fechorías, ha tomado el nombre de “Choleros”. Es original la idea de los malandrines, aunque vulgar, como ellos mismos deben ser. Cholero, no se entiende en ninguna parte que no sea en Bolivia o tal vez Perú, porque cholero es el que se enchola, y encholarse, según el Diccionario de Americanismos de la Real Academia Española, es un bolivianismo que significa “unirse en concubinato un hombre y una mujer, generalmente una chola”. Y chola, como sabemos, es la mujer que utiliza una vestimenta especial de mestizas e indígenas, que tal vez data de la Colonia.
En todo caso, el cholero no es bien visto, no sólo entre los indígenas, sino, sobre todo, en la sociedad urbana, que lo define como al mujeriego, al seductor barato a quien cualquier mujer le sirve para enamorarla y llevarla a la cama. En todo caso, el cholero es un personaje conocido en su ambiente, generalmente jactancioso y también embustero, narrador de algunas conquistas ciertas y las más de las veces falsas; nada que ver con los “Choleros” que han aparecido en Cobija, maleantes pichicateros, que han adoptado un nombre tan risueñamente evocador para los viejos de hoy.
Estos “Choleros” que han sentado sus raíces en Cobija están, según nos ilustra el periódico, enfrentándose a tiros, en abierta competencia, nada menos que con el Primer Comando Capital (PCC) o con el Comando Vermelho, ambas temibles bandas de sicarios, principalmente narcos brasileños. Los “Choleros” están en el afán de reclutar adolescentes, varones y mujeres, menores de edad la mayoría, a quienes utilizan en el viejo oficio de las “mulas” o sea del transporte ilícito de cocaína en pequeña escala. Pero, además, esta juventud está siendo reclutada para ser parte integrada a la organización y por tanto a aprender a utilizar armas de fuego, única manera de enfrentar a sus rivales de las otras organizaciones mafiosas.
El PCC y el Comando Vermelho son un dolor de cabeza para el Brasil y han sido los amos del narcotráfico en esta zona de Sudamérica. Actúan en Bolivia, desde hace tiempo, aunque ahora se sabe, con mucha certeza, que están operando también en nuestro país mafias colombianas y mexicanas, de Cali, Sinaloa y otras, que son tan temibles y despiadadas como las brasileñas, y que recuerdan a personajes como Pablo Escobar y el Chapo Guzmán, entre sus legendarios jefes.
Lo que sucede en este caso de los “Choleros”, según leemos, es que su zona de acción está en el norte, en Pando, en Cobija más que nada, y que el tráfico al Brasil no es de cocaína boliviana sino peruana. No cabe duda de que la información es absolutamente razonable, si se tiene en cuenta que Pando es frontera con Brasil (a Cobija la separa sólo un puente sobre el río Acre), pero que, además, existe una gran proximidad con Perú y con ciudades importantes como Puerto Maldonado, donde llega mucha droga producida por narcos peruanos.
Entonces el negocio está en el llamado comúnmente “volteo” del estupefaciente, que es robarlo a quien lo produce o lo está negociando y venderlo al otro lado de la frontera, si es posible o a cualquier distinto comprador. La pobreza extrema de muchas familias hace que nuestros jóvenes estén dispuestos a matar o morir por un puñado de dólares, y con frecuencia a ser traicionados por sus propios patrones y así destruido su futuro, sepultados o encerrados en alguna prisión.
Con respecto a los males que se abaten sobre Bolivia, que son incontables y hasta hoy irremediables, la noticia de que un grupo mafioso como los “Choleros” haya aparecido en el norte del país, y esté produciendo muertes, es muy preocupante, porque si no se los detiene a tiempo tienen la posibilidad de convertirse en agrupaciones de temerarios asesinos, como hemos visto y seguimos viendo en tantos países hermanos.
Mal comienzo de año ha sido este, pero confiamos en que todo mejorará –porque ya es difícil que empeore más – y que estos tiempos los recordaremos como una pesadilla que pasó y que no volverá. Para eso, hay que despertar.
Columnas de MANFREDO KEMPFF SUÁREZ