Jeanine: tres años de angustia
Cuando el 12 de marzo de 2021 vimos por la televisión todo un operativo que había sucedido en Trinidad para capturar a la expresidente Jeanine Áñez, quedamos sorprendidos, aunque de la sorpresa pasamos a la preocupación, cuando observamos que quien comandaba la captura, como un policía más, era el propio ministro de Gobierno, Del Castillo. Y que, ya en La Paz (convertida en cárcel nacional durante el masismo) en pocas horas ella pasara al penal de Obrajes con “detención preventiva”, lo que nos provocó una mala espina sabiendo que aquello suele prolongarse eternamente.
Hoy, tres años después, Jeanine Áñez está encerrada en la cárcel de mujeres de Miraflores; Luis Fernando Camacho, secuestrado desde hace más de un año, sobrevive en el penal de Chonchocoro; y el máximo responsable de todo el desbarajuste democrático en Bolivia, el burlador de la Constitución y de las leyes, el responsable de las muertes en aquellos días críticos del 2019, Evo Morales Ayma, continúa en libertad, replegado en el Chapare, repudiado por los que fueron sus “movimientos sociales”, pero sufriendo por esa ansiedad malsana, pervertida, que es la ambición de poder. Evo Morales, quien con el derroche ha llevado a la ruina la economía del país, quiere volver a la presidencia del país, en el colmo del descaro.
¿Cómo es posible que dos cambas como son Jeanine Áñez y Luis Fernando Camacho estén presos durante años y un cocalero como Evo Morales, esté suelto alentando pretensiones presidenciales? Aquí tenemos que coincidir en algo, aunque no nos guste: por lo menos en lo que corresponde a los cruceños, nos hemos convertido en unos resignados. Pueden humillarnos de la forma que sea y lo soportamos. La justicia que el actual Gobierno maneja a su arbitrio nos sanciona como le da la gana, al extremo de que el presidente del Comité Cívico Pro Santa Cruz, como fue el caso de Rómulo Calvo, tuvo que soportar la “detención domiciliaria”, es decir que quienes gobiernan, tienen, a través de sus togados “quedadizos”, el poder para introducir su largo brazo en el lugar más sagrado de la cruceñidad.
Por si eso fuera poco, padecimos la afrenta de que secuestraran a nuestro gobernador y se lo llevaran hasta La Paz. Ya quisiera ver qué sucedería si a Evo Morales lo encarcelan en Chonchocoro, que es lo que merece. Se bloquearía toda Bolivia, se llenarían las calles de violentos, aunque ya no tenga los partidarios de antes; solo por espíritu de solidaridad con el “hermano”. ¿Ha existido solidaridad camba suficiente con Jeanine Áñez?
Esto que sucede con Áñez y con Camacho, me hace recordar las palabras que me decía hace pocas semanas, mi querido y finado amigo, Herland Vaca Díez Busch, sobrino carnal del presidente Busch, y es que ya no existe en Santa Cruz la fuerza mística de esa juventud de antaño. Ya no se ven los Pinto, Gutiérrez, Valverde, que con el verbo fogoso o con las armas se hacían respetar, ante un Gobierno que no tenía el menor empacho de romperle las costillas o bajarle el cuero a guasca a cualquier opositor. Vaca Díez, el “Gordo”, siempre tan empeñoso con sus ideas cruceñistas, estaba desalentado, justamente porque no veía interés político en nuestros jóvenes, salvo en nuestras bravas mujeres que dan la cara aquí y en La Paz.
Cuando se afirma que Áñez y Camacho son una prenda de garantía, que podrían en un momento ser objeto de negociación o de canje, estamos de acuerdo. Jeanine fue arrestada por la ira que tenía contra ella Evo Morales. Entonces, Morales y Arce estaban a partir de un confite. Morales, supurando odio, con mirada biliosa, buscó la presa más fácil, una mujer, aunque también la más importante según él, porque lo había sucedido en el cargo. La quería entre rejas, porque no admitía que una camba, además, hubiera echado del poder al macho alfa, dueño de todas las damiselas que se cruzaban por su camino.
Pero sabía que no era cierto, porque Jeanine no había sido quien lo sacó de la silla, sino Camacho. Camacho fue el hombre clave en aquel noviembre de 2019 y lo sabemos todos. Jeanine estaba en el Beni y su futuro político no era importante. Evo Morales no se atrevió a arreglar cuentas con Camacho, que gobernaba el departamento donde nunca pudo ganar, y buscó el lado más débil de la cadena que lo había estrangulado: una ciudadana que estaba sola.
Jeanine, el 12 de noviembre de 2019, fue convocada para que asumiera una presidencia en acefalía; no había mandatario tras la escapada de Morales. Pero, además, los representantes del MAS que acudieron a la reunión en la que se decidió llamar a Áñez en la Universidad Católica —mujeres, sobre todo— vieron que no existía otra solución constitucional. No cabía sino, por precedencia, otra persona que no fuera la segunda vicepresidenta del Senado. Y era Jeanine, que no había estado ni en los cabildos en Santa Cruz, que no había hablado ni con militares ni con policías, que prácticamente estaba alejada de su partido político, pero que era una mujer inteligente, leal, aunque de un departamento como Beni, electoralmente poco significativo, pero de un coraje enorme como para enfrentar mil dramas.
Eso, obedecer a la Constitución, ser reconocida por el Tribunal Constitucional plagado de quienes ahora se niegan todo y se quieren “autoprorrogar”, promulgar leyes con masistas felones que hoy se hacen los desentendidos, encarar la peste de la Covid que tuvo paralizada gran parte de la economía del país, enfrentar enérgicamente a las satrapías gobernantes latinoamericanas, fueron parte de su complicado paso por el mando de la nación. Mas Áñez tuvo un error imperdonable para una persona de su capacidad: haber aceptado ser candidata a la presidencia.
No sabemos cómo sucedió, ni quién le sugirió semejante cosa, pero cuando quiso dar el paso atrás, ya había producido un mal irreparable en la oposición democrática. Si no hubiera existido ese enorme disparate, ella habría cumplido con todo lo que prometió al país, no estuviera en prisión y sería una gran combatiente de la mal llamada “derecha”, que ahora está a la deriva en una orfandad que lastima.
Ni las exhortaciones desde el Parlamento Europeo, ni los reclamos de organismos de derechos humanos, ni el clamor permanente de Carolina su hija corajuda, han podido mover en un milímetro la férrea decisión de sus verdugos. Cada vez que se cumplía un plazo aparecía la cara del juez que agrega meses a la “detención preventiva”, como a Camacho hoy. Pero, ahora, Áñez está con sentencia a 10 años de cárcel, lo que no se cumplirá porque quienes van a ir a las mazmorras más frías del Altiplano van a ser los actuales gobernantes, y naturalmente, los “autoprorrogados”, que no merecen otra cosa.
El autor es escritor
Columnas de MANFREDO KEMPFF SUÁREZ