La educación totalitaria
El autor es miembro de la plataforma UNO.
En 1925 se publica la novela El proceso de Kafka en la que un hombre que no sabe de qué se lo acusa termina asumiendo esa culpa incomprensible como suya. En 1932 Aldous Huxley publica Un mundo feliz, el mismo que estaba organizado por castas y en el cual unos estaban destinados a gobernar y otros a servirlos con absoluta naturalidad. En 1984, novela de George Orwell, el Estado degrada el lenguaje hasta que sea imposible concebir socialmente la libertad. En todos estos casos, la educación era la herramienta fundamental y el Estado su agente ejecutor. Estas tres distopías clásicas, producidas alrededor de las dos guerras mundiales y la consiguiente crisis de la modernidad, han culminado en, por ejemplo, Ensayo sobre la ceguera (1995) de Saramago, en el cual el responsable ya no es sólo un Estado totalitario que reprime y aliena, sino unos ciudadanos que renuncian a la libertad. La clausura definitiva del Estado de Derecho.
La imaginación literaria cuenta cómo una característica fundamental del totalitarismo es la construcción de la verdad única y por qué para alcanzarla se tiene que haber degradado durante varios años la calidad educativa y la libertad de expresión. Precisamente lo que se ha hecho en nuestro país, sobre todo, desde la imposición de la última ley educativa que establece el monopolio del Estado en la definición de contenidos, en la formación docente y en la determinación de competencias. Hoy esto está culminando. Y todos los que algo saben de educación coinciden plenamente.
En 2015 (medición PISA en La Paz) se verificó que la calidad educativa era pésima. En sus orígenes docentes, en sus resultados estudiantiles y en sus productos profesionales. Esa confirmación se ha reiterado en 2017 (medición LLECE en el país) y en 2019 (Brecha de habilidades en Bolivia, BID). Preparado el terreno se inicia el último salto. Ya no se trata, ahora, sólo de perder democracia y libertad. Se trata de que aquellos que van a ser plenamente ciudadanos cuando cumplan 18 años no sepan que la democracia y la libertad existen y, por consiguiente, no las ejerzan ni luchen por alcanzarlas.
El adoctrinamiento presente en los textos de uso obligatorio de este año tiene antecedentes en los “cuentos y poemas” de culto a Evo Morales distribuidos hace ya varios años. Claro que el adoctrinamiento no pretende sólo enseñar a admirar al líder, sino producir una realidad incuestionable. Porque una vez producida, el totalitarismo es pan comido.
No es extraño en absoluto, por tanto, que la vida política nos sea cada vez más ajena. Cuando se convierte el fraude electoral en fraude educativo, cuando se desvanece la conciencia del bien común, cuando se siembra ignorancia para cosechar esclavitud, se pasa del autoritarismo al totalitarismo. En eso estamos. No es sólo incapacidad de comprensión lectora. No es únicamente incapacidad de discernimiento. Es, terriblemente, horrorosamente, esterilidad social y ceguera política. Y su más profunda consecuencia: genocidio.
“La Convención de Genocidio de las Naciones Unidas lo definió como cualquiera de los cinco actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Matar a miembros del grupo; causarles daños físicos o mentales graves; imponer condiciones de vida destinadas a destruir el grupo; impedir nacimientos, y sacar a los niños del grupo por la fuerza” (NNUU, 1948. Corte Penal Internacional, 1998).
La plataforma U.N.O. promueve el debate plural pero no comparte necesariamente los puntos de vista del autor.
Columnas de GUILLERMO MARIACA ITURRI