El “chico” que consume clefa
El chico que consume clefa u otras sustancias tóxicas es un problema social que se muestra como un empuje hacía lo peor, inhalando y maltratando su cuerpo, tomando la calle como su hogar, pese a pasar frío, hambre, maltratos y vulneración de sus derechos. Pero, ¿por qué ese chico está en la calle?, ¿qué paso con su familia, su casa?, ¿qué pasó con las instituciones que el Estado y la sociedad tendrían que ofrecerle para su cuidado y protección?
Los chicos en situación de calle y riesgo, llamados “cleferos” o “polillas” por el Otro social, recorren un camino hacia la muerte, por su “decisión” de abandonar su casa y su familia para refugiarse en la calle, sumergiéndose en un consumo ilimitado de sustancias tóxicas; siendo la clefa la más común y barata.
Estos chicos muestran el efecto letal del consumo de clefa en su cuerpo y su subjetividad. Esta sustancia tóxica se comercializa pese a que su venta está prohibida. Su consumo afecta al sistema nervioso central y periférico, alterando la motricidad de las extremidades inferiores y superiores, pudiendo provocar la pérdida del movimiento de los pies lo que lleva a la persona a solo poder desplazarse arrastrándose. Sin embargo, a pesar de llegar a este extremo, persiste en su consumo, consumiéndose cada día, llegando a morir a corta edad por enfermedades pulmonares, Sida y muerte causada por su par.
Los seres humanos vivimos, desde que nacemos, dentro de instituciones, las mismas proveen un marco normativo de reglas formales que regulan y especifican referentes para vivir. El psicoanalista Alexandre Stevens, asevera que “un niño está siempre en una institución” y puntúa que “la calle es una institución” a la cual el sujeto llega, cuando las instituciones de la familia, la escuela y la instancia especializada para acogerlo y cuidar sus derechos no funcionan. Y así, el chico se ubica en la calle, donde encuentra pares que le dan un lugar, lo llaman por su nombre, lo valoran, constituyéndose la calle en un referente de saber hacer, para vivir y de donde toma sus identificaciones.
La familia, institución primera e importante en la vida de cada ser humano, evidencia una falla y una falta fundamental a su tarea que es la de alojar, cuidar y dar brillo al hijo, como el bien más apreciado de su deseo, diferenciándolo de los demás, haciéndolo único y valorado y portador de las herramientas esenciales para vivir y enfrentar la vida. Lacan dirá, que ser objeto causa de deseo otorga la máxima dignidad al sujeto.
Lo que se escucha de muchos padres de estos chicos, es que el bebé por nacer, no es esperado, no es su majestad el bebé, sino es un objeto sin brillo, no alojado en un deseo ni un amor que lo diferencie de los demás. Su presencia molesta, aburre, cansa, violenta y se le maldice. Este aspecto concuerda con lo puntuado por el psicoanalista Héctor Gallo, acerca de que un niño de la calle “no es más que un niño anónimo sin lugar en la subjetividad de sus padres”.
La institución escolar, no quiere saber de niños que presentan problemas y vivencias de situación de calle, porque son un mal ejemplo, no aprenden, son sucios, pelean, no se adaptan a las normas, lo que provoca una descalificación por parte del Otro y de los pares, dando lugar a una autoexpulsión y segregación.
La institución policial, referencia de ley, es arbitraria, nada creíble, los agrede sin motivo, los extorsiona, amenaza y los coloca en un lugar de delincuente.
Las instituciones de cuidado y protección de sus derechos, no funcionan, porque aplican un tratamiento general adaptativo “para todos igual” en nombre de la institución y de su bien. Al respecto, la clínica psicoanalítica especifica que no hay nada más diferente a un sujeto que otro sujeto, por más que tengan la misma historia.
La sociedad, lo coloca en un lugar de objeto de desprecio y violencia, indigno de respeto, causa del mal, del cual hay que apartarse y encerrarlo, por no aceptar el bien que le desea el Otro. Si el sujeto quiere trabajar e iniciar una nueva vida, encuentra la desconfianza, el rechazo y no aceptación por las marcas simbólicas y reales que lleva impresas en su cuerpo, ubicándolo en un lugar de objeto de deshecho. Daniela, dice “nosotros nos sentimos muy mal porque de todo lado nos votan, la gente nos grita: ‘¡cleferos, qué hacen aquí!’, no nos quieren dar trabajo”.
Sorpresa, su paso por cada una de las instituciones de cuidado y protección expresa que cada una de las instituciones repite una y otra vez el mismo esquema de expulsión, rechazo y desalojo de su singularidad; es decir el chico de la calle es producto de expulsión familiar, social y un residuo social. Entonces ¿dónde y cómo podría anclarse, con sus recaídas, sin redes de contención que lo singularicen, sumido en un exceso de satisfacción, donde al consumir es consumido?
¿Qué hacer, para posibilitar una salida, menos mortífera y más vivible, qué posición tomar al estar inserto en las instituciones? Se repite la posición de anonimato, donde su singularidad es obviada por un ideal, un prejuicio o un programa a seguir paso por paso sin recaídas, o se considera cada caso, uno por uno, con soluciones “a medida” para poder establecer una diferencia y rescatarlo como sujeto responsable de su deseo, su palabra y sus actos.
La autora es psicóloga clínica