Crónica de una violencia anunciada
En Culiacán, Sinaloa, hace tiempo que el narcotráfico dejó de ser clandestino para convertirse en un hecho social objetivo. Allí todo es cuestión de confianza. En un mundo duro y complejo, las reglas son simples y no hay lugar para equívocos. Uno es presentado a alguien por un amigo en quien ese alguien confía, y ese alguien confía en ti porque confía en quien te avala. Pero si algo se tuerce, el avalista responde con su vida. Y tú, con la tuya. Bang, bang. Los cementerios del noreste mexicano están llenos de lápidas con nombres de gente en la que alguien confió.
Este relato, tomado de La Reina del Sur, resuena de forma escalofriante con las noticias que cada vez más se hacen frecuentes y normales en nuestro país: “Balacera en Ivirgarzama deja cinco personas heridas”, “Fue acribillado por no cumplir con la entrega y venta de droga”, “Secuestrado en Entre Ríos apareció con 16 disparos”, “Decapitado. Le dejaron un mensaje: ‘Devolvé la droga” y estos anuncios horrorosos cada vez nos inmutan menos.
El epicentro es el Chapare que se ha convertido en un territorio donde, según denuncias reiteradas, la Policía no puede ingresar. Donde ser ejecutado a quemarropa o cruzarse con personas armadas con metralletas empieza a naturalizarse. Es un territorio vedado para el Estado.
Como si fuera poco, al dirigirnos hacia el altiplano, en las cercanías de Llallagua, existe una zona conocida como “México Chico”. Se dice que ni policías ni militares pueden entrar. Se denuncia que es un territorio controlado por bandas criminales, ligadas al narcotráfico y al contrabando, especialmente de vehículos robados.
Hace algunas semanas, tres policías fueron ejecutados en el contexto del último bloqueo. A raíz del asesinato de los policías, imágenes satelitales mostraron la zona con plantaciones de marihuana y ferias de venta de autos chutos. En el país ya existen zonas a las que nadie puede ingresas sin pagar un precio. Todo esto, en su conjunto, parece un presagio de cómo se inició la violencia en México, donde el narcotráfico generó tal nivel de violencia que el Estado terminó negociando con los líderes de las organizaciones criminales.
Y ni así el ciudadano de a pie se siente seguro. ¿estaremos aún a tiempo de no llegar a ser un narcoestado donde los secuestros por droga y los sicariatos sean moneda corriente?, ¿donde la muerte violenta sea parte del día a día, y la vida humana tenga un precio?
En México, los cárteles proliferan, y las disputas territoriales se resuelven a balazos. El narcotráfico es un submundo donde cualquier paso en falso se paga caro. Y mientras tengas más gente querida, más vulnerable te vuelves.
La autora es socióloga y antropóloga
Columnas de GABRIELA CANEDO VÁSQUEZ