Bolivia, al final del día
Un optimista es aquel al que no le han contado toda la historia, decía el escritor colombiano Álvaro Mutis. Con razón en “Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero”, obra emblemática y de gran contenido humano, muestra los caminos de la libertad, la aventura y de esa persistente forma de solazarse que tienen los humanos, buscando la esquiva y escurridiza felicidad.
Maqroll es un hombre de los mares, aventurero y soñador que ha conocido todos los puertos, ha visitado cada espacio desconocido y jamás se ha atado a un lugar por mucho tiempo. Este gaviero, que lleva el porte de un hombre culto y caprichoso, renuncia al pesimismo, a la ubicua forma de ver el futuro.
Su futuro es incierto, acaso, por eso mismo, infunde certeza para ir tras sus sueños, tras sus utopías.
La vida es una gran aventura que hay que conducirla por el camino incondicional. Vive la existencia recorriendo el mundo, cotejándola con las de otros, aprendiendo y haciendo amistad. Conociendo personas, inventando amores.
Maqroll es un optimista al que no le contado toda la historia, es un descubridor al que no le importa los riesgos de lo que hallará en su vida azarosa.
Pese a los peligros, aún tiene claro el horizonte misterioso para seguir conquistando lugares, tiempos, mujeres, vida y amigos.
Maqroll, el gaviero, es una lección de esperanza en medio de un gran escepticismo.
A hurtadillas, nos preguntamos sobre si nuestras voluntades justifican las derrotas que nos envían las desesperanzas. La vida es una dualidad eterna, un todo que por capricho o predestinación siempre se partirá en dos: mitad luz, mitad oscuridad, vida y muerte, amor y odio.
Pero, ¿cómo saber qué parte nos tocará?
Justamente ahí yace la vulnerabilidad a la que estamos sujetos cada día.
Somos seres bifurcados entre la esperanza y la desazón.
¿Acaso esté parafraseando las luces pesimistas de Schopenhauer?: “Toda vida es esencialmente sufrimiento”. Pero esto no tendría que dar lugar a la evocación total y voluntaria de una forma de vida fáustica.
No hallo diferencia sustancial entre la voluntad y el pesimismo cuando éstas están en posición de lucha, es decir, mientras exista voluntad habrá esperanza y, cuando haya pesimismo, la esperanza también será una finalidad.
Pareciera que la gente pierde a menudo ambas cosas. Voluntad y esperanza no son dos aspectos que tengan que extraviarse, aunque, paradójicamente, la ausencia de una de ellas hace factible una perenne búsqueda de la felicidad.
El mito de Sísifo es cruel pero certero, no claudica, tampoco avanza, se queda ahí, como un castigo que no tiene la más mínima posibilidad de absolución, se repite y gira como una calesita que desgasta y pudre el progreso.
Parece que Bolivia estuviera condenada a empujar eternamente la roca de una historia oscura y dolorosa que, en cuanto logra avanzar un trecho, otra vez vuelve a rodar y nuevamente se tiene que empezar.
De manera esquiva todavía nos preguntamos si los bolivianos ya logramos ser protagonistas de nuestra democracia.
Fuimos artífices, copartícipes, luchadores y vanguardistas de la misma, sin embargo, me temo que esa trayectoria todavía no posibilitó la consolidación de las bases democráticas. Porque definitivamente esa consolidación no sólo la otorga el gobierno como estructura, sino sobre todas las cosas la sociedad como núcleo articulador, como responsable de haber sido coprotagonista del cambio. Una sociedad responsable de, y con su democracia, es una sociedad que logró cierto avance político.
Los bolivianos debemos aprender a reflexionar sobre lo que debemos lograr por esfuerzo conjunto y por fortalecimiento natural, como una inevitable consecuencia de algo bien estructurado, proyectando un futuro sostenible, autónomo y progresivo. Por imposible que parezca, hay que desvirtuar las conductas paternalistas del gobierno que debilitan los avances y vigorizan la perpetuidad en el poder. Con seguridad eso también requiere de un tiempo histórico que contenga respuestas claras y fehacientes.
En este país de paradojas, el ciudadano se siente suspendido entre el cielo y la tierra, oscila entre poderes y fuerzas contrarias, ojos petrificados, bocas que devoran. ¿Unas a otras? ¡Se desconocen! ¡Se ofenden! ¡Se desdicen! ¡Se condenan!
Esta Bolivia que sufre su tiempo histórico de falsos procesos de cambio, aún no es capaz de procesar un cambio de mentalidad y de acción. A penas, en pos de la modernidad, se mueve entre un pasado que no atisba el presente ni sospecha un futuro, y se resigna a vivir petrificado, inmutable, esperando que el tiempo, su tiempo, vote dádivas y así viva su instante, su engaño, su proceso de cambio en miniatura.
En un escenario político real progresista, no existen enviados, aparecidos, ni magos que hablen de la piedra filosofal como fuente de riqueza, ni ancestros que, gracias a pases mágicos y discursos de tierra adentro, produzcan soluciones misteriosas.
El presente exige capacidad, voluntad y liderazgo netos, la primera para asumir con responsabilidad el desempeño y las exigencias de una realidad cada vez más acelerada, la segunda, para ejercer con ética y espíritu democráticos los desafíos del presente y los logros del futuro, el tercero para conducir a una patria construida, sin oblicuidades, preferencias políticas, resentimientos antropológicos ni culturales, no a imagen y semejanza del mandamás, sino a la de un pueblo forjador de su propia historia que tiene el derecho a vivir en armonía y en un estado de bienestar.
A pocos días de que este 2023 archive su rostro histórico y atormentado, vergonzoso y beligerante que tanto dolor causó y aún causa a la humanidad, desde occidente a oriente, desde las ideologías, diametralmente opuestas, impuestas: fundamentalistas, de izquierda y derecha que, descubrieron el rostro frío y grotesco de los dogmas, de la irracionalidad, la demagogia y la mentira, hasta el acto de fe tan sublime que arrastra al hombre hacia ese deseo de sobrevivir a la soledad y al escepticismo a través del amor, es necesario apostar una vez más a la esperanza y a la voluntad de poder, a ese desprendimiento de lo malo por lo bueno que irremediablemente nos hace seres falibles y creer con plena convicción que lo mejor está por venir.
¡Sí, un optimista es aquel al que no le han contado toda la historia! Pero también puede ser realista, y saber que con lo poco que le han cotado puede imaginar y construir un futuro mejor.
Desde esa idea especulativa e incierta, aún quiero creer que este mundo guarda cosas positivas para la humanidad, y viceversa. Esta Bolivia también se merece optimismo, construcción y transparencia. Como esos vientos marinos en los que se mueve Maqroll, torpes y aciagos, sí, pero, pese a ellos, continuar con la vida como si fuera una gran aventura, como una nave al garete que busca su puerto, pero sin desprender las manos del timón.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.