La Bolivia “low cost”
Aunque no voté por ellos, la victoria de Paz-Lara me sorprendió gratamente. La noche del 17 de agosto, me conmovió la espontaneidad con que ambos recibieron los resultados: el capitán, vestido con la polera de la selección, en una terraza con ropa tendida y calcetines goteando, improvisó un discurso sincero rodeado de gente humilde que aún no asimilaba la victoria; Rodrigo, por su parte, llegó a duras penas a El Prado de La Paz, abriéndose paso entre una marea de periodistas y curiosos, y emitió desde las gradas un mensaje conciliador.
Contraste brutal con los megaeventos de las candidaturas que quedaron en segundo y tercer lugar: grandes escenarios, sonido profesional, pantallas LED y multitudes que coreaban consignas vacías con un desánimo que mermaba la potencia de su voz. Perdieron contra una campaña low cost. Y esto es clave, pues los millones invertidos por algunos se convierten en deuda que nuestro Estado famélico termina pagando con creces.
Lamentablemente, al día siguiente comenzó la guerra sucia, enfocada en dos vicepresidenciables que, analizados sin pasión, son puro envase de marketing: latas relucientes expuestas en vitrina, muy llamativas, sí, pero vacías por dentro. Lara, el rebelde que se enfrentó a la (ultracorrupta) policía boliviana, mostró de pronto su lado rústico y atropellador —es decir, policial—: encendió su sirena, cruzó semáforos en rojo, montó su patrulla sobre la acera, desenfundó macana, esposas y arma, y abrió fuego sin que nadie hubiera pedido su auxilio al 110. Sus excesos verde-oliva llevaron a sus rivales a bromear: “El único Paco bueno es Paco Rabanne”. Irónico, viniendo de quienes apoyan a Jeipí, un outsider tan artificial que sostendría una conversación más fluida con ChatGPT que con una vendedora de jugo de naranja.
Pero centrarse en ellos es un error de foco. Salvo que planifiquen un golpe de Estado, el cargo al que postulan suele ser decorativo. El Chueco Céspedes ya lo definió hace más de medio siglo: “Quisiera ser vicepresidente para percibir un sueldo por no hacer nada”. El tema de fondo es otro y me resulta muy profundo y revelador: en plena crisis económica, no triunfó ningún candidato que se presentara como antítesis del MAS. Perdieron aquellos que prometían préstamos internacionales estratosféricos, eliminar subsidios o cerrar empresas estatales. Tampoco funcionaron sus PhDs formados en el exterior, que exhibieron tablas, proyecciones y gráficas coloridas como si fueran cuadros abstractos en una subasta de arte.
¿Por qué ganó Rodrigo? La respuesta me golpeó como pedrada en la nuca en el colegio de mi hija mayor. En una discusión ociosa a propósito del baile de la próxima verbena, unas mamás lanzaron un reclamo con fuerte tono clasista porque a sus hijos les tocaron abarcas de chovena y no botas de caporal. Ahí está la fractura nacional, pensé. En ese desdén disfrazado de queja, en ese prejuicio que se cree sentido común. Por eso, antes que valorar la (supuesta) destreza en el manejo económico que los políticos tradicionales le quieren vender, el votante humilde —mayoritario en este país low cost— prefiere votar por un candidato que no lo desprecie. Así de fácil. Comprende que el MAS y sus derivaciones no son opciones viables, sufre la inflación, las colas por carburantes y su sueldo se evapora antes de fin de mes, pero aun así no le da la gana de votar por equipos que incluyan, entre otros, a Marinkovic o Camacho. En criollo: no quiere que le vuelvan a escupir en el plato.
El país dará un giro —¿45°, 90°, 180°?, aún no lo sabemos— mientras muchos surfeamos en el pequeño estanque de nuestras redes sociales, interactuando con clones ideológicos que viven en condiciones parecidas, piensan de manera similar y comparten los mismos prejuicios y odios viscerales. Creemos que hay sólo una salida a la crisis y, a cualquiera que expone un pensamiento diferente, le pegamos en la frente una etiqueta del MAS. Pronto pasaremos de los insultos al spray en su muro y lo botaremos de “nuestros” restaurantes y aeropuertos.
Gane quien gane, ojalá que este largo periodo electoral nos ayude a comprender que la Bolivia low cost es mucho más grande y compleja que el newsfeed que vemos en el celular. Votemos por cualquiera de los dos, pero —si no queremos llevarnos sorpresas— dejemos de mirarnos el ombligo.
El autor es arquitecto en Atelier Puro Humo
Columnas de DENNIS LEMA ANDRADE