La oposición es de Marte, el pueblo es de la Tierra
La política boliviana, desde sus orígenes republicanos, ha estado marcada por una lógica criolla profundamente arraigada en prácticas excluyentes, oportunistas y centralistas. Con el paso del tiempo, esta cultura política ha evolucionado, pero no ha desaparecido. Hoy se manifiesta en nuevas formas de demagogia, populismo y clientelismo que continúan minando las bases de una democracia plural y participativa.
La política criolla y demagógica sigue siendo un obstáculo para el desarrollo democrático de Bolivia, al reproducir prácticas coloniales de poder, priorizar el discurso sobre la acción, y manipular a las mayorías mediante promesas vacías y favores personalizados.
La política criolla, en su sentido más amplio, refiere a una forma de hacer política heredada del periodo colonial, donde el poder era ejercido por una élite cerrada, sin participación popular real, y donde el acceso a cargos públicos respondía a intereses personales o de grupo antes que a un compromiso con el bien común.
La historia política reciente del país ha estado marcada por una profunda polarización entre el oficialismo, liderado por el MAS, y una oposición fragmentada, escuálida y carente de una propuesta alternativa sólida y seria. A pesar de las múltiples oportunidades que tuvo para consolidarse como una fuerza democrática, con vocación de gobierno, no lo hizo. La oposición tísica, ha demostrado una tendencia constante hacia el fracaso: por su desconexión con las mayorías sociales, su mediocridad estratégica y discursiva, y su excesiva dependencia de liderazgos personalistas. Caudillistas, claro está.
La oposición no solo ha fallado en enfrentar al oficialismo, sino que ha contribuido activamente a la crisis de representación que vive el país, al mostrarse como una élite ajena a las realidades sociales y políticas del pueblo.
Ha demostrado tener una actitud delimitadora en sus políticas de coparticipación, discursiva y de convivencia.
Ha sido y es regionalista y sectaria, en muchos casos.
Desde hace décadas, la política criolla boliviana ha estado traspasada por una flecha envenenada que fracturó lo social y abrió una profunda herida entre universos sociales.
El MAS, pese a su embuste de ser un movimiento aglutinador, diluyó por completo una cierta unidad en la diversidad para convertirla en capas sociales beligerantes, enfrentadas entre sí, con una gran carga de exclusión y de marginamiento.
Todo eso lo hizo el MAS durante 20 años. Incluyendo, claro está, a una oposición funcional, casi servil al masismo, atrapada entre la tentación política, el poder y la corrupción.
Otro factor clave en el fracaso de la oposición es su insondable fragmentación interna y dependencia de liderazgos individuales. La voz de mando del gran hermano, siempre estuvo y está presente.
Las campañas preelectorales y los discursos de yo también quiero ser presidente, muestran una gran pasarela de candidatos que, en lugar de reconstruir la unidad, apuestan por una figura casi totémica y fálica. Esto, sin duda, fragmenta al electorado y divide el voto.
Esta fragmentación expresa la inmadurez política de un sector que no entiende la necesidad de construir estructuras organizativas duraderas, democráticas y con capacidad territorial.
La oposición boliviana adolece de una incapacidad para revisar su historia y sus errores. Muchos de sus caudillos, con plata, o sin ella, provienen de un tronco común primario; viejas políticas basadas en componendas y de repartija de poder. Similar a un mercado persa, donde se ofertan y se rifan puestos, curules, asientos cómodos para que sus traseros inoperantes descansen sin pudor, cuando menos, durante cinco años.
La oposición es de Marte, y el pueblo es de la Tierra. Este parangón no solo captura la desconexión entre los actores políticos, sino también la brecha que separa las preocupaciones de los políticos de las realidades cotidianas de la ciudadanía. La polarización extrema y la falta de diálogo entre los diferentes sectores políticos en Bolivia no solo dividen a las élites, sino que alejan a los gobernantes de las necesidades reales de la sociedad.
Los políticos y la oposición levitan por falta de gravedad. Viven en Marte o en cualquier exoplaneta, el pueblo boliviano se queda atrapado en la Tierra, mordiendo polvo de vejación, todos los días. Sin una representación real. En una indefensión absoluta, descuartizada y traicionada.
El pueblo boliviano de a pie, vive en un encabronamiento perenne, porque la maldita luz al final del túnel no asoma su minúsculo brillo. El empute es total. Es el grito tragado de impotencia envuelto en hiel y desasosiego.
La política boliviana y la oposición viven una profunda crisis de desconexión. Los políticos, al igual que los habitantes de Marte y Venus, parecen estar atrapados en mundos paralelos, incapaces de comunicarse y trabajar juntos por el bienestar común. La polarización y el personalismo han relegado a las necesidades de la población a un segundo plano, dejando a la sociedad civil en un limbo de frustración y desconfianza.
A casi tres meses para las elecciones generales, es imperativo que tanto el gobierno como la oposición reconozcan su desconexión con el pueblo y hagan un esfuerzo genuino por proponer políticas y discursos colectivos y democratizadores.
El próximo Gobierno de este país debe ser reconstruido desde sus cimientos. Debe ser renombrado, debe ser salvado de la Nada, que se devora día a día a sus habitantes. Se traga sus esperanzas y sus sueños. ¡Es un antropófago!
A casi tres meses para los comicios, no existe una oposición real en este país. Pervive una orgía política, un bacanal político tercermundista, un desmadre mediocre e insultante. Acusaciones y contraacusaciones. Traiciones, insultos, complots, sabotajes y vendettas. Es una gran red de mentiras.
Si ya conoces al mago, ¿por qué sigues creyendo en el truco?
O si ya conoces el truco ¿por qué sigues creyendo en el mismo maldito mago?
Este es el punto negro de la oposición en este país. ¡Todos quieren ser presidentes!
El fetiche del poder es como un corto o largo orgasmo, dependiendo de cómo se ejecute el acto.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.