Bolivia, hora cero
Treintaisiete años han pasado desde que los chilenos se sometieron a un plebiscito, el 5 de octubre de 1988, para decidir si el dictador Augusto José Ramón Pinochet Ugarte debía seguir o no ejerciendo el poder, su poder, hasta el 11 de marzo de 1997.
Por entonces, el Sí o el No se constituían en una dicotomía profundamente histórica y política que, según cómo se dieran los resultados, cambiaría por completo los destinos de ese país.
El Sí, significaba la continuidad de un régimen sanguinario, nefasto y negro, el No, traía esperanza, democracia, libertad y vida.
“La opción Sí —decía el dictador— es para que siga, y la opción No es para que no me vaya. Estoy acá porque mi pueblo me pide que me quede. Avance, me dicen, por favor no nos abandone”.
Finalmente, del total de votos válidos, el resultado fue de 44,01 % por el Sí y de 55,99 % por el No, del total de votos escrutados, el Sí obtuvo el 43,01 % y el No, el 54,71 %.
La bestia cayó, y con ella, la muralla que fue levantada con sangre, muerte, dolor y que se extendió por 17 años, de 1973 a 1990.
Para América Latina, esa fue una lección aprendida a hurtadillas. Una enseñanza que se tradujo en la preservación de la democracia, en la defensa de las libertades y la obediencia a los mandatos de la Constitución y la institucionalidad.
Astor Piazzolla imaginaba la hora cero como el momento después de la medianoche, “una hora de absoluto final y absoluto comienzo”.
Bolivia, el 17 de agosto de 2025, estará en su hora cero, ese instante justo e inviolable: una hora de absoluto final o de absoluto comienzo.
Marcará un antes y un después en nuestra historia. Pero no solo será el acto más trascendental que los bolivianos hayamos ejercido en este siglo que apenas alcanza 25 años, no solo significará el hecho mismo de dar plenitud a la democracia como el primer y último recurso de las libertades y de la convivencia. También, desde luego, será una reivindicación de la lucha más fidedigna del pueblo boliviano que cree en la alternancia de poder y en el valor de la libertad.
Los pueblos, así como eligen, defenestran. Tras 14 años de festín, ya quedó en el olvido ese boliviano mestizo con perfil de indígena, elegido como presidente de un país caótico e inexplicable, que vestía chompa roja a rayas y que estrechaba la mano del rey Juan Carlos de España, sin decoro ni pudor, como símbolo de un reencuentro y reconciliación con la historia.
Una imagen surrealista que ahora, luego de dos décadas se desvela inexplicable e incongruente, en la actualidad es apenas una carcajada maligna de un joker jubilado.
“Érase un naricísimo infinito, frisón archinariz, caratulera, sabañón garrafal, morado y frito; Érase el espolón de una galera, érase una pirámide de Egipto, las doce tribus de narices era”, dice en su soneto, Francisco de Quevedo y Villegas.
¡El poder siempre exige más poder! Esa es su esencia y su práctica.
El titiritero cayó en la tentación y se entregó por completo a los sórdidos encantos de la supremacía. Ahora se ve asimismo como un Gregorio Samsa, convertido en un enorme insecto. Imposibilitado de levantarse y enmendar, de nueva cuenta, todo lo que hizo mal.
Qué paradójico, su gobierno no fue desgastado por paros, huelgas, marchas, encierros ni bloqueos, de los cuales, él fue, es y será su máximo abanderado. Cayó por sí mismo. Ahora pisa tierra, repta. Ya no viaja, ni levanta vuelo como lo hacía en su entonces Falcon francés de $us 38,7 millones. Se ha convertido en un lastre.
Ya no levita su egocentrismo. Ya no es más un tótem ni un tabú. Es un walking dead (muerto andante). Saluda sin mirar y su dedo acusador se ha gangrenado.
Como un déjà vu, el 17 de agosto, una vez más el retorno de lo idéntico se manifestará. A seis años de su derrota en las urnas (2019). La historia nos da a los bolivianos, mediante el voto, otra oportunidad para reencaminar los sobresaltos y ser artífices de la construcción de nuestro propio destino y de nuestras libertades.
"Cuando soñamos que soñamos está próximo el despertar", dice Novalis.
¿Es un augurio celestial o una advertencia aterradoramente terrenal?
Me quedo con lo terrenal, porque mis esperanzas y deseos para esta Bolivia —que siempre arrulló su futuro con angustia— fueron y serán anhelos claros: vislumbrar logros importantes que nos hagan sentir orgullosos de los que nos gobiernan.
Pero casi siempre las respuestas precarias e inservibles a nuestras preguntas son corregidas por el tiempo, no desvirtúan, desvelan, revelan, desenmascaran al impostor y, con él, a su verdadera ambición. Entonces, citando a Octavio Paz, es cuando “me parece reveladora la insistencia con que en ciertos períodos los pueblos se vuelven sobre sí mismos y se interrogan. Despertar a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, momento de reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer”.
Y el hacer tiene mucho que ver con el cuestionar, inquietar e incidir sobre los que creen que pueden apropiarse de un país y, por ende, de las conciencias de sus ciudadanos.
En agosto, estos cuestionamientos serán fundamentales para elegir al que esté más próximo a la libertad, a la inclusión, a la honestidad y a la justicia. El voto no debe ser solo una rama de la democracia, debe representar también el rechazo perpetuo a todo lo que se hizo mal: al poder avasallador, al irrespeto y traición a la Madre Tierra. Debe ser en contra de los 20 años de corrupción, de afrenta a la ética, a la moral y a la injusticia.
En contra del abuso de poder, de la intimidación, de la persecución, del derroche insultante de dinero, de la muerte, de la mordaza, de los escándalos, del robo, del narcotráfico, de los millones de hectáreas convertidas en cenizas en la Chiquitania, de los miles de animales y plantas reducidos a polvo.
Decir que el próximo 17 de agosto son las elecciones en Bolivia es un eufemismo, en realidad, y de una manera subyacente, también será un plebiscito, para que la enfermedad, la “Nada”, de la Historia sin fin, de Michael Ende, siga o se haga añicos.
El patrimonio de nuestra sociedad, como referente ético, justo y obediente de las leyes y libertades se vio menoscabado, directa o indirectamente, por un sistema avasallador. Por un antropófago que se comió a sus habitantes y sus sueños, durante 14 años.
Las urnas, como lo fueron hace seis años, nuevamente serán los confesionarios de nuestras convicciones democráticas. Siempre acogerán nuestra memoria inexorable que acumula los hechos más nefastos de los gobiernos, y sus fechorías, injusticias, corrupción, decadencia, mentiras y robos.
La historia siempre demostrará que es la espada de Damocles que pende sobre el cogote de los tiranos.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.