La calle, el frío y los olvidados
Cuando el sol se esconde la ciudad se transforma, y al acercarse el invierno eso ocurre cada día más temprano. A medida que el ajetreo de la gente, de los coches y de los negocios va cesando, las aceras se convierten en refugios donde, sobre cartones que mitigan el frío, se acuestan decenas de personas para pasar la noche.
La escena se repite en los mercados, donde se pueden ver hasta niños cobijándose en medio de una masa de personas que comparte el mismo destino: mendigar o intentar vender limones o dulces en la gran ciudad, lejos de sus tierras secas y cada vez menos fértiles.
Entre los que buscan el mejor refugio hay de todo. Desde personas en situación de calle que viven de la caridad y esperan dádivas incluso cuando el frío recrudece.
También, hay adictos y personas de mal vivir que se aprovechan de quienes no tienen ni siquiera un lugar en la calle para dormir. Entre ellas hay también mujeres, muchas, muy jóvenes. Ellas no sólo deben combatir el frío del fin del otoño, sino a los abusadores.
También, hay personas con discapacidad que duermen en su silla de ruedas con un montón de frazadas. Los indigentes ya no sólo están en el centro, por la plaza 14 de Septiembre, los mercados, sino en barrios, en surtidores abandonados y puentes.
De noche la ciudad es distinta. Es difícil saber cuántas personas duermen en las calles y, si bien existen albergues muchos se resisten a dejar su lugar en la acera, por costumbre, por temor a perderlo o por otra razón.
Se necesitan acciones más humanitarias como el indagar la situación de las mujeres, los niños y los ancianos que están expuestos a la violencia de la calle.
Otra acción más individual puede ser apoyar las campañas de invierno que están en marcha para calentar a decenas de personas. O simplemente mirar a otro lado e ignorar que la ciudad, solidaria o indiferente, cambia por la noche para dar paso al calvario de los olvidados.
Columnas de KATIUSKA VÁSQUEZ