146 años de la invasión a Antofagasta
El 14 de febrero de 1879, hace ya 146 años, comenzó a escribirse el capítulo más trágico y doloroso de la historia de Bolivia, que aún se mantiene abierto, como abiertas están todavía las heridas que dejó la pérdida de nuestra costa marítima.
Durante las primeras horas de la madrugada de ese día, dos buques de guerra —el “Cochrane” y el “O’Higgins”— atracaron en el puerto de Antofagasta, donde se unieron al “Blanco Encalada”, otro barco blindado que ya estaba en el lugar. Las fuerzas invasoras desembarcaron y se apoderaron de la ciudad sin hallar ninguna resistencia, comenzando el peor despojo territorial sufrido por nuestro país. No fue sólo la salida al mar lo que se nos arrebató, sino un territorio que, aunque desértico, contenía enormes riquezas minerales. Tantas que aún hoy son el principal pilar de la economía chilena.
Basta ver que casi el 60% de las exportaciones chilenas proviene del que fue territorio boliviano y ahora constituye la segunda región chilena. Sólo el cobre representó en 2024 el 50,8% de las exportaciones de ese país.
La pérdida de esos territorios y de la condición de país costero ha causado sin duda un perjuicio incuantificable a la economía nacional. Y a esa dimensión del daño deben añadirse los efectos traumáticos que tuvo y aún tiene sobre el alma y la consciencia nacional. Un trauma que aún hoy deja sentir sus efectos perturbadores sobre la mentalidad colectiva y nos condena a hacer del victimismo un factor principal de nuestra identidad.
Así se explica en gran medida que la causa de la reivindicación marítima haya sido durante los últimos 146 años un factor aglutinador de los pensamientos y voluntades de los bolivianos. Es la única causa alrededor de la que los demás motivos de discrepancia son secundarios y dan por eso a quien la enarbola un capital político muy valioso y eficaz. Es, por consiguiente, un instrumento que fácilmente se puede prestar al uso indebido y, peor aún, al abuso.
Los daños causados por la usurpación que hoy se conmemora tienen pues una doble dimensión: la objetiva, plasmada principalmente en los perjuicios económicos, por una parte, y, por otra, la subjetiva, cuyas manifestaciones van desde el envenenamiento del alma de nuestros niños y jóvenes, desde los más básicos niveles de su formación, hasta la facilidad con que el tema se presta a manipulaciones.
Sobre el primer aspecto, las experiencias enseñan que lo mejor es un sano realismo que permita que la solución a nuestra demanda sea vista también en Chile como el inicio de una fructífera relación entre ambos pueblos.
Respecto de su dimensión subjetiva, cultural y política, lo más conveniente es evitar que la causa marítima se convierta en un instrumento de manipulación política.