Adolf Hitler: “Hemos de hacer que despierte el espíritu alemán. Debemos extirpar el cáncer del marxismo. El marxismo y el germanismo son antitéticos”

Cultura
Publicado el 10/12/2017 a las 0h00
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TEXTO: George Sylvester Viereck

FOTOS: Revista Liberty

En 1932 Adolf Hitler (1889-1945) era el hombre fuerte de Alemania, aunque todavía no detentaba el poder, pero era cuestión de tiempo que lo lograra. Y lo logrará sin necesidad de edulcorar su incendiario discurso porque el combustible de su retórica para captar adeptos era, en definitiva, una alta concentración de odio y revanchismo.

Este hombre de aspecto caricaturesco era el clásico producto de la Primera Guerra Mundial. Había padecido los efectos de los gases tóxicos, sufrió los efectos de un síndrome postraumático (perdió durante algún tiempo la visión sin razón aparente) y se sintió humillado por la rendición de su país.

El ascenso de Hitler se había dado casi por casualidad. Una vez terminada la guerra, este hombre sin dotes demasiado especiales se encontró perdido en un país desmoralizado y hundido en la miseria. Carecía además de formación, contactos o fortuna. Era una hoja al viento hasta que recibió la oferta de trabajar como espía (o informante) para la inteligencia del ejército —su antiguo empleador—; su misión era infiltrarse en los pequeños partidos radicales y dar cuenta de sus actividades. Uno de esos grupos era el Partido Obrero Alemán, sospechoso de formar parte del movimiento socialista. Sin embargo, Hitler descubrió que en realidad se trataba de un partido nacionalista que pretendía anexionar Austria a Baviera. En una de las reuniones, aquel supuesto espía terminó dando un discurso que sonó como música a los oídos de los presentes, al punto de que lo invitaron a ser miembro del partido.

En un solo año, 1920, sin más arma que su lengua afiebrada se hizo con el control del partido y hasta le cambió de nombre. Se pasó a llamar Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, el Partido Nazi, para abreviar. En los años sucesivos intentarían dar un golpe, fracasarían y Hitler teminaría en la cárcel, de la que saldría a los nueve meses, en 1924, habiendo parido ese tratado sobre el odio llamado “Mein Kampf”.

En los años siguientes el Partido Nazi parecía condenado a la extinción, sobre todo porque Alemania parecía resurgir económicamente; sin embargo, en 1929 la crisis económica mundial volvería a hundir a los alemanes y el Partido Nazi fue transformando toda esa desazón en votos.

En el momento de la entrevista, Hitler había perdido las elecciones ante el anciano Paul von Hindenburg, que era respaldado por una coalición de partidos. Sin embargo, el Partido Nazi se había convertido en el partido más votado de Alemania. El entrevistador George Sylvester Viereck —un estadounidense de origen alemán— ya había entrevistado previamente a Hitler en 1923 y en ese momento afirmó: “Este hombre, si vive, hará historia, para bien o para mal”. El problema para Viereck es que él también caería en la telaraña del estadista demente.

Adolf Hitler (A.H.) — Cuando me haga cargo de Alemania (1) terminaré con el vasallaje ante el extranjero y con el bolchevismo en nuestro país.

Adolf Hitler apuró su taza como si en lugar de té contuviese la esencia vital del bolchevismo.

 

A.H. —El bolchevismo es nuestra mayor amenaza —prosiguió el jefe de los Camisas pardas, los fascistas alemanes, mientras me dirigía una mirada ominosa—. Acabar con el bolchevismo es devolver el poder a setenta millones de personas. Francia no debe su potencia al ejército, sino a las fuerzas del bolchevismo y la disensión que actúan en el seno de nuestro país. El bolchevismo alemán mantiene vigentes los tratados de Versalles y Saint-Germain (2). El tratado de paz y el bolchevismo son dos cabezas de un mismo monstruo. Debemos segar ambas.

 

Cuando Adolf Hitler anunció su programa, el advenimiento del Tercer Imperio que proclamaba parecía encontrarse aún al final del arco iris. Elección tras elección, el poder de Hitler fue creciendo. Aun siendo incapaz de desalojar a Hindenburg de la presidencia, Hitler lidera hoy el mayor partido de Alemania (3). A menos que Hindenburg asuma poderes dictatoriales o que un giro inesperado dé al traste con todas las previsiones, el partido de Hitler se encargará de organizar el Reichstag y controlará el Gobierno. La lucha de Hitler no va dirigida contra Hindenburg, sino contra el canciller Brüning. No es probable que el sucesor de éste pueda mantenerse en el poder sin el apoyo del nacionalsocialismo.

En su fuero interno, muchos de los que votaron a Hindenburg estaban con Hitler, pero un sentido profundamente arraigado de la lealtad les había impulsado a conceder su voto al viejo mariscal de campo. A menos que de la noche a la mañana surja un nuevo líder, no hay nadie en Alemania que pueda enfrentarse a Hitler a excepción de Hindenburg, ¡y Hindenburg tiene 85 años! El tiempo y la recalcitrante oposición de Francia juegan a favor de Hitler, a no ser que un movimiento en falso por su parte o la disensión en el seno del partido le nieguen la oportunidad de asumir el papel de un Mussolini alemán.

El primer Imperio alemán tocó a su fin cuando Napoleón obligó al emperador austriaco a rendir la corona imperial. El segundo lo hizo cuando Guillermo II, siguiendo los consejos de Hindenburg, buscó refugio en Holanda. De manera lenta pero imparable, empieza a emerger el Tercer Reich, aunque puede que prescinda de cetros y coronas.

No entrevisté a Hitler en su cuartel general de Múnich, sino en la residencia privada de un antiguo almirante de la Marina alemana. Discutimos el futuro de Alemania en torno a unas tazas de té.

 

Viereck — ¿Por qué se define usted como nacionalsocialista, cuando su programa de partido es la antítesis misma de todo aquello que normalmente se vincula con el socialismo?

Como respuesta, Hitler puso su taza de té sobre la mesa y se dirigió a mí con tono beligerante.

 

A.H. — El socialismo es la ciencia que se ocupa del bien común. El socialismo es lo mismo que el comunismo. El marxismo no es el socialismo. Los marxistas se han apropiado del término y han cambiado su significado. Yo arrebataré el socialismo a los socialistas. El socialismo es una antigua institución aria y germánica. Nuestros antepasados compartían ciertas tierras y cultivaban la idea del bien común. El marxismo no tiene derecho a disfrazarse de socialismo. Al contrario que el marxismo, el socialismo no rechaza la propiedad privada. Al contrario que el marxismo, no implica renegar de la propia personalidad. Al contrario que el marxismo, el socialismo es patriótico. Podríamos haber escogido el nombre de Partido Liberal, pero decidimos llamarnos nacionalsocialistas. No somos internacionalistas; nuestro socialismo es nacional. Exigimos que el Estado satisfaga las justas reclamaciones de las clases productivas sobre la base de la solidaridad racial. Para nosotros Estado y raza son la misma cosa.

 

Hitler no responde al prototipo de alemán puro. Su pelo oscuro denuncia la existencia de algún antecesor alpino. Durante años se negó a ser fotografiado. Formaba parte de su estrategia. Deseaba ser conocido tan sólo por sus amigos, de modo que en los momentos de crisis pudiese aparecer en cualquier lugar sin ser detectado. Hoy ya no es un desconocido, ni siquiera en las más remotas aldeas alemanas. Su apariencia contrasta de un modo extraño con la agresividad de sus opiniones. Nunca hubo reformista de tan amables maneras capaz de echar a pique el barco del Estado o de segar tantas gargantas políticas. Continué con mi interrogatorio.

 

Viereck — ¿Cuáles son los pilares básicos de su plataforma?

A.H. —Creemos en una mente sana en un cuerpo sano. El cuerpo político debe estar sano para que el espíritu pueda ser saludable. La salud moral y la física son la misma cosa.

 

Viereck —Mussolini —le interrumpí— me hizo la misma observación.

Hitler sonrió de oreja a oreja.

A.H. —El ambiente de los barrios bajos es el responsable de las nueve décimas partes de toda depravación humana, y el alcohol de la restante. Ningún hombre saludable puede ser marxista. Los hombres sanos reconocen el valor del individuo. Nos enfrentamos a las fuerzas del desastre y la degeneración. Baviera es un lugar relativamente saludable porque no está totalmente industrializado. Sin embargo, toda Alemania, incluida Baviera, está condenada a una industrialización intensiva debido a lo limitado de su territorio. Si deseamos salvar a Alemania debemos asegurarnos de que nuestros agricultores permanezcan fieles a la tierra. Para conseguirlo habrán de disponer de espacio para respirar y para trabajar.

 

Viereck —¿De dónde saldrá ese espacio?

A.H. —Debemos conservar las colonias y expandirnos hacia el este. Hubo un tiempo en que podríamos haber compartido el dominio del mundo con Inglaterra. Ahora sólo podemos estirar nuestras acalambradas piernas hacia el este. El Báltico es esencialmente un lago alemán.

 

Viereck — ¿No sería posible para Alemania reconquistar económicamente el mundo sin ampliar su territorio?

Hitler negó enfáticamente con la cabeza.

A.H. —El imperialismo económico, como el militar, depende del poder. No puede existir un comercio global a gran escala sin un poder a nivel mundial. Nuestro pueblo no ha aprendido a pensar en términos de poder y comercio globales. En cualquier caso, Alemania no puede crecer comercial o territorialmente hasta que recupere lo que ha perdido y se encuentre a sí misma. Estamos en una situación similar a la de un hombre cuya casa ha ardido. Antes de embarcarse en planes más ambiciosos, necesita un tejado bajo el que guarecerse. Hemos conseguido levantar un refugio de emergencia que nos protege de la lluvia, pero no habíamos contado con el granizo. Sobre nosotros han caído auténticas tormentas de calamidades. Alemania ha vivido un temporal de catástrofes nacionales, morales y económicas. Nuestro desmoralizado sistema de partidos es un síntoma del desastre. Las mayorías parlamentarias fluctúan con arreglo a la moda del momento. El Gobierno parlamentario abre las puertas al bolchevismo.

 

Viereck —¿No es partidario, como lo son algunos militaristas alemanes, de una alianza con la Rusia soviética? (4)

Hitler elude una contestación directa a esta pregunta. Ya lo había hecho antes, cuando Liberty le pidió que respondiese a la afirmación de Trotski de que su toma del poder en Alemania supondría una lucha a muerte entre las naciones europeas, encabezadas por Alemania, y la Unión Soviética: “Probablemente a Hitler no le convenga atacar al bolchevismo en Rusia. Incluso es posible que, si corre peligro de perder el juego, considere una posible alianza con el bolchevismo como su última baza. Si, como sugirió en una ocasión, el capitalismo se niega a reconocer que los nacionalsocialistas son el último baluarte de la propiedad privada, si el capital dificulta su lucha, Alemania podría verse empujada a ceder al seductor canto de la sirena soviética. Pero él parece decidido a impedir como sea que el bolchevismo arraigue en Alemania”.

Hasta el momento, Hitler ha respondido con recelo a las propuestas del canciller Brüning y otros políticos que deseaban formar un frente político unido. No cabe duda de que ahora, a la vista del constante aumento de los votos favorables al nacionalsocialismo, Hitler estará más predispuesto a llegar a acuerdos sobre asuntos esenciales con otros partidos.

A.H.—Las combinaciones políticas de las que depende un frente unido —me señaló Hitler— son demasiado inestables. Hacen prácticamente imposible una política claramente definida. En todas partes observo un permanente vaivén de compromisos y concesiones. Nuestras fuerzas constructivas se enfrentan a la tiranía de los números. Cometimos el error de aplicar la aritmética y los mecanismos del mundo económico a la vida. Estamos amenazados por un crecimiento constante de las cifras y una progresiva disminución de los ideales. Los números como tal carecen de importancia.

 

Viereck — Pero suponga que Francia tomase represalias invadiendo suelo alemán. Ya lo hizo antes en el Ruhr; puede hacerlo de nuevo.

A.H. — No importa cuántos kilómetros cuadrados ocupe el enemigo —respondió Hitler enormemente soliviantado— si despierta el espíritu nacional. 10 millones de alemanes libres, dispuestos a morir a cambio de que su país pueda vivir, son más poderosos que 50 millones con una voluntad paralizada y una conciencia racial infectada por extranjeros. Queremos una gran Alemania que unifique todas las tribus germánicas. Pero nuestra salvación puede tener su origen en el más pequeño de los rincones. Aunque sólo dispusiéramos de cuatro hectáreas de terreno, si estuviéramos empeñados en defenderlas con nuestras vidas, esas cuatro hectáreas se convertirían en el foco de la regeneración. Nuestros trabajadores tienen dos almas: una es alemana, la otra marxiana. Hemos de hacer que despierte el espíritu alemán. Debemos extirpar el cáncer del marxismo. El marxismo y el germanismo son antitéticos. En mi visión del Estado alemán no habrá lugar para el extraño, para el derrochador, el usurero o el especulador, ni para nadie que sea incapaz de realizar un trabajo productivo.

Las venas de la frente de Hitler se hincharon amenazadoramente. Su voz llenaba la habitación. Hubo un ruido en la puerta. Sus seguidores, que permanecen siempre cerca de él, como una guardia personal, recordaron al líder que debía asistir a un mitin para arengar a los reunidos. Hitler se bebió el té de un trago y se levantó.

 

Epílogo

Si algo queda claro en esta entrevista es que Adolf Hitler nunca ocultó su odio ni sus planes. De hecho, en la entrevista explica con meridiana claridad cuáles serían sus planes inmediatos y habría que esperar más de siete años para que su aparato militar comenzara a materializar sus planes de expansión.

De cualquier modo, cuesta entender cómo una ideología tan negativa y confrontativa logró acumular tanta fuerza y perpetrar sus planes sin que nadie los detuviera. En primer lugar parece haber jugado a su favor su propia personalidad delirante, porque para la clase política alemana siempre se trató de un demente y eso llevó a la subestimación.

La otra razón fue una virtud de Hitler, y consistió en canalizar toda la decepción, humillación y rabia que habitaba en el pueblo alemán y dentro de sí mismo. Esa intuición lo llevó a elaborar una forma de comunicación histérica que cautivó a sus compatriotas y les puso a caminar por el mismo sendero que él se había trazado hacia una gloria trágica.

En este caso el entrevistador, Viereck, es un buen ejemplo del poder de seducción de Hitler. Ya había quedado impresionado al conocerlo en 1923 y en esta entrevista se muestra absolutamente fascinado, al punto de que por momentos se transforma en un monólogo. Y no era impericia periodística ya que cuando entrevistó a Georges Clemenceau —el arquitecto del Tratado de Versalles que tanto detestaba Hitler—, Viereck protagonizó un combate de esgrima con el político francés.

El periodista saldría cautivado de esta entrevista y a su regreso a Estados Unidos se transformaría en un publicista progermano y lucharía por la no intervención de su país en la guerra. Pese a no compartir los aspectos racistas del nazismo, Viereck terminó siendo un activista de la Alemania nazi.

Los efectos de la demencia de Hitler son tristemente conocidos. En los años siguientes a la entrevista estableció un régimen de terror dentro de su país, después desató una guerra de escala mundial que le costó la vida a cerca de 50 millones de personas y llevó una política de exterminio de los judíos a una escala nunca antes vista por la humanidad.

Hitler terminó con una bala en la cabeza escondido en lo más profundo de su búnker en Berlín, abandonado por su destino glorioso y asediado por el Ejército Rojo. Viereck, en cambio, tuvo un final más tortuoso. Su apego a la ideología nazi acabó condenándolo a cinco años de cárcel en Estados Unidos (1942-1947) y, al recuperar la libertad, su otrora brillante carrera periodística estaba destruida.

 

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TIP Hitler, antes de dedicarse a la política, había intentado ganarse la vida como artista, aunque nunca ganó dinero con la compra - venta de su arte.
Archivo

1889

Nace Adolf Hitler en Braunau am Inn, Alemania. Sus padres son Alois y Klara Hitler.

 

Ceguera

El 13 de octubre de 1918 fue víctima de un ataque de gas que le dejó temporalmente ciego.

 

1949

Hitler prohibió el Premio Nobel y desarrolló el suyo propio: el Premio Nacional Alemán para las Artes y las Ciencias.

 

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TIP el secreto de su personalidad reside en el hecho de que lo que yacía dormido en lo más profundo del alma del pueblo alemán ha cobrado VIDA EN ÉL.
Archivo
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