Meninas ante la apertura de un carruaje
Cristóbal Zapata
En un libro donde Juan Cristóbal Mac Lean se ha propuesto, entre otros temas, recrear su memoria, particularmente los descubrimientos epifánicos de la infancia, Meninas ante la apertura de un carruaje es un poemario que inicia dialogando oblicuamente con un popular motivo de la literatura infantil: la transformación mágica de la calabaza en una elegante carroza en La Cenicienta.
Esta transformación, por supuesto, adquiere aquí una dimensión metapoética, alude a la transmutación de la realidad o a la reinvención de lo nombrado, que para Mallarmé era el fundamento de hecho poético: “La calabaza. En esa mesa / bajo la ventana. Esperando / henchida en su rincón. El color / de la calabaza. El cuchillo. / La mano que la parte en la mañana, / las niñas que se acercan a mirar: / meninas / ante la apertura / de un carruaje”.
Si para Proust fue la magdalena el bocado que detonó la explosión de la memoria involuntaria, en el poeta trasandino el milagro del recuerdo lo provoca la calabaza. De ella surge, transfigurada, la carroza del cuento de hadas, pues ahora no sólo es el devenir carroza de la calabaza lo que acontece en el poema, sino que la calabaza misma se ha convertido en la metáfora viva del poema: “Las semillas que caen. Palabras: / ahí están, rotas / bajo la calabaza / esparcidas en sílabas”.
Poco antes, poniendo nuevamente el lenguaje en juego, el poeta ha dicho: “El niño subía escuchando / las cátedras del viento / y cantaba las frases del árbol / al darle el sol a unas palabras / de sintaxis ondulante / y balbuceos de follajes”.
Es en la naturaleza y en la cultura donde Mac Lean encuentra las epifanías fundantes. Por eso el género del bodegón le sirve maravillosamente para conjugar estas dos fuentes de provisión. Así en su hermoso poema “Stilleben”, donde parecen encontrarse Cézanne y Morandi: “Frutas o botellas; vivir tiene / sabor a viento o alacena”.
La naturaleza muerta no sólo es un modelo estético para nuestro poeta-pintor sino un modelo expresivo. Sus composiciones líricas capturan los objetos en su punto de cocción, en su momento mejor, en el instante en que irradian su luz, su sabor y sentido más pleno, como la haría un pintor de bodegones, pero sobre todo están dotadas de ese sigilo, de ese silencio que envuelve a este entrañable género pictórico. He aquí una de sus brillantes “seguidillas”: “en torno a una maceta / barrido ya el edén / la entonación callada / del rincón”.
Conformado por cinco apartados (“Aire al cuidado de los pájaros”,
“Seguidilla”, “Las haciendas del polvo”, “Vida ordinaria” y “Pupila y paisaje”), este libro construye un diálogo íntimo con el entorno, con la naturaleza, la memoria y todos sus habitantes, una búsqueda de “lo abierto” (en la acepción rilkiana- heideggeriana quizá: desocultamiento del ente, de lo invisible) donde sobresale su comprensión del espacio-tiempo del paisaje, especialmente del cerro andino, y su sensibilidad para detectar las vibraciones secretas de los afectos y de las cosas. Aunque su bastión expresivo son los poemas breves –esto es, las epifanías del paisaje y la vida íntima–, entre los textos más logrados por el alcance de la visión y el despliegue psíquico y emocional que importan están aquellos dos largos poemas autobiográficos, evocativos de la infancia (“contra la distancia amarilla”) y de algún amor perdido a la vuelta del tiempo, con su hermoso e insinuante final:
“Vamos a recoger otro poco / de leña dijiste. La pampa / nos espera”.
Esta poesía reinaugura una poética de los interiores campesinos olvidados y sus alrededores (rincones, muros, la mesa servida, los floreros, el jardín y el huerto, etc.), parajes y cosas que el poeta ha bañado con una luz mística, impregnándolos de una sensualidad delicada y gozosa al mismo tiempo: “acera aldaba adobe / piedra pan / con esas palabras / hice lo que pude / me construí un poema / en que habitar desnudo / al fondo / luz agua cuerpo // con esas otras palabras / me puse a naufragar / dando los primeros pasos / pared maleza pasaje / con estas otras aún / enumero las pertenencias / de lo que se despertenece / dejo habitar lo que se deshabita”.
El ámbito físico que transita este poemario de Mac Lean hecho de cosas cotidianas y rústicas recuerda los escenarios rurales y frugales de la poesía de Miguel Hernández, pero también el Walden de Henry David Thoreau, la poesía de Francis Ponge (particularmente sus Cuadernos del bosque de pinos), sin olvidar el hermoso “Diálogo del árbol” de Paul Valéry. Aunque tal vez sea la Poética del espacio de Bachelard la mejor llave para comprender el orbe topológico y topográfico de nuestro poeta. Lo cierto es que con su quinto poemario, Juan Cristóbal Mac Lean ha terminado de construir un hábitat poético personal, fruto de su larga convivencia con el paisaje natural y la naturaleza, a veces leída al trasluz de la cultura. Verbigracia: releer la fábula de la carroza-calabaza como una narración autorreferencial, metatextual. Este libro nos recuerda, finalmente, las relaciones copulativas entre lenguaje y mundo, entre la sintaxis de la realidad fenoménica y la sintaxis gramatical como sistemas reflejos que intercambian señales incesantemente; la fascinación por la materialidad de las cosas como incitación de los sentidos, y, no cabe olvidarlo, el amor por los domingos como días que tienen su propia luz, su propio tempo, su propia música.