
QUIEN CALLA OTORGA
A diez mil kilómetros de nuestro país, pero en el mismo planeta, Bolivia no existe. Los astronautas pueden ver desde el espacio el espejo maravilloso del salar de Uyuni, pero Bolivia no existe. Ni la televisión, ni los diarios y revistas en Europa, mencionan a Bolivia para nada. Nuestro país no existe, parece que lo hemos inventado en un imaginario de pesadilla, una pesadilla que se repite en nosotros obsesivamente, pero que no le interesa a nadie fuera de las fronteras regionales.
Con graves acusaciones contra Rusia por la invasión de Ucrania, a China, a Irán, a Siria y Myanmar, y también, más cerca de nosotros, a Nicaragua y a Venezuela por persistentes vulneraciones a los derechos humanos, se desarrolló a fines de octubre en París el 41 congreso de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH), que celebra este año el centenario de su existencia.
Los medios de información se han llenado en días recientes de opiniones y notas especiales recordando los 40 años de “recuperación de la democracia”. Aunque con palabras diferentes todos terminamos expresando lo mismo: nuestra democracia ha sido malversada por el MAS.
Frente a esa saludable abundancia de expresiones sobre el estado calamitoso de la democracia en tiempos del autoritarismo, el Gobierno no ha tenido la capacidad de reclamar ningún espacio propio, aunque haya emitido algún comunicado para no quedar atrás en la conmemoración.
Lava más blanco… La burbuja inmobiliaria se ha convertido en la principal forma de blanqueo de dinero mal habido.
Aunque el título pueda sugerirlo y la realidad lo confirme día a día, no me refiero a la ola de represión que está llevando a Bolivia a repetir el libreto de Nicaragua, sino a la ola de Covid-19 que está pescando desprevenidos a los que se ufanaban de ser invictos.
A un ciudadano del Chapare le robaron uno de sus teléfonos celulares y se armó un revuelo nacional que oscureció otro robo más importante también relacionado con las nuevas tecnologías: las computadoras Kuaa que fabrica la empresa estatal Quipus.
Habrá alguien, en alguna parte, que todavía festeje la “revolución del 21 de agosto” que encabezó el coronel Banzer y que dio inicio a su dictadura? Ha pasado más de medio siglo, 51 años para ser exactos, y todavía recordamos el reguero de sangre y corrupción que quedó. Las consecuencias de ese periodo autoritario las sentimos todavía.
Luego del pánico inicial que se desató en la cúspide de la pandemia de coronavirus en agosto de 2020, el péndulo parece haberse desplazado al otro extremo. Ahora predomina la dejadez, la ignorancia y un falso sentimiento de seguridad: “ya me vacuné, nada me va a pasar”. Hay un sentimiento por demás egoísta, porque no considera que, aun sin síntomas y vacunados, igual podemos contagiar a otros.
El Estado pierde muchos millones de dólares a propósito, para que unos cuantos se enriquezcan rápidamente. La máquina del MAS está bien aceitada por la corrupción. Hay que poner la lupa sobre el entorno de Evo Morales, principalmente sus abogados y operadores legales: Héctor Arce Zaconeta, Pablo Menacho y Wilfredo Chávez, entre otros que han ido navegando entre cargos del Estado y sus bufetes jurídicos, usando los primeros para beneficiar a los segundos.
No hay justicia en Bolivia, pero sí un búmeran justiciero que está girando de regreso para segar las cabezas de fiscales y jueces corruptos. En su trayectoria está también desbaratando las mentiras de dirigentes del MAS que pensaron que el ardid del “golpe” iba a ser funcional a sus intereses de revancha. Se equivocaron, por mucho que gasten en la maquinara de propaganda.