Arce Gómez, una larga carrera y un sombrío prontuario
Los historiadores se esmeran en hablar sobre él en términos maniqueos. Luis Arce Gómez suma probablemente todos los elementos para ser uno de los más malos de la película boliviana: violador, terrorista, torturador, narcotraficante, socio de mafiosos y neonazis…
Arce Gómez desde siempre tuvo una formación militar, pues su progenitor fue el coronel de carrera Luis Arce Pacheco. Quizás de ahí sume una de las contadas cualidades que se le reconocen: “En condiciones normales tenía un trato cortés y caballeroso, incluso gestos muy cariñosos”, cuenta Susana Bascopé, quien tuvo proximidad con su familia. Pero siempre buscaba los otros espacios de una sórdida vida oculta.
En 1955, el coronel Arce Pacheco indujo a su hijo, de 17 años, a que ingrese al Colegio Militar. Probablemente esperaba que el Ejército moldease y sane el temperamento de su vástago. Pero, por poco, no sucedió lo contrario dos décadas más tarde.
Varios de quienes fueron sus camaradas y otros testigos han recordado que en el Colegio Militar no brillaba precisamente por sus notas ni por su disciplina. “Cuando los fines de semana íbamos a montar caballo, nos ayudaban los cadetes castigados que no habían podido salir de franco –recordó Bascopé–. Allí frecuentemente estaba Arce Gómez. “Era uno de los peores alumnos de su curso –ratificó el general Gary Prado–, es increíble cómo pudo llegar a ser Ministro de Estado”.
Pero egresó, como subteniente en 1959 y empezó a hacer su carrera militar. Un año más tarde también inició su prontuario. Fue acusado de violar a la hija de uno de sus superiores y expulsado definitivamente del Ejército. Por azares del destino, optó por trabajar en el oficio ideal en tiempos de conspiraciones políticas: fotógrafo de acontecimientos sociales de un diario.Ingresó al matutino católico Presencia. Allí sus compañeros de trabajo le pusieron el mote de “Malavida”, por sus conocidas debilidades.
PRIMEROS MÉRITOS
Sin embargo, paralelamente oficiaba como espía para quienes iban preparando el golpe militar derechista que derrocaría al líder del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) Víctor Paz Estenssoro en 1964. Consumada la asonada, sus eficientes servicios le granjearon su retorno a las fuerzas armadas. El MNR había dispuesto del “Control Político”, su sistema de inteligencia y dura represión durante 12 años. Ahora, la dictadura militar debía organizar lo suyo y “Malavida” tenía un buen perfil para ser parte de quienes se encargasen de los trabajos sucios. Para variar, retornó ascendido como “capitán de Ejército, experto en explosivos”.
Se venían años de convulsiones sociales y guerrillas guevaristas, por tanto, de torturas, persecuciones y confinamientos. De atentados y cambios abruptos de gobierno. Al parecer la carrera de Arce Gómez sumó méritos exactos. Ello porque ya en 1969, en el gobierno centroizquierdista del general Alfredo Ovando, apareció como jefe de Seguridad de Palacio de Gobierno con el grado de mayor. Algo propio de oficiales con una impecable hoja de servicios. Pero el prontuario también se nutrió de méritos: la disputa por el poder entre la ultraizquierda y la ultraderecha se saldaba a plan de atentados.
A Arce Gómez diversas investigaciones y testimonios lo acusaron de que entre 1969 y 1970 ejecutó, por lo menos, tres asesinatos. El líder campesino Jorge Soliz Román, el periodista Jorge Otero Calderón y los esposos Alfredo y Martha Alexander, propietarios de los diarios Hoy y Última Hora, de La Paz fueron victimados en menos de cuatro meses. La pareja fue objeto de una bomba de relojería. También subsiste la versión de que un artefacto explosivo destruyó el avión de pasajeros que cayó en Viloco en 1969 y trasladaba entre sus pasajeros al primer equipo del club The Strongest.
Por diversos méritos la historia parece poner en el bando de los aprobados a Ovando. Sin embargo, algo llamativo que opaca su perfil resulta su afecto por Arce Gómez. Tras renunciar al poder en octubre de 1970 se fue en condición de agregado militar a España acompañado por “Malavida” para quien consiguió una beca en la Escuela de Estado Mayor. La cursó durante cuatro años, otro gran paso en su carrera. Mientras tanto, en Bolivia, se había estabilizado la dictadura de Hugo Banzer, y empezaba a desatarse paulatinamente el boom de la cocaína. Arce Gómez retornó con precisión a, también, completar su prontuario.
SU GRAN PASO AL PODER
Sus conexiones con los sótanos del poder le habilitaron canales hacia el nuevo negocio. Más si se tiene en cuenta que el mayor narcotraficante de la historia boliviana, Roberto Suárez Gómez, era primo suyo. Y aún más, si en aquellos sótanos, cebados por la lluvia de dólares se habían metido delincuentes internacionales como los italianos Pierre Luigi Pagliai, Stephano Della Chaie, neonazis y hasta nazis como Klaus Altman. Contar con un teniente coronel recién ascendido y de conocidos antecedentes en la materia les vino muy bien.
En el siguiente lustro, el torvo pero creciente poder de Arce Gómez no pasaba desapercibido en los cálculos de los militares que no querían dar paso a la apertura democrática. Era la ficha capaz de acallar, sin remordimientos ni límites, a todas las voces que cuestionaban casi una década de excesos militares devenidos además en una bancarrota para el país. En 1979, tras la primera apertura democrática, en el Congreso Nacional, se inició “el juicio a la dictadura”. En el curso del siguiente año nuevamente se produjeron asesinatos selectivos y nuevamente diversas investigaciones acusaron a Arce Gómez.
La muerte del sacerdote Luis Espinal, el atentado contra la avioneta que llevaba a cuatro dirigentes de la Unidad Democrática y Popular (UDP) y el fallecimiento de dos manifestantes tras el lanzamiento de una granada en el Prado paceño contaban en esa macabra serie.
Dos golpes de Estado fueron el umbral para la coronación de la carrera del coronel que manejaba los sótanos del poder. En 1980, tras el sangriento golpe de Luis García Meza, fue nombrado Ministro de Gobierno. Tenía su propio “ejército” formado por grupos de civiles armados, paramiltares que recorrían las calles de Bolivia en ambulancias. Acreditaban su pertenencia al Servicio Especial de Seguridad del Estado (SES). El día del golpe asesinaron al líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, quien había encabezado el frustrado juicio a la dictadura.
Tras seis meses de represión y más asesinatos, como el de la masacre de la calle Harrington de enero de 1981, y además luego de denuncias internacionales sobre sus vínculos con el narcotráfico internacional, fue destituido. Pero sus camaradas le abrieron paso a otro meritorio sitial: fue designado comandante del Colegio Militar de Ejército, el alma mater de las Fuerzas Armadas. Aunque esta vez su prontuario y su carrera se cruzaron y empezó su imparable caída del poder.
SU CAÍDA FINAL
“Arce Gómez cometió el error de llevar a sus paramilitares a trabajar en el propio Colegio Militar –dice Álvaro Alarcón en su libro “El Golpe de cuatro patas”–. Algunos de ellos hasta querían dar órdenes. Varios oficiales y los propios cadetes empezaron a rebelarse incluso a riesgo de sufrir duras consecuencias. Su cambio llegó irremediablemente”.
Poco a poco, los grupos paramilitares fueron desarticulados. Arce Gómez fue desapareciendo de escena. Estaba afectado además por cada vez mayores investigaciones internacionales por narcotráfico. En octubre de 1982, en medio de una galopante crisis económica y un creciente descontento social, militares constitucionalistas entregaron el poder al presidente electo Hernán Siles Suazo. Se inició así la era democrática más larga de la historia. Nueve años más tarde, una de sus víctimas, Jaime Paz Zamora, asumió la presidencia del país.
Paz Zamora era el único sobreviviente del atentado a la avioneta de la dirigencia de la UDP en 1980. En 1991, las fuerzas de seguridad lo ubicaron en una hacienda de Santa Cruz. En cuestión de semanas, fue extraditado a EEUU. Pero para Arce Gómez lo peor aún no había llegado. Tras pasar casi 16 años en las relativamente cómodas cárceles de EEUU y bajo climas tropicales como el de Fort Lauderdale, fue entregado a las autoridades bolivianas. En 2007, ingresó al gélido penal de máxima seguridad de Chonchocoro donde permaneció hasta el día de su muerte, el pasado 30 de marzo. Murió afectado por las consecuencias de una diabetes melitus 2.
Durante años quiso negociar los secretos que guardaba a cambio de su libertad. Y si bien su vida raya en lo maniqueo, más de una voz ha recordado que difícilmente con sólo la condena de Arce Gómez, García Meza y algunos de sus paramilitares se haya purgado lo justo y necesario del oscuro pasado boliviano. En los sótanos del poder siempre habrá otros Arce Gómez y en la superficie quienes les den los encargos y les abran carrera.