Cuentos clásicos: por qué leerlos a los niños
La lectura de cuentos en la infancia es una actividad muy beneficiosa para los niños desde todo punto de vista. A través de ella los pequeños hallan un vínculo de relacionamiento cercano y placentero con quienes los leen; comprenden los valores de la vida; distinguen la bondad de la maldad; amplían su vocabulario, y sobre todo, mantienen viva la llama de la magia, propia de la infancia.
¿Pero qué tipo de cuentos son los que se les debe leer? Actualmente existe un sin fin de autores y editoriales que publican cuentos de toda índole. Y no es que éstos sean malos; sin embargo es importante recalcar que la literatura infantil clásica se antepone a interpretaciones actuales por diversos motivos.
"Los cuentos clásicos infantiles son para los niños lo que los grandes clásicos de la literatura representan culturalmente para los adultos. Al igual que la Ilíada resulta imprescindible en su lectura para una persona de todos los tiempos, los llamados "cuentos de hadas" se constituyen en el bien común, propiedad de toda la humanidad, y por ende, entrelazada el imaginario colectivo infantil" explica la psicoanalista Jenny Pavisic, quien dicta hoy una conferencia sobre el tema, titulada "El Cuento Clásico Infantil: su historia y su significado afectivo" de 19.00 a 21.00 en el Centro de Eventos El Campo.
Estructura
Pavisic explica que los cuentos clásicos, en cuanto a su estructura, son cortos, claros, de final rotundo; se dirigen por igual a ambos sexos, habiendo héroes y heroínas; son representaciones alegóricas de la realidad, sin tiempo ni espacio definido, donde las virtudes y defectos aparecen en su modalidad extrema: los buenos son totalmente buenos, y los malos u odiados son criaturas inexistentes: lobos, brujas, etc.
Pero quizás su más grande valía dice radica en que los cuentos clásicos le permiten al niño objetivar su propio drama psíquico, propio en esta etapa de su evolución.
"Como ejemplo señalaremos que el héroe del cuento popular habitualmente es un niño o joven débil o indefenso, a veces desdeñado o maltratado, comete errores, sucumbe a las tentaciones, tiene enemigos poderosos, y casi siempre llegan al final de su búsqueda sin contratiempos" afirma Pavisic, quien comenta además que "sabiendo que los cuentos clásicos son poderosos vehículos de identificación afectiva, los padres y maestros deben procurar para su lectura las versiones originales, y no las relamidas y cursis versiones tipo Disney. Solo así se convocará al espíritu que a lo largo de todos los tiempos, brindó respuestas a nuestras más profundas e inconscientes necesidades".
Origen
El origen de los cuentos infantiles tradicionales nos remite al folklore y la literatura de tradición oral. El llamado "cuento de hadas" incluye tanto al cuento folklórico primitivo, como es el caso de los cuentos rusos recopilados por Afanasiev; el de cuentos recogidos con mayor intervención de los autores, como los de Basile, Perrault y Grimm; y el de cuentos inventados a partir del romanticismo, como los de Andersen.
Aunque la literatura de tradición oral no estuviera especialmente dirigida a los niños, es cierto que, desde los inicios de su fijación escrita, ha existido una voluntad explícita de apelar a este grupo social. Y justamente su traslado a una nueva audiencia, la infantil, ha permitido mantener su presencia en el imaginario colectivo de las sociedades de las últimas generaciones.
Los teóricos de la literatura infantil están de acuerdo en situar el origen de la literatura infantil moderna, en la evolución de los cuentos de hadas.
Según Marc Soriano, el florecimiento más visible de los cuentos de hadas se sitúa entre 1685 y 1700 (Madame D" Aulnoy, Perrault). Florecimiento de "una literatura oral que, durante mucho tiempo, fue la única expresión artística de la humanidad". Los enciclopedistas, por su parte, despreciaron el género, y es el Romanticismo el que se ocupa de rehabilitar a las hadas. Todos los cuentos maravillosos o fantásticos, sin distinción, se trasladan en éste período, al terreno de lo infantil.
Según Graciela Montes, resulta difícil rastrear los orígenes de un material tan difundido, tan recreado, nacido y vuelto a nacer tantas veces. La Bella Durmiente o La Cenicienta, no son creaciones de los Grimm, que se limitaron a recoger las variantes folklóricas de esos cuentos que circulaban a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. Todos estos textos no son sino manifestaciones materiales de una realidad mucho más fluida e intangible: la literatura oral.