Los tres males de la política
El autoritarismo, la corrupción y la ineptitud son los tres males de la política boliviana; hoy el Estado se alimenta del gobierno abusivo de facciones, del empoderamiento de dudosas asociaciones y de la consolidación del miedo reverencial en la gestión pública. Las ocultas implicaciones de este gran mal nos regresan no sólo a la pesadilla del extractivismo colonial sino también reproduce los horrores de la codicia de los conquistadores y encomenderos; todo indica que estamos frente a un Estado Canalla en cuya componenda los tres males han encontrado su modus vivendi.
Uno trata de apelar a la Ciencia Política para escrutar la maraña de circunstancias que hay detrás de la extraordinaria degradación de la política y de la alarmante impunidad del pillaje sobre los bienes comunes, pero el problema es tan vasto y confuso que resulta dificultoso caracterizar al Estado Plurinacional y entender porque un proceso de cambio degenerado conserva tanto atractivo. El tipo de autoritarismo del gobernante se aproxima al del déspota que se cree propietario de los bienes públicos y dueño de la vida de las personas; la corrupción ha dado lugar a un cínico realismo por el cual todos validan la normalización de los actos corruptos; llegar a ocupar un cargo público no depende de la capacidad personal sino de una planificación autoritaria de los jefes de los partidos políticos que priorizan el cuoteo de camarillas, el cuoteo corporativo, el reclutamiento de clientelas y parentelas y, el patronazgo político.
La política ya envilecida por el autoritarismo, la corrupción y la ineptitud fue ahondada por el Gobierno del MAS; el llamado “Proceso de Cambio” terminó de desacreditar el rol público del Estado refeudalizándolo entre camarillas de amigotes. No pudo evitarle al país la plaga de la corrupción, por el contrario la multiplicó con sus decretos de contrataciones de excepción y sus compras directas que abrieron las puertas a los negociados y terminaron de liquidar los débiles sistemas de control y fiscalización públicos y, los niveles de ineficiencia del Estado boliviano cayeron a los últimos lugares del ranking latinoamericano.
Estas son las peores horas de los Gobiernos “progre” que legitimados en el caudillismo autócrata se tomaron por asalto las administraciones públicas y tramaron planes sofisticados para robarse el erario público dejando en ruinas al Estado. No todos los males son atribuibles al Gobierno, en las gobernaciones, en las alcaldías y en las universidades públicas se percibe cómo se codean entre sí, sin mayor vergüenza, comunistoides, izquierdistas de toda laya, exderechistas, empresarios, indigenistas, bandidos, fiscales y jueces, profesores universitarios, militares y policías en una lucha casi animal por la supervivencia y por el enriquecimiento grupuscular.
Tras la fachada del optimismo oficial se oculta el hambre sádica de poder de unos pocos caciques saqueadores y la componenda colectiva del nuevo corporativismo que hacen de su razón de ser (el autoritarismo, la corrupción y la ineptitud) una razón de Estado. La lucha contra los tres males de la política dan una cierta satisfacción moral, pero todos sabemos que legalmente carece de importancia, porque autoritarios, corruptos e ineptos están políticamente coludidos y gozan de impunidad en todos los niveles del Estado. La salvaje corruptocracia conduce a una triste profecía, por un lado la construcción de una sociedad gobernada por la codicia y la terrorífica mentalidad de individuos con dudosas asociaciones cuyo único fin es su obsesiva necesidad de llegar a los Gobiernos para arrasar con los recursos públicos; por otro lado no es menos estremecedor la crisis de credibilidad en el nuevo sistema que prometió luchar contra los males de la política pero que ha degenerado en una sociedad de bajos ideales, nihilista y enloquecida por el poder y el dinero. Al parecer para que venga el buen gobierno es necesario que se agoten todas las alternativas malas y llegue a su fin el entusiasmo de la masa.
El autor es periodista y docente universitario
Columnas de MARCO ANTONIO SAAVEDRA M.