Dos guitarras, una lluvia de estrellas
Veinte dedos y 12 cuerdas. El talento de dos virtuosos en comunión para llevar de paseo a un público que escuchó con reverencia, quizás; con gratitud, seguro; con deleite, total, la interpretación de nueve temas, ocho que estaban en el programa y uno de yapa, recompensa al nutrido aplauso de las cerca de 250 personas que asistieron al teatro Achá la noche del domingo, al segundo y último concierto de Piraí Vaca y Carlos Fischer: cruceños, guitarristas, maravillosos, ambos.
Fueron cerca de 90 minutos de concierto, entrecortado por la presentación de los temas y los comentarios amables de los maestros.
Hay eventos para los que el tiempo no es la medida adecuada. Como éste, donde el lapso de unos acordes —a cuatro manos, a 20 dedos, a 12 cuerdas— se mide en un deleite absoluto, ése donde desaparece el mezquino ego, transportado por la magia de los sonidos, hacia una dimensión indescriptible que en términos temporales podría ser eterna de tan intensa, o instantánea de tan placentera.
Suspendidos en un espacio de sonidos diáfanos, transportados por esas notas que se sucedían como una lluvia de estrellas, de todos los colores imaginables, viajamos por senderos indescriptibles sumergidos en el placer puro de una emoción luminosa, espiritual de tan intensa. Tan feliz que antes de terminar ya asomaba la nostalgia futura. Tan plena como un gran trago de agua fresca para aplacar una sed infinita e ignorada.
Eterno y breve goce el de ese éxtasis estético que parecía invadir el alma entera, por cada poro de la piel, para quedarse, para hacer falta, para provocar un impulso de consuelo que pretende prolongarlo, escribiéndolo.
Periodista de Los Tiempos
Columnas de Norman Chinchilla