Fracaso de los políticos bolivianos
Si analizamos los últimos 100 días de la vida del país, la primera evidencia que salta a la vista es el fracaso gubernamental al enfrentar el flagelo del coronavirus. Se pudo tener en este lapso, suficientes equipos, material sanitario, proveer a los centros hospitalarios de las mínimas condiciones para atender a los infectados, es decir que todo lo que no se tenía para hacer frente al grave problema de salud, se pudo adquirir, encargarlo, adecuarlo, instalarlo y aprovisionarse. El Gobierno, como siempre lo hacen los políticos bolivianos (debe ser mundial este germen de codicia), antepone sus intereses políticos y, más bien, pretende sacar un rédito con una propaganda disfrazada, considerando que para él primero está la candidatura antes que los altos intereses de la nación.
Pero no podemos quedarnos solo en los últimos 100 días, debemos ver en retrospectiva nuestra vida republicana desde su fundación, para llegar a establecer que los problemas de Bolivia están presentes, ni siquiera latentes, desde siempre.
Empecemos por aspectos que la pandemia los visibilizó y puso en la superficie de manera que no se pueden ignorar. Una buena parte de los bolivianos no tienen acceso al agua potable mediante redes de distribución, y no lo tiene porque ningún Gobierno se preocupó en dotar de agua potable a la población. Exceptuando los bolsones que se encuentran en las ciudades, incluso dentro de estas hay mucha gente que tampoco tiene agua potable. Se trata de un servicio vital (y no solo por la pandemia) que constituye parte integrante de la vida.
En materia de educación, las autoridades orondas en sus despachos declaran que se aplicará la educación virtual para que no se perjudiquen los alumnos. Esta situación nos muestra muchas aristas: que ningún Gobierno le ha dado importancia a la educación del pueblo boliviano, peor aún, no ha provisto de elementos de modernización cuando existen escuelas donde no llega la luz eléctrica y se pretende que tengan clases virtuales con una tecnología inexistente desde siempre y que, como una cereza en la torta de la desgracia boliviana, se envió al espacio, con lágrimas en los ojos y un costo increíble, a un satélite que debería servir ahora, pero no la hace porque primaron los intereses políticos, dejando de lado –obviamente– los intereses del pueblo. Y también nos encontramos con los problemas de muchos estudiantes en las ciudades que no tienen recursos económicos para disponer de las megas mínimas para acceder a clases virtuales, porque son provistos por empresas privadas y el satélite debería hacerlo gratis en estos casos extremos.
La pandemia también ha desnudado los altos niveles de pobreza en la que se encuentra el boliviano y, dejando de lado las mentiras de haberse bajado los porcentajes de pobreza, estamos asistiendo cada día a la desesperación de la población que no tiene medios de subsistencia por estar en un mercado informal, ya que nunca tuvieron acceso a otro tipo de trabajos. Esa pobreza no es producto de la pandemia, ha ido creciendo desde que se fundó la república y la informalidad fue la fácil respuesta de los políticos para no complicarse con las legalidades que exige el comercio formal y poder manipular a esa alta porción de población.
Toda esa pobreza, en diferentes aspectos, no es para echarle la culpa a los últimos 14 años de desgobierno, eso es lo fácil, todos los políticos desde hace casi dos siglos son responsables y culpables de haber dejado en esta miseria a Bolivia, si hay excepciones, serán poquísimas y muy puntuales. Pobre país, pobre su gente.
El autor es abogado
Columnas de FERNANDO RODRIGUEZ MENDOZA