“Burning” es una joya en la maleza de opciones
Marcos Loayza
Cineasta
En la plataforma Netflix es posible también encontrar joyas cinematográficas entre la maleza de series y películas de blockbuster, como el documental y obra póstuma de ficción de Orson Welles y también la película coreana “Burning” 2018, de Lee Chang-dong (Daegu,1954).
A manera de introducción, hay que decir que el cine coreano en este siglo ha logrado su mayoría de edad consolidando su presencia mundial con nombres como Chan-Wook Park, Bong Joon-Ho y Kim Ki-Du.
Lee Chang-Dong es una de las personalidades particulares de la cultura de Corea del Sur, de ser profesor de Literatura y Filología, pasó a ser escritor de mucho éxito de ventas y de crítica con sus novelas “El botín” (1983) y “Papeles en llamas”(1987); después, sin siquiera pedir permiso, ingresó al cine, pero entre medio se desempeñó como ministro de Cultura para negociar los intereses de la cuota de pantalla del cine coreano, para que su país pueda firmar con Estados Unidos en tratado de libre comercio, después de eso, a pesar de que la institución del cine calificará su guion con cero, Chang-Don apenas hizo más películas y en cada una de ellas logró reconocimiento de la crítica, del público y obtuvo premios internacionales gracias a un estilo muy personal.
El crítico español Santiago Alonso apunta que se nota mucho en su narrativa su pasado como escritor. “Posiblemente sea uno de los mejores novelistas que saben escribir con una cámara”
“Burning” es fiel a su carácter autoral, donde siempre están presentes el consumismo de la juventud y Corea del Norte, y logró el premio de Fipreci (federación internacional de críticos de cine) en la versión de Cannes del año pasado.
Chang-Don se toma el tiempo que sea necesario para contar su historia, la película dura casi dos horas y media, el tiempo que se requiera para desarrollar a cada uno de los personajes y de manera invisible armar la trama, que además de atraparnos, va sembrando cosas que después van a reverberar dentro nuestro, como sucede en los sueños importantes que no logramos olvidar; Lee Chang-dong en una entrevista decía: “Las películas son como los sueños: se parecen a la realidad, pero no lo son”.
Pero además de esa sólida construcción literaria, Burning nos ofrece, en las imágenes, un retrato fiel y crudo de la cotidianidad de la juventud en Corea con una belleza particular en cada una se sus secuencias.
El autor, en cada una de sus películas, nos acostumbra siempre a un par de secuencias con una potencia cinematográfica poco habitual en el cine en general.
En este caso, una es la secuencia durante la que los protagonistas que se han fumado un porro y bailan al ritmo de Miles Davis —la película está basada, de manera libre, en el cuento corto “Quemar graneros” de Haruki Murakami (Kioto, 1949)—, pero en dicha secuencia el relato cinematográfico se mantiene fiel al cuento, en el que sólo ha cambiado la canción mas bebop “Airegin”, por la majestuosa y más cinematográfica “Generequi”.
Y la otra es la secuencia final, con una puesta en escena que muestra toda su maestría, con una combinación de dramatismo y lirismo ejemplares, que ni el mismo Alan Berg hubiera soñado para su opera “Woyzeck”, ni Herzog consiguió con su versión “Woyzeck”, (1979).
Sobresale también su característica forma de trabajar con los actores, con un resultado sorprendente del que se habla mucho. Cuando le preguntaron al director sobre esto, contestó para Página 12: “No me conformo con que el actor meramente actúe… pretendo que se convierta en el personaje”.
“Buring” es una experiencia valiosa y difícil de encasillar. Según su director, “sólo trataba de hacer una película sobre la ira de los jóvenes”.