Porqué Estados Unidos se hunde
En Europa las drogas son comunes, pero en Estados Unidos la drogadicción es aún mayor, así que trataré de este último país, que nos es más próximo si tenemos en cuenta que Miami es la principal ciudad de Latinoamérica.
Hace poco, Trump ha dicho que la violencia gangsteril en Chicago es peor que la que hay en Afganistán. Creo que es una exageración, pero Trump no dijo un disparate. Efectivamente, Chicago es una ciudad de mucho gangsterismo. En Nueva York el gangsterismo controla las construcciones, así que la fortuna inmobiliaria de la familia Trump necesariamente tiene contacto con la delincuencia organizada. No quiero difamar, pero esa es una realidad neoyorkina.
Desde tiempos de John Kennedy, hijo de un connotado gángster, el gangsterismo organizado ha estado metido en el mismo meollo del poder federal en Estados Unidos. Algunos presidentes, como Nixon para el caso, entendían esto de buen grado, otros o callaron o no entendieron nada. Pero este artículo no es sobre gansterismo, sino sobre la difusión generalizada de la venta de drogas en ese país, apadrinada por el gangsterismo organizado e impune.
La drogadicción, una vez que prende, prácticamente no tiene cura. Las drogas llegan al primer mundo procedentes de países de ultramar, o simplemente son fabricadas por ahí nomás, en forma de pastillas que contienen nadie sabe qué. Pero hay un mal peor, porque permea la población norteamericana: los opioides y demás que se venden con prescripción médica.
Una parte substancial de la población de Estados Unidos consume calmantes por prescripción médica. El médico que no las prescribe indiscriminadamente, pierde clientes. Las personas adictas, que son prácticamente una mayoría, cada varios meses visitan a sus médicos y adquieren un frasco de barbitúricos.
Si a un adicto a estos barbitúricos, del estilo de los opioides sintéticos, le niega el médico la receta, entonces el paciente irá por alguna calle adecuada y comprará una droga de las prohibidas.
Si en Estados Unidos el gangsterismo organizado, aquél que hacia 1940 preconizó Meyer Lansky, controla el mayoreo de las drogas prohibidas, las grandes industrias farmacéuticas controlan el mercado de los barbitúricos opioides. Dan bonos a los médicos que las prescriben; pagan estudios que demuestran que son inofensivas; pagan a los medios que fabrican la opinión pública, obediente como es.
Con una población drogándose en gran medida, como ocurre en Estados Unidos, se tiene efectivamente un descenso relativo de la capacidad intelectual.
No dudo que Estados Unidos está en decadencia por razones históricas, cuyos mecanismos no entendemos con nuestros conocimientos actuales. En el siglo XVIII, Gibbon escribió que Roma se hundió por las invasiones bárbaras y la religión, para el caso la cristiana. Quizá hayan sido más complejas las causas. Pero no dudemos que Estados Unidos se hunde con el entontecimiento que producen las drogas. Trump, que es un patán reconocido, no es peor que sus predecesores del siglo XXI, al menos porque siendo necio es menos peligroso y, sobre todo, porque es impredecible para quienes quieren manejarlo como hicieron con los anteriores presidentes. Pero aun así, Trump es un ejemplo en un proceso de imbecilización del que tendremos vivos ejemplos en el futuro inmediato.
Veamos una regla de tontos: sin tener una enfermedad concreta, morir del corazón al tener 80 años de edad es natural; a los 60 años es natural si se bebe en exceso y particularmente si se fuma; a los 40 años es natural si se consume drogas. El ruso hasta hace poco como promedio moría con 57 años de edad, dejando viudas más jóvenes. Esto porque los rusos fumaban y aceleraban su muerte en tres años bebiendo vodka.
Con las drogas, 40 años es buena edad para morir. Quedan entonces huérfanos, en familias de drogos por muerte de ambos progenitores, como no faltan en Estados Unidos. Y eso cuando los niños no nace ya afectados en sus facultades mentales, por el consumo materno de drogas.
El autor es escritor
Columnas de BERNARDO ELLEFSEN