Catón el Censor sin moral
Paradigma de la severidad y de la moralidad romanas fue Catón el Censor o el Mayor, quien nació en el año 234 y murió en el 149 antes de la era cristiana. Fue un destacado magistrado y comandante militar, habiendo ejercido todas las mayores magistraturas romanas.
Por su familia heredó el apellido Porcio, que quiere decir “porcino”. Su rostro encendido y sus facciones poco agraciadas hicieron honor a su nombre. Con antepasados que fueron esforzados ciudadanos provincianos, su encumbramiento social dio origen a una ennoblecida familia, en la que los hombres fueron Porcios y las mujeres Porcias.
En tiempos en que las altas magistraturas y las gobernaciones en las provincias aseguraban la riqueza de los gobernantes, Marco Porcio Catón se destacaba por su honestidad. Y no le faltaban medios para vivir, siendo un excelente administrador de sus bienes. Además, fue fuerte como madera de roble. Comandando las legiones, viajaba frecuentemente a pie de un canto a otro de los dominios romanos. Se sabe que Marco Antonio (ese enamorado de Elizabeth Taylor en el cine) también solió hacer lo mismo, y que Julio César, hombre grande entre los grandes, siempre caminaba, excepto si por la premura tenía que viajar a caballo.
Incluso gobernando Roma, gustaba Catón el Censor de ir a su fundo y dedicarse a dirigir los trabajos agrícolas. Estando en el campo vestía con sencillez: en invierno con túnica y con mejor clima sin ropa alguna (como se los cuento).
Catón el Censor fue el primero en escribir en latín la historia patria de los romanos, porque tradicionalmente el griego fue la lengua culta, mientras que el latín fue para magistrados, juristas y soldados. Su preferencia por el latín marcaba en Catón su desdén por la cultura griega y su gusto por costumbres arcaizantes.
Hasta aquí el moralista. Ahora repetiré lo que su biógrafo Plutarco de Queronea (del siglo I) escribió sobre sus verdaderos principios morales, ya que Catón acostumbraba deshacerse de los esclavos viejos, así quedasen condenados a morirse de hambre:
“Por echar y vender a los esclavos como a bestias de carga tras haberlos utilizado hasta la vejez, yo, al menos, lo atribuyo a un carácter excesivamente duro y que cree que no existe entre hombre y hombre más relación que el interés. Por eso vemos que la bondad abarca un espacio más amplio que la justicia; porque estamos por naturaleza inclinados a servirnos de la ley y la justicia sólo con los hombres, pero respecto a la buena conducta y los favores hay ocasiones en que, incluso con los animales irracionales, fluye de un carácter dulce como de una fuente abundante. Porque es propio del hombre bueno alimentar a los caballos impedidos por la edad y a los perros, no sólo cuando son cachorritos, sino cuando necesitan por su vejez”.
“Porque no hay que servirse de los seres vivos como de zapatos o vestidos, desechándolos cuando están rotos y ajados por el uso, sino que hay que acostumbrar a uno mismo a ser como ellos manso y amable, si no por otra razón, por la práctica de lo humano”.
Lo dicho es muy justo y es base de una actitud social civilizada, enmarcando principios que se deben seguir enseñando. En cuanto a los animales domésticos, está muy bien. Pero, ¿qué pasa con los silvestres? Además, estas actitudes, que deben ser humanas, hacia los animales, ya fueron previstas desde la prehistoria y han figurado en los textos sagrados del antiguo Israel; textos que luego fueron suprimidos.
Los pueblos antiguos no previeron la deforestación en gran escala y no previeron tampoco que era necesario limitar la depredación agrícola y ganadera. Este es el reto de la humanidad actual, al menos si se quiere que los “monos sapiens” pretendan ser seres humanos de verdad.
El autor es escritor
Columnas de BERNARDO ELLEFSEN