El olor de Trump
Apuesto que, además, Donald Trump debe oler sumamente mal.
Una vida grasienta y dedicada al consumo de comida chatarra y coca cola produce eso: gorduras hediondas.
Siempre recuerdo la apreciación olfativa de los salvajes selváticos diciendo que nada es más hediondo, en la selva, que el hombre blanco. Debe ser cierto. Algunos blancos, sin embargo, tratamos de limpiarnos relativamente a través de dietas más sanas, lejos de gaseosas y chatarras y seguramente no olemos tan mal.
No creo, por otra parte, que nadie sea tan infame como para discutir, o dudar siquiera, de que Jacinta Arden, la primera ministra de Nueva Zelandia, no huela a rosas o a otras flores.
Pero es otro el caso de Donald Trump, que debe ser uno de los pedazos de grasa más hediondos que jamás produjo EEEUU. Si lo soltaran en la selva, por ejemplo, yo creo que ni los tigres, ni los leones quisieran comérselo, de tan hediondo. Cochina grasa blanca. Las hienas, las aves carroñeras, en cambio, seguro que disfrutarían de zampárselo: siempre les gustó la carroña maloliente.
Ni el mismo Evo el Fraudulento, tan semejante a Donald Trump, debe oler tan mal como el eterno consumidor de comida chatarra norteamericana y de peinados tan profundamente ridículos. En serio, apuesto que Donald Trump debe ser uno de los candidatos más malolientes del planeta.
Tengo una enorme compasión por las empleadas que le hacen la cama: tendrán que lidiar, cada mañana, con la hediondez más insoportable del planeta. Abrir ventanas, taparse las narices.
Esperemos que ese mal humor y mal olor general desaparezcan del planeta ya mismo, es decir mañana, pasado.
Y que, el no particularmente apreciable, Biden, a quien tan opaco siempre vemos, salve, por un instante, a EEUU y al planeta de semejante fetidez.
El autor es escritor
Columnas de JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN E.