El virus de la desigualdad
A lo largo de la historia, las pandemias nos han obligado a darnos cuenta de qué es lo que realmente importa y quiénes son indispensables.
Por ejemplo, las cuidadoras y cuidadores y el personal de enfermería que nos ayudan a salir adelante desde el año pasado, las personas que cultivan los alimentos que consumimos, la comunidad científica que nos salvará de la pandemia, o incluso el aire limpio que nuestras hijas e hijos han podido respirar por primera vez.
Sin embargo, a pesar de nuestro renovado sentido de comunidad, parece como si fuerzas que escapan a nuestro control nos estuvieran desgarrando.
En todo el mundo, los demagogos han encontrado el espacio para desatar sus impulsos más peligrosos. ¿Hay algo que pueda simbolizar más el peligro al que nos enfrentamos que ver cómo supremacistas blancos (incitados por el entonces presidente Trump) sembraron el pánico en el bastión de la democracia estadounidense?
Esta gran división está en todas partes, y está fuertemente enraizada en nuestros modelos económicos. Oxfam (una confederación internacional formada por 19 ONG, que realizan labores humanitarias en 90 países) publica un nuevo estudio que analiza el origen de los retos a los que nos enfrentamos. El informe revela que:
– Podríamos enfrentarnos al mayor aumento de la desigualdad desde que hay registro, ya que la pandemia está exacerbando la desigualdad económica en prácticamente todos los países del mundo.
– Miles de millones de personas que viven en la pobreza podrían necesitar más de una década para recuperarse de los impactos económicos de la crisis, mientras que las mil mayores fortunas del mundo tan solo han tardado nueve meses en recuperar su nivel de riqueza previo a la pandemia.
– Desde el inicio de la pandemia, la fortuna de tan solo 10 personas (las más ricas del mundo) ha aumentado en medio billón de dólares, una cifra que permitiría financiar con creces una vacuna universal contra la Covid-19 y garantizar que nadie cayese en la pobreza como resultado de la pandemia.
Nuestras economías y sociedades se enfrentan a otro virus: el de la desigualdad, que es tan letal como el nuevo coronavirus.
Una pequeña élite vive prácticamente en otro planeta, mientras miles de millones de personas se enfrentan a una cruda realidad y tienen dificultades para salir adelante.
Las mujeres, los grupos étnicos en situación de exclusión y las personas que ya se encontraban en situación de pobreza tienen más probabilidades de perder sus ingresos o de verse sumidas aún más en la pobreza. En todo el mundo, el virus está matando de forma desproporcionada a personas en situación de pobreza y a los grupos étnicos y excluidos.
Pensemos en las mujeres, que tienen más probabilidades de trabajar en sectores mal remunerados como el turismo y la venta al por menor, que han sido los más afectados por la pandemia. Si la presencia de hombres y mujeres en dichos sectores fuese totalmente equitativa, más de 100 millones de mujeres dejarían de tener un riesgo elevado de perder sus ingresos o empleos. Pregunten a cualquier mujer, y verán cómo probablemente no se sorprenderá.
O pensemos en los 20 millones de niñas en edad de cursar la educación secundaria que puede que nunca vuelvan a clase. Esta situación agrava la desigualdad, es desoladora para estas niñas y produce una gran tristeza para las personas que apoyamos el movimiento en defensa de sus derechos, tras los progresos conseguidos en los últimos años.
Pensemos también en las personas afrodescendientes en Brasil, que tienen un 40% más de probabilidades de morir a causa de la Covid-19, que las personas blancas.
O en el hecho de que aproximadamente 22.000 personas negras y latinas aún seguirían con vida en EEUU si la tasa de mortalidad de estas comunidades hubiese sido la misma que la de las personas blancas.
Pensemos en cuántas familias nunca volverán a ver a sus seres queridos porque no hemos conseguido abordar el elitismo, el supremacismo blanco, el racismo y el patriarcado que tan arraigados se encuentran en nuestros modelos económicos.
Pero lo más escandaloso de todo esto es que tampoco nos sorprende, ¿verdad?
Por esta razón, para salir de esta crisis, el proyecto económico debe garantizar la igualdad y la sostenibilidad cerrando la brecha entre ricos y pobres y acabando con la desigualdad racial y de género.
Oxfam insta a todos los gobiernos a comprometerse explícitamente a poner fin a la desigualdad extrema.
Y eso es precisamente lo que pediré a todos los líderes que asistan a la Agenda de Davos. Me sumo a los llamamientos de personas de todo el mundo, desde jóvenes que hacen huelga por el clima hasta manifestantes de Black Lives Matter y activistas de la Fight Inequality Alliance.
Los líderes pueden aprender mucho de países como Nueva Zelanda, que está centrando su presupuesto estatal en torno al bienestar de su población, o Sierra Leona y Corea del Sur, que están toman medidas ambiciosas para luchar contra la desigualdad.
Asimismo, instamos a los líderes a apostar por una vacuna universal contra la Covid-19 para que todo el mundo pueda tener acceso a ella, y no solo las personas y los países más ricos. Los líderes deben enfrentarse a los intereses de las empresas farmacéuticas e insistir en que compartan la tecnología y los conocimientos sobre las vacunas con el fin de producir suficientes dosis para todo el mundo.
Les pedimos que garanticen servicios públicos universales y de calidad y que se aseguren de que todo el mundo (independientemente del color de la piel o del nivel de ingresos) tenga acceso a servicios de salud de calidad. Esto es algo que varios países ya han conseguido, y el ejemplo de Costa Rica demuestra que puede lograrse en tan solo una década. Los gobiernos deben también garantizar una educación universal para que ninguna niña se vea obligada a abandonar sus estudios por la falta de recursos, y una protección social también universal, para que ninguna persona se vea sumida en la pobreza en caso de perder su empleo.
Para realmente pasar a la acción, los gobiernos también deben invertir en sectores con bajas emisiones de carbono, lo que permitiría crear millones de empleos nuevos, y valorar como un trabajo real los miles de millones de horas que las mujeres (especialmente las mujeres racializadas) dedican diariamente al trabajo de cuidados mal remunerado o no remunerado.
Los gobiernos no deben tener miedo a aplicar impuestos a los más ricos para poder invertir en un futuro más justo y sostenible para las futuras generaciones. Argentina ha adoptado recientemente un impuesto solidario a la riqueza extrema que podría ayudar a recaudar miles de millones de dólares para luchar contra el virus.
Deben luchar también por evitar el colapso climático, que perjudica principalmente a las personas en mayor situación de pobreza y a las comunidades históricamente excluidas. Y deben proteger nuestras democracias del poder que ejerce la riqueza extrema.
Aunque son los gobiernos quienes tienen la obligación de legislar para reducir la desigualdad, las grandes empresas también deben cumplir con su parte. Necesitamos modelos de negocio más justos y que las grandes empresas se comprometan, como mínimo, a no causar daños.
Ciertas empresas están tomando medidas en la dirección adecuada, como el gigante mundial de productos de consumo Unilever, que se ha comprometido a pagar un salario digno a las personas que le suministran directamente bienes y servicios. Se trata de un compromiso innovador que las compañías presentes en Davos también deberían asumir.
El año que acaba de comenzar es diferente a los demás. Antes de que sea demasiado tarde, debemos aprovechar esta oportunidad para garantizar que nuestro modelo económico esté al servicio de todas las personas, y no solo de una minoría privilegiada.
La autora es directora ejecutiva de Oxfam Internacional
Columnas de GABRIELA BUCHER