Sin profesionalismo
El sistema universitario boliviano ha quedado devastado tras una crisis que provocó cinco muertes y le obligó a encarcelar a su principal dirigente estudiantil que, para colmo, resultó ser una persona con más de 20 años de permanencia en esa condición.
Pero el verdadero problema no está en un sistema, cuya podredumbre ha dejado de dar señales de cambio, sino en el futuro que les espera a las mujeres y hombres que estudian carreras profesionales, no sólo en las universidades estatales, sino también las privadas.
La dolorosa verdad es que Bolivia ha caído en una partidización espantosa en la que los cargos, especialmente públicos, ya no son confiados a los profesionales sino a los militantes, sin importar si éstos tienen formación o no. Este hecho, que fue primero tolerado y después alentado por el MAS, que en sus inicios casi no tenía profesionales entre su militancia, ha crecido al punto de echar raíces y convertirse en una norma.
Mientras en la mayoría de los países desarrollados se privilegia la formación profesional, los posgrados, la meritocracia y el talento, en el nuestro sólo hace falta ganar puntos con los dirigentes, mediante el activismo, para luego ser compensado con un cargo. Si tomamos algunos casos al azar, encontraremos que muchas responsabilidades que requieren formación específica son desempeñadas por personas que, incluso, carecen de diploma académico.
Este estado de cosas ha contagiado a la clase política boliviana y se la puede encontrar en todos los niveles de gobierno. En la Alcaldía de Potosí, por ejemplo, que es gobernada por el expresidente cívico Jhonny Llally, se tomó una ejemplar decisión hace poco más de un año: nombrar a un profesional con evidente preparación para temas de cultura y patrimonio en la secretaría destinada a trabajar en esas áreas. Los resultados fueron inmediatos, pues se descongeló la validación del plan de manejo de sitio, con la Unesco, y se retomó contactos con la cooperación española para reponer la escuela taller de artes y oficios cerrada por la mala decisión de un exalcalde.
Se estaba avanzando bien, sin partidismo, pero la organización política de Llally no toleró esa asepsia. Para colmo, la secretaría de turismo, cultura y patrimonio se atrevió a clausurar la obra ilegal de un concejal y esa fue la gota que colmó el vaso. Se le pidió que devuelva el cargo y él, que no tiene las mañas de los políticos que se aferran con dientes y uñas a un sueldo, dio un paso al costado.
Cuando escribía este artículo todavía no se conocía quién lo reemplazaría. Yo, que me muevo en esos círculos, veo difícil cubrir el espacio. A los políticos no les importa, como no les importan talentos, títulos ni conocimientos. Están fagocitando el país y el crecimiento del crimen es el resultado de su angurria de poder.
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA