El “Camino de la muerte” vuelve a la vida
Un nuevo estudio de WCS da cuenta que el otrora “Camino de la muerte” en los Yungas se ha convertido en un sorprendente refugio para la vida silvestre ahora que el tráfico vehicular ha disminuido en un 90%, gracias a la inauguración hace 15 años de una nueva ruta, mucho más segura.
El relevamiento se realizó en noviembre y diciembre de 2016, a través de observaciones directas y la instalación de 35 cámaras trampa a lo largo de 12 kilómetros en este camino y sus alrededores, así como en inmediaciones de Azucarani, un pequeño asentamiento en el Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Cotapata. Con estos métodos se registraron 16 especies de mamíferos medianos y grandes, y 94 especies de aves silvestres en total. Las especies que presentaron mayor abundancia fueron la paloma perdiz (Zentrygon frenata), el chuni (Mazama chunyi), la pava andina (Penelope montagni), el jochi pintado (Cuniculus taczanowskii) y la oncilla (Leopardus tigrinus). También se registraron aves endémicas como el pinzón boliviano (Atlapetes rufinucha), la cola de espina de corona clara (Cranioleuca albiceps) y el toro cari rufo (Grallaria erythrotis), así como especies vulnerables que incluyen el tinamú encapuchado (Nothocercus nigrocapillus) y una especie en peligro de extinción: el águila negra y castaña (Spizaetus isidori).
Este camino se habilitó en 1930 y con el paso de los años se convirtió en una de las rutas más transitadas del país por vehículos livianos y pesados, ya que se trataba del único acceso terrestre entre la sede de gobierno y el norte de Bolivia. Las características extremas de la carretera y del entorno (calzadas estrechas de menos de cinco metros, gran cantidad de curvas, abismos de más de 100 metros de altura, ausencia de defensas laterales, continuas lluvias y densa neblina) confluyeron con el elevado tráfico vehicular en una receta mortal para conductores y pasajeros. Se estima que entre 1999 y 2003 ocurrieron 200 accidentes anuales en promedio, que dejaron 300 muertes al año (Whitaker, 2006). De allí su apodo.
Durante décadas, la población clamó por una solución ante esta elevada mortandad. Anhelo que se concretó en 2007, con la inauguración de la carretera Cotapata-Santa Bárbara en la ladera de enfrente, mucho más segura y asfaltada. Gracias a esta nueva ruta, el flujo vehicular del “Camino de la muerte” disminuyó en más del 90% (Fariña, 2016) y, con ello, el número de accidentes y de muertes. Adicionalmente, repercutió positivamente en la recuperación de la biodiversidad circundante.
En efecto, los caminos de cualquier tipo causan efectos negativos directos e indirectos sobre la vida silvestre, como la mortalidad de animales por atropellos, la pérdida de conectividad de sus poblaciones y las alteraciones en el comportamiento animal y en la abundancia de sus poblaciones causadas por el ruido excesivo, la turbulencia del viento y la contaminación. Por ejemplo, especies como ranas, murciélagos y aves, que dependen del sonido para comunicarse, a menudo se ven profundamente afectadas por el ruido, que interfiere con las vocalizaciones que utilizan para la defensa territorial o el cortejo. Por ello, no sorprende que de 1990 a 2005 los guardaparques dejasen de ver rastros de mamíferos silvestres en los alrededores del otrora “Camino de la muerte”. Pero esta situación ha mejorado sustancialmente en los últimos años, tal como muestran los resultados mencionados.
Considerando la ausencia de trabajos previos en esta ruta sobre el relevamiento de vida silvestre, este estudio contribuye con información valiosa al conocimiento de la riqueza y abundancia de mamíferos y aves silvestres, siendo un instrumento relevante para realizar un monitoreo a largo plazo. Por otro lado, evidencia la resiliencia de la naturaleza cuando se encuentra en estado silvestre, así como la importancia de la conectividad para la conservación de las áreas protegidas.
Columnas de GUIDO AYALA