El país se va a pique
Es inútil. Podemos esforzarnos al máximo para intentar arrancar del MAS un mínimo de racionalidad técnica y política, pero no lo lograremos. El MAS ha demostrado a lo largo de casi dieciséis años que es incapaz de ceñirse a los hechos, razonar de forma lógica y tomar decisiones que convengan a la mayoría.
Cuando se disponía de ingentes recursos por el alza de precios internacionales de las materias primas, se le recomendó crear un fondo de estabilización o distribuir el dinero del gas directamente a los ciudadanos. Se negó. Tampoco quiso escuchar los prudentes consejos de economistas que recomendaban máxima prudencia en la contratación de deuda. El saldo está a la vista: el Gobierno está endeudado con acreedores internos y externos, pero no será el que pague esa deuda. Cuando todo el país pedía respeto a la integridad de las áreas protegidas, hizo oídos sordos y lanzó la construcción de la carretera por el TIPNIS.
Cuando toda la sociedad aceptaba que el respeto a la Constitución era un principio esencial de convivencia, el MAS fue capaz de respaldar la violación del artículo 168, de no cumplir el mandato del referéndum del 21F y hasta más: se embarcó en un fraude electoral grotesco. Donde todos vimos una burla a la voluntad popular, el MAS vio un golpe e inventó una narrativa para buscar venganza contra quienes lo habían puesto en su sitio. Ha mentido tanto que se ha convencido de su propia mentira.
En las elecciones de 2020, casi todos vimos la oportunidad de retornar a una vida política normal, y a una convivencia pacífica entre bolivianos. En cambio, el MAS vio la oportunidad para acumular más poder, para intentar instalar como verdad incuestionable su propia versión particular y torcida de los hechos y para borrar las evidencias de su corrupción rampante.
Y ahora llega este asunto del censo.
Desde 2012, el MAS ha tenido diez años (menos once meses) para preparar el censo, y dinero no le ha faltado. Es obvio que el censo se puede hacer en 2023. También, que existen otras alternativas perfectamente viables para saber cuántos somos y dónde estamos, pero la cuestión no es esa. El MAS no quiere censo porque no quiere correr el menor riesgo de perder escaños y curules en la Asamblea Legislativa que se instalará en 2025.
La sociedad civil exige censo y está en su derecho. Pero el MAS está decidido no sólo a jugar sucio, estropeando acuerdos perfectamente viables, sino que, con gran desprecio e imprudencia, ha decidido invadir Santa Cruz con sus soldados civiles para aplacar la demanda por el censo y silenciar al comité cívico. En Santa Cruz, la sociedad civil resiste valientemente el asedio masista, pero la buena voluntad de los cruceños podría ser insuficiente ante hordas pagadas y apoyadas por una vil Policía.
Esta coyuntura puede enseñarnos otra cosa más: la oposición al MAS no puede hacerse desde comités, pititas, plataformas, grupos de oración, coordinaciones ad-hoc y diputados con formación insuficiente. Si queremos hacernos escuchar e influir en la marcha del país, los opositores debemos constituir partidos políticos dignos de ese nombre. Es decir, entidades que agrupen voluntades de muchos individuos porque comparten una interpretación de la historia, una imagen del futuro, parecidos principios y valores, y porque quieren dirigir la marcha de la sociedad.
El socialismo ha fracasado en todo el mundo. Su interpretación de la historia ha resultado una falsedad completa; donde ha llegado al poder ha sido por medio de la violencia, el engaño o la invasión, y los resultados de su gestión son desastrosos. En todos los países donde se ha hincado, el socialismo ha generado pobreza y muerte. Eso lo sabemos todos; pero los masistas, no. A la ensalada absurda de explotación, luchas de clases, partido del pueblo, líderes heroicos y de una supuesta partera de la historia, el masismo ha decidido añadirle el horrible condimento del racismo. El resultado es una doctrina extrema, equivocada, irresponsable y cruel.
Un partido opositor al MAS debería tener un discurso de recambio, una militancia organizada en un aparato y líderes claros y visibles. A mi modo de ver, la única doctrina alternativa, la única argamasa capaz de unir voluntades diversas en un país con grandes fracturas estructurales, es la doctrina liberal. No el neoliberalismo, ni ningún brebaje adelgazado y edulcorado, sino el liberalismo puro, tal como fue concebido por sus grandes pensadores, de Tocqueville a Bastiat, de Smith a Berlin, de Mises a Hayek, de Rothbard a Friedman, y cómo no, de Alberdi a Pazos Kanki, porque Iberoamérica ha dado también grandes pensadores liberales.
Donde el masismo propone Estado plurinacional fuerte, identificación étnica, empresas públicas, lucha de regiones y de clases, militantes-soldados, corporativismo, prebendalismo y manipulación electoral, el liberalismo debe levantar las banderas de la democracia, la justicia y el Estado de Derecho; la defensa de la propiedad privada y el mercado; el Estado pequeño, eficiente y descentralizado; una sola nacionalidad, hecha de ciudadanos libres e iguales en deberes y derechos –especialmente el innegociable principio de que cada ciudadano tiene un voto y que todos los votos valen lo mismo- y la clara diferencia entre los intereses de un partido y los del gobierno.
Al atacar a Santa Cruz, el MAS ha terminado de quitarse la máscara. Ya no finge ser demócrata, nunca lo ha sido. Ahora nos muestra su peor rostro: el del odio por el progreso, la democracia y las libertades. Quieren aplastar y pisar, y si es necesario matar, lo harán otra vez.
A esta bestia retrógrada y conservadora debemos oponerle un núcleo político fuerte y coherente, que no resultará de la buena voluntad de algunos líderes ya enmohecidos por el reposo, sino de la actividad incansable de operadores e intelectuales que pueden tender los puentes mentales, compartir las ideas centrales, animar la participación de los ciudadanos, levantar los ánimos y generar el discurso, la organización y el liderazgo que el país necesita desesperadamente.
Porque es claro que, de otro modo, nos iremos a pique. El paraíso del socialismo indio nos espera a la vuelta de la esquina.
Columnas de GONZALO FLORES