Evo, el forzador
Quienes pregonaron que la división en el MAS no era más que un sainete que iba a derivar en la presentación de una candidatura única —e imbatible luego de tanta publicidad gratuita— deben estar mordiéndose la lengua al revisar las listas de candidatos.
Al final, Evo no logró inscribirse y esa es la noticia más importante de la inscripción de candidatos para las elecciones generales del 17 de agosto. Por qué no consiguió su objetivo es tema para otro análisis porque prefiero centrarme en la terquedad que está demostrando y apunta a convertirse en el rasgo con el que pasará a la historia.
Los personajes históricos siempre tienen algún rasgo prevalente y, si no lo tienen, pues ese es su rasgo. Bolívar fue el Libertador, Sucre el organizador y Santa Cruz el hombre de la confederación. Cada uno de ellos tuvo otros rasgos igualmente destacables, pero los recordamos por los mencionados, porque son los que perduraron hasta nuestros días.
Franz Tamayo fue un presidente frustrado, pero se lo recuerda como poeta, mientras que en el otro extremo está Mariano Melgarejo al que se considera un borracho desquiciado y se habla poco de su gestión presidencial.
¿Cómo recordará la historia a Evo Morales? Esta persona ganó elecciones por mayoría absoluta y convocó a una Asamblea Constituyente que, irónicamente, forzó una Constitución cuyo principal rasgo es la inclusión de las mayorías marginadas. Más allá de los debates sobre el denominado proceso de cambio, pudo retirarse luego de ese triunfo, adornado con la falsa nacionalización y los números mentirosos de una economía que se benefició con la venta de gas —a su chaco, con su quinceañera, como él mismo confesó, alertando sobre sus cuestionables preferencias sexuales—, pero quiso quedarse. Le fue mal en el referendo, porque Bolivia le dijo “no” y él forzó su candidatura y así fue reelegido. Siguió forzando y forzando, hasta que el pueblo se levantó y lo obligó a irse. “Llorando se fue”, pero volvió y quiso seguir siendo millones… de dólares. No le fue bien, porque ya no era el “jefazo”, pero siguió forzando.
Lo que confirmamos en los últimos meses es que Evo Morales se acostumbró a hacer su voluntad y, si no lo consigue por las buenas, lo logra por las malas, a la fuerza, “le mete nomás”. Y esa imposición nos la mete con bloqueos o marchas, aún fofas o haciendo el ridículo usando máscaras.
La legislación boliviana le ha cerrado más postulaciones, aunque él y sus áulicos zapateen con el desgastado, y desmentido, argumento de un inexistente “derecho humano” mientras que la doctrina jurídica dice que los mandatos no son eternos, porque se debe permitir la renovación de los mandos, pero él y los suyos no entienden: “No se oye, tata… no se oye, jilata”. A Evo no le importa la ley porque, como ya lo dijo, para eso tiene sus 200 abogados que adaptarán las interpretaciones jurídicas a su conveniencia.
No le dejaron inscribirse, pese a que volvió a forzar una nueva postulación, a título de un mandato popular que solo fue expresado por sus acólitos, y ahora amenaza con convulsionar el país. O sea… le meterá una rabieta, se vengará porque no le dejaron forzarnos de nuevo.
¿Cómo pasará a la historia? ¿como el que fuerza las cosas, como el que consigue a las malas lo que no le permitieron por las buenas? Que alguien le advierta que uno de los sinónimos de forzar es violar.
El autor es premio Nacional en Historia del Periodismo
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA