El karisiri, una bestia chupagrasa

Cultura
Publicado el 06/08/2019 a las 0h00
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Caminar en la oscuridad es aún un acto aterrador para muchos pobladores de Cochabamba y de otras regiones del país, especialmente para los campesinos, quienes se espantan con la idea de encontrar en su trayecto a un “karisiri”, el famoso ser misterioso que data de épocas poscoloniales y que, de acuerdo a la tradición oral, se dedica a robar grasa de los cuerpos humanos sin dejar rastro alguno.

Respecto a este individuo noctámbulo, mucho han escrito varios autores y coinciden en señalar que se trata de un personaje mítico, tal vez uno de los más conocidos de Bolivia en las zonas quechua parlantes.

Se trata de un “hombre grande que deambula a partir de medianoche”, sin importarle si la luz de la luna ilumina o no su trayecto. Tiene especial habilidad para desplazarse en medio de la oscuridad; aparece de la nada y se pierde del mismo modo, incluso cruzando los arbustos más espinosos que pudieran impedirle el paso. Suele ocultarse mimetizado entre los “tacos” (algarrobos), cactus y acacias.

Cuentan que un día Eufronio, un hombre de unos 48 años, disfrutaba de una velada cerca de su casa de adobe, en la tienda de doña Flora, la chichera, allá por la represa de la Angostura. Estaba celebrando el nacimiento de su sexto nieto, el hijo de su menor heredera Celestina.

Dicen que el desafortunado hombre no se percató de la hora porque se había sumergido en una gran borrachera entre tutuma y tutuma de chicha hasta quedar completamente ebrio.

Tambaleándose y en zig zag, avanzó hacia la ruta que lo conducía a su vivienda; era un sendero del campo muy apacible y silencioso cercano a la vía del tren.

“Dice que estaba completamente oscuro y que, de repente, las ramas de los eucaliptos parecían bailar asustadas junto a un fuerte viento, como anunciándole que nada bueno pasaría”.

Con el mundo que le daba vueltas en la cabeza, Eufronio habría logrado quedarse quieto y de pie ante un extraño sonido de campanillas chillonas que parecía acercársele más cada segundo. De pronto, quedó atónito y palideció de susto, recuperando su sobriedad instantáneamente. Se había topado con el karisiri, lo supo por las campanillas, aunque hasta ese momento siempre desestimaba su existencia al considerarla una historia de mal gusto.

 

Tiempo de espanto

Los vecinos del lugar cuentan no haber escuchado ruido alguno, pese a los frecuentes aullidos de los perros que habitan la zona y que suelen lanzar feroces gruñidos y ladridos por este ser peligroso que, según los relatos, acude vestido con una sotana café y larga amarrada a la altura de la cintura por una especie de cuerda de la que cuelgan algunas campanillas, además de un recipiente fabricado como bota (cantimplora) de cuero de chivo.

La historia cuenta que, al verlo Eufronio, desvaneció como por arte de magia y, aunque no llegó a perder la conciencia, relató a sus familiares que sentía una presencia con instintos y fuerzas superiores a las suyas que le impedían actuar, moverse o gritar. Estaba como hipnotizado. Dicen que quería escapar, pero no pudo. Y de a poco la pesadez de sus párpados lo vencieron para que no recuerde más.

El misterioso personaje que lo atacaba habría sacado del bolsillos un cuchillo grotesco y filudo fabricado con un mango rudimentario. Sostenía, además, un alambre hueco y, sin prisa alguna, se tomó el tiempo y la grasa que quiso de Eufronio.

Empezó punzando la piel de la víctima con la afilada punta del cuchillo de metal, e introdujo luego el alambre con una técnica impresionante, ubicando el fierro en los puntos de mayor concentración adiposa, como cavando un túnel de escape para que por presión salga la grasa del vientre del campesino. Depositaba su valiosa adquisición humana en el bolsito de cuero, un material idóneo para conservar en buen estado las adiposidades del organismo, como el vino.

Las habilidades del karisiri (¿o brujerías?) impiden a las víctimas derramar sangre.“El pobre Eufronio despertó adolorido al día siguiente, a un lado de la riel que va al valle alto”, por el kilómetro 19. “Pero nunca más volvió a ser el mismo; comenzó a sentir tristeza y desde ese día no dejó de adelgazar, hasta que falleció”, relata con aire misterioso Justino Huarachi, quien vivía en la Angostura. Sucedió en la década de los 70.

Como ésta, decenas de historias se transmiten de generación en generación, difundiendo los malévolos ataques de karisiris. Y cuando un padre de familia no regresa de noche a su hogar y es hallado ante la insistencia de la familia, los hijos gritan: “Kaypi kachkan papasuyki”, que en quechua significa “aquí está mi papá”, en señal de alivio.

Aunque existen cientos de historias sobre el karisiri, ninguna ha sido comprobada científicamente. Curiosamente, todas coinciden en señalar que, terminada la “liposucción criolla”, el monje pone una especie de ungüento aceitoso sobre los pequeños cortes por los que aspira la grasa. Luego se levanta e inicia su lenta retirada, repartiendo a su paso el incómodo repique de sus chillonas campanillas.

Versiones de distintas zonas afirman que, tras el ataque de este ser espantoso, ninguna víctima recuerda lo que le sucedió. Sólo una sensación molesta de dolor abdominal que se asemeja a una “makurka”.

“Dicen que despiertan al día siguiente adormecidos y cansados. Y cuando ven sus heridas se dan cuenta que fueron atacados por un karisiri”, cuenta temerosa Miguelina Vera, una vaquera del valle alto.

También asegura que sabe de pocas víctimas mortales. “Sólo sienten fatiga, desgano, sueño y paulatino enflaquecimiento”. Sin embargo, otros testimonios —como el de Marco Calizaya, de Ushpa Ushpa— aseguran que cuando “se le pasa la mano”, por extraer demasiada grasa del cuerpo elegido, la víctima estará condenada a la muerte.

“Irá adelgazando y debilitando con mucha rapidez. Su rostro jamás volverá a ser el mismo; el tono de su piel empalidecerá hasta el fallecimiento”, cuenta.

 

La explicación lógica

Muchas razones se tejen detrás de este cuento, intentando explicar el mítico suceso. Una de ellas afirma que este tipo de relatos ayudaron desde las épocas coloniales a mantener un estricto control social entre los pobladores durante las noches, para evitar que permanezcan fuera de sus hogares, ya sea consumiendo bebidas alcohólicas, engañando a sus mujeres, o planificando sublevaciones.

Por ello se han transmitido de generación en generación, causando nerviosismo, pánico y dudas entre chicos y grandes. En el campo creen que este individuo fantástico es una especie de yatiri endiablado que se ocupa de obtener grasa del prójimo para realizar sus conjuros, preparar las qhoas y realizar curaciones. Hay quienes aseguran que se trata de un religioso que fabrica, a partir de la grasa humana, velas para los oratorios. Incluso popularmente se difundió que los santos óleos empleados por la Iglesia provenían de esta materia convertida en ungüento.

Otras versiones explican que la adiposidad humana sirve para fabricar efectivas y costosas barras de jabón criollas y cremas, que incluyen además a la capa de grasa que envuelve a un bebé recién nacido.

 

 

TRADICIÓN ORAL

CONTROL SOCIAL COMUNITARIO

- En el valle alto existe especial temor y cuentos sobre el karisiri y a sus trabajos nocturnos.

 

- Las personas adultas y los estudiantes son los principales amplificadores de este mito.

 

- Ésta y otras historias de la tradición oral en un modo de ejercicio de control social para evitar las “escapadas nocturnas” de los pobladores

 

 

Zonas donde se le teme

Por todo Bolivia se expande este mito, principalmente en los poblados rurales.

En Cochabamba está muy presente en zonas como Capinota, Tapacarí y en el valle alto (Punata, Tarata, Arani, Arbieto, Santiváñez).

 

Variantes de su nombre

El karisiri, también llamado kari kari y lik’ichuri en aymara, ñakaj, ñak’aju o pishtaku en quechua (en español significa “el que corta”). Karikari seconoce como el acto de extraer un pedazo de grasa de las personas, y enfermar a sus víctimas mortalmente, por ello tiene que ver con arrebatar el alma o ajayu.

 

Personaje sin rostro

Todos los relatos del Karisiri indican que el misterioso personaje jamás muestra su rostro. En todo caso, este relato se ha preservado a través del tiempo y ha dado lugar a un sinfín de variaciones que mantienen, en parte, la esencia del extraño ser “robagrasas”.

 

HOMERO CARVALHO OLIVA

El arte de contar las historias mágicas

Uno de los autores modernos de Bolivia que ha escritor sobre mitos y leyendas es Homero Carvalho Oliva, quien afirma que pretender hablar de los mitos sin siquiera conocer de su espiritualidad es prácticamente imposible.

“La comprensión de los seres sobrenaturales, de los lugares sagrados y de las energías secretas y cósmicas que las definen” permite “mirar integralmente la realidad” de un país “tan diverso y tan único” como Bolivia.

Este autor compiló 120 personajes en su libro de cuentos y leyendas basado en las historias que le contaba su abuela, Nemecia Mercado, y los que escuchó de los pueblos indígenas amazónicos en su región natal Beni, además derevisar diccionarios de antropología, mitos y mitología.

 

 

MÁSCARAS

Las Añas, los rostros del alma de los guaraníes

Las máscaras forman parte fundamental de los ritos y bailes tradicionales de Bolivia. Cada una posee un distinto significado, según su procedencia, y existen a lo largo de cada una de las regiones del país: desde los andes, los valles y la Amazonía.

 

LAS AÑAS

Son máscaras características de la “Fiesta del Arete”, una celebración que rememora el reencuentro entre la vida y la muerta, en la región Guaraní.

El Aña (demonio o antepasado) es creada por un artesano local que obtiene del monte los materiales para fabricar la máscara. Allí se lanza al encuentro del espíritu del Aña y busca ser poseído, para luego construir la máscara. Por ello no hay una igual que otra.

La Fiesta del Arete se celebra sólo cuando hay buena cosecha. Después de realizar toda la ritualidad —esto es al final del carnaval—, las máscaras son lanzadas al río, porque se cree que ellas reúnen todos los males que deben ser lanzados al agua para que se ahoguen.

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