Clausura de un sueño, desde el escenario del teatro Achá
Micaela Pereira Aquino | Laboratorio de Periodismo UCB
Era un viernes por la mañana, cuando todos los participantes de la presentación de baile nos encontrábamos en las instalaciones del teatro Achá. Este teatro es un lugar emblemático para la ciudad de Cochabamba no sólo por su antigüedad, sino porque es básicamente el único teatro que tiene la estructura necesaria para ser categorizado como uno.
Hace unos cuantos años cerraron la sala para hacer reparaciones. Los que en algún momento se han presentado en este sitio cultural, o lo han visto con detenimiento, percibirán que el teatro era como un gigante majestuoso, envejecido por el tiempo y el maltrato humano. Por esta razón, muchos nos alegramos de que se le diera un descanso y ayuda para resurgir cual ave fénix de sus cenizas.
Supuestamente, las refacciones no durarían mucho, sólo lo necesario. Transcurrieron los días, las semanas, los meses, y, sin darnos cuenta, un par de años habían pasado. Durante todo este tiempo, se esperó con suma paciencia el retorno a las butacas y al escenario del Achá. Evidentemente, existen otros teatros en la ciudad en los que se hicieron eventos culturales, pero no era lo mismo. No estaba presente esa solemnidad del gran escenario, ni se podía experimentar ese momento de incertidumbre cuando entras en escena con las luces apagadas y, por un instante fugaz, te sientes completamente solo, pero de repente los reflectores se encienden y te das cuenta de que no lo estás, ves a tu público y exclamas mentalmente: “¡Oh, ahí estaban!”.
Cuando la ardua espera terminó, todos estábamos impacientes por volver a las puertas de nuestro querido amigo y saber qué tal le había ido en su etapa de vacaciones. Con los nervios a flor de piel, ingresamos al recinto para llevarnos una sorpresa más grande de la esperada, como una bofetada en la cara vimos que nada había cambiado. Evidentemente, al ser un lugar antiguo que conforma parte de nuestra identidad cultural, no se pueden hacer cambios a la estructura o al estilo del teatro. Sin embargo, a nuestros ojos el noble gigante avejentado al que habíamos dado un descanso seguía igual de cansado, sólo que con una manita de pintura. En ese momento, muchos sólo tuvieron un golpe más de realidad que dejaba en claro que el desarrollo del arte no depende de organismos mayores, que el arte ha sobrevivido y sigue sobreviviendo gracias al esfuerzo de sus difusores: los artistas.
En fin, este relato dentro de otro relato sólo trata acerca de mi experiencia como una pequeña niña, decepcionada por ver la sociedad que me heredaron y los desafíos con los que me tendría que enfrentar en el futuro. Aquel viernes por la mañana, con el que empecé esta historia, tampoco sabía que habría desafíos más grandes que la sociedad tendría que enfrentar.
Aquel viernes por la mañana, algunos de mis compañeros practicaban su presentación en el escenario. Mientras otros estábamos sentados en los asientos de los palcos analizando su interpretación. Cuando de pronto entró una mujer por el pasillo que divide las secciones de asientos y lleva directo al escenario. Por alguna razón, con su sola aparición sabía que algo no estaba bien. En mi mente, su presencia fue como esa escena de las películas cuando un trágico mensajero irrumpe en la fiesta para acabar con la diversión. Habló durante unos cuantos minutos con el director y luego se marchó.
Momentos después, el director reunió a todos los participantes para avisar que la función se cancelaría por la emergencia de la Covid-19. Según el decreto emitido por la presidencia, todos los teatros debían cerrar sus puertas y cualquier evento cultural sería cancelado.
Evidentemente, muchos se sintieron mal por todo el esfuerzo realizado: los trajes, las coreografías, las entradas y la utilería, todo había sido en vano. Sin embargo, entendían que era por un bien mayor: la salud. Todos alistaron sus cosas como en cualquier otra ocasión y se despidieron, prometiendo que se verían muy pronto. Aún recuerdo la voz del director diciendo: “Nos vemos pronto, chicos”, pero en sus ojos sólo se veía incertidumbre. Incertidumbre por no saber cuándo volveríamos a presentarnos en el escenario, o peor aún por no saber cuándo volveríamos a vernos. Y ahí quedó el gigante dormido, que muy pronto se convertirá en tan solo una reliquia del pasado.