“No soy lo que escribo, soy lo que tú sientes al leerme…”
Cuando uno escribe, plasma parte de su ser en cada letra. Fluyen pensamientos, salen sentimientos, se evocan recuerdos, surgen emociones y muchas reflexiones sobre la vida... la propia y la ajena. Y cuando uno lee, pasa lo mismo, fluyen pensamientos, salen sentimientos, se evocan recuerdos, surgen emociones y se reflexiona sobre la propia vida o la de tu lado.
Cuando uno escribe, recrea algo real o ficticio, puede olvidarse del momento y perderse en el tiempo o inventar un tiempo para perderse en el momento.
Cuando uno escribe, se endeuda con quien lo lee, pero es quien lee el que recrea lo que está leyendo y le resta responsabilidad al primero.
Cuando uno escribe se olvida del mundo y es como que el sol de manera cómplice parara y no te percataras cuando anochece; pero cuando uno lee, la prisa lo acoge, los ojos transitan por las letras buscando las palabras que juntas expresen lo que se espera encontrar. El mismo texto para uno puede ser revelador y para otro torturador.
Cuando uno escribe, la idea lo atrapa, lo ataja, lo amarra, se queda dando vueltas y vueltas en la cabeza, posando la mirada en el infinito, ignorando el contorno y simplemente soñando con ella; pero cuando uno lee, esa misma idea cobra vida propia; sentido y significado se direccionan para satisfacer la demanda del momento y en muchos casos parecieran dos escritos (uno del que escribe y otro del que lee).
Cuando uno escribe, no importa que sea una carta, un mensaje corto o un libro a veces no se dice nada y el lector entiende todo.
Cuando uno escribe lo hace en letra grande, cuando uno lee busca la letra chica, la reveladora, la que no está a la vista de todos, la que demanda esfuerzo para encontrarla, la que te saca de la zona de confort, la que la fuerzas a que te diga algo, la que te protege o la que te condena.
Cuando uno escribe, se conecta con el subconsciente, integra ideas y faltan las palabras (no es muy fácil hacerlo y por ello hay más lectores que escritores); pero cuando uno lee, ya es la conciencia la que interpreta esas ideas plasmadas y por supuesto aquí sobran las palabras.
Parece ser que el cerebro no hace grandes distinciones entre lo que lee y lo que en realidad experimenta, a veces cuesta distinguir si es la vida ajena o la propia la que se relata, el cerebro simula la acción que se lee y se genera empatía con el texto o con los protagonistas, especialmente cuando se tocan las fibras íntimas, las que socialmente no se revelan, las que es mejor que otros no se enteren.
Cuando uno escribe, piensa, medita, reflexiona, borra y vuelve a escribir, el tiempo se escurre dividido en dos, tres, cuatro o cinco horas escribiendo, y ese mismo texto el lector lo reduce a escasos minutos, hace fotos involuntarias en su mente, se pone atento y sensible a la vida de otros, como también puede tornarse duro consigo mismo, u otras veces hasta considera reconciliarse con el pasado que tal vez no sea mala idea.
Cuando uno escribe tiene un propósito…puede estar oculto y tal vez no.
Cuando uno escribe y encuentra a un niño que le reconoce en la calle, una anciana que le agradece, un colega que le cita, un amigo que le recuerda, un enfermo que le sonríe, un desconocido que le llama, una tía que le alienta o una mamá que le lee, sólo resta escribir ¡GRACIAS! por recordarme que “no soy lo que escribo, soy lo que tu sientes al leerme…” (Este febrero, cumplimos tres años juntos… yo escribiendo y ustedes leyendo).
JEAN CARLA SABA DE ALISS
Pedagoga Social / Life Coaching
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