Para aprender de grandes nunca es tarde
// Diego Bernardini //
La vida es aprendizaje. Desde que nacemos estamos incorporando estímulos, adaptándonos a un entorno. Así aprendemos a caminar, a hablar y a vestirnos; también un oficio o profesión, andar en bicicleta o jugar al ajedrez. Todo es aprendizaje y en medio de ello el tiempo como una variable, pero sólo eso. Por eso, así como aprendemos muchas cosas durante nuestra vida, también podemos aprender a envejecer, pero lo que es claro que aprender de grandes es una certeza, aunque también una opción personal. El filósofo catalán Salvador Paniker un día me dijo: “El día que no descubro algo nuevo, sea emocional o intelectual, es para mí un día perdido”.
Cuando me invitaron a la Universidad Nacional de Río Cuarto en Córdoba, me encontré con uno de los tantos programas universitarios que existen en Argentina para personas mayores. En ese momento había más de 1.800 personas mayores registradas como estudiantes y la demanda siguió aumentando en los años subsiguientes. Uno de ellos es Elías Harari, quien me confesó que “unos años antes de jubilarme tomé una decisión casi intuitiva como forma de prepararme para desarrollarme en esta nueva etapa que se me venía por delante. Comencé con los talleres de literatura y filosofía, y cuando me puse el traje de retirado, continué con los de psicología, cine y nuevas tecnologías. Es un ámbito abierto donde nos permite despertar nuestros talentos, habilidades, potencialidades que muchas veces están dormidos y ni siquiera nosotros los conocemos. Cada taller o actividad es como un laboratorio de revelado donde vamos descubriendo el rostro oculto de cada uno de nosotros, transformando en muchos casos un espíritu pasivo, gris y rutinario en otro brillante y colorido”.
Los programas universitarios para las personas mayores permiten, muchas veces, convertir en protagonistas a quienes transcurren la segunda mitad de la vida. Son espacios donde emergen nuevos valores, motivaciones y vínculos sociales. En palabras del mismo Harari, se valora más el ser que el tener.
Durante el proceso educativo, en los programas para personas mayores, se incorporan actividades que propician el estímulo cognitivo, un cambio sociocultural, la participación e inclusión a la que tantas veces se referencian las políticas públicas. Son programas que se constituyen un activo válido para la construcción de una nueva perspectiva basada en la vigencia como sostiene el paradigma de la nueva longevidad. En Argentina los tenemos no solo en Río Cuarto, sino en la ciudad de Córdoba, en Santiago del Estero, en Mar del Plata y también en la Universidad de Buenos Aires. En el mundo, existe la red de universidades amigables con las personas mayores formada por instituciones de educación superior de todo el mundo que respaldan con 10 principios su aproximación y apertura a los mayores. Aprender es parte del vivir un estímulo vital para el que nunca es tarde como el caso de la científica francesa Marie Curie que aprendió a nadar a los 50 años o el novelista León Tolstoi que aprendió a montar en bicicleta a los 67 años o el expresidente norteamericano Eisenhower que comenzó a pintar a los 58.
Asistimos a un cambio demográfico que aún no ha sido acompañado de un cambio de cultura. Un aprendizaje que aún nos debemos como sociedad tengamos la edad que tengamos porque para aprender, aunque se de grandes, nunca es tarde. Ejemplos sobran.
* El autor es doctor en Medicina, Universidad de Salamanca, España; profesor titular de Medicina, Universidad Nacional de Mar del Plata, Argentina, y profesor titular de posgrado, Fundación Barceló, Buenos Aires, Argentina.