¿Qué dirán de ti el día de tu funeral?
Hace apenas unos días, una amiga muy querida perdió a su papá. Fue en ese instante cuando, al ver de cerca la tristeza, el dolor y el sufrimiento humano, tuve en mi corazón muchas sensaciones que me hicieron reflexionar acerca de ese instante, pero sobre todo en las palabras de despedida, las últimas con las que te dirán adiós: las palabras con las que recuerdes a ese ser que ya no habita entre los vivos. ¿Qué dirán de mí el día en que tengan que despedirme? Es cierto que para algunos esto tenga relevancia, pero para otros no tanto. De hecho, más allá de que yo haya significado algo para alguien, está el hecho del deber cumplido para mí como persona.
¿Quién está a mi alrededor? ¿Quién ha venido a despedirme? ¿Qué hablan? ¿Qué comentan? ¿Qué huella he dejado en los demás?
Buenas personas casi todos lo fuimos, al menos el día de nuestro funeral. Pero ¿en realidad lo fui?, ¿lo estoy siendo? Cuando tu mente hace este tipo de barrido temporal, te das cuenta de que a veces no has sido tan bueno, que has hecho daño a muchas personas, que no te has comportado de la manera que hubieses querido con tantas otras, que no has ayudado cuando te necesitaban, que siempre estuviste pensando sólo en ti, en tu egoísmo de ser humano, en tus propias metas y sueños, que pocas veces tuviste empatía, que juzgaste más de lo necesario, que criticaste, que mentiste… en fin, que te equivocaste una y mil veces.
¿Y qué de tus sueños?, ¿recuerdas hoy cuáles eran?, ¿recuerdas lo que querías ser con todas tus ansias?, ¿dónde están, dónde se escondieron? Con el pasar de los años y las múltiples responsabilidades, dejaste que se diluyeran y hoy quedaron en el recuerdo. Pero ¿qué sueñas hoy cuando quizás tienes tiempo? Cuando quizás te queda poco, pero tienes vida, aún no ha llegado tu tiempo y no sabes cuándo llegará: por eso sueña, vuelve a soñar e intenta lograrlo, al menos así sabrás que has vivido con mucha intensidad.
¿Fuiste feliz?, ¿lo eres? Dice que no hay nada más triste que los ojos de aquel que mira al pasado con alegría y al futuro con tristeza.
No me refiero a que tu pasado no merezca un pensamiento y un recuerdo. Por supuesto que sí. Los recuerdos deben estar ahí. Son bonitos. Eternos. Y es lógico y normal tenerlos. Si hay algo que te hizo feliz una vez, repítelo. Si recuerdas momentos únicos que marcaron un antes y un después de tu vida, recréalos una vez más.
Y las huellas. Claro que es importante dejar huella, aunque sólo sea en nuestro entorno más cercano, pero que sea una huella de amor, de bondad, una huella que sirva de inspiración a tus hijos (si los tuviste), a tu pareja, a tus hermanos, a tus primos y amigos. No deja huella quien abandona, quien a su paso sólo lastima y se aprovecha de las personas, no deja huella el egoísta, no deja huella el traidor, no deja huella tu aspecto físico, ni cuantas fotos te tomaste para las redes, no dejan huella tus mil operaciones para no envejecer, no deja huella lo superficial, no deja huella la vanidad, no deja huella el desamor ni la falta de compasión; por el contrario y como decía sabiamente la madre Teresa de Calcuta: “No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin sentirse mejor y más feliz”. Eso sí deja huella, el hacer feliz a los demás y demostrarles cada día que estamos hechos más de amor que de odio.
Por eso hoy quiero pedirte que hagas este ejercicio cada vez que puedas: tiene un poder enorme para centrarte y hacerte pensar en lo que quieres de verdad, en lo que quieres conseguir, en cómo quieres ser. ¡Aún tienes tiempo, sólo hazlo!