Me olvidé de vivir
Ése es el título de una de las canciones más importantes de Julio Iglesias, el que precisamente volví a escuchar después de mucho tiempo, en estos días. Esta canción, y en parte algo de la letra, me hizo reflexionar sobre las veces que en realidad nos olvidamos de vivir, cuando sin percatarnos olvidamos que no hay opción de rebobinar, que no hay opción de retroceder, la vida siempre se juega hacia adelante, una vez que se hace una movida no hay retorno. Y el tiempo es nuestro único recurso. Al final de cada día una casilla más del calendario pasa de la columna del presente a la columna del pasado. La vida es uno de esos juegos donde sólo hay la posibilidad de avanzar.
Y entonces todo lo que hagamos tendrá también que ver con nuestras metas y lo que en realidad queremos conseguir en la vida, tendrá que ver con el orden que le demos a las cosas más importantes, tendrá que ver con la importancia que tengan, pero tendrá que ver, en especial, con lo que decimos que nos importa y lo que en realidad estamos haciendo con nuestras vidas, la brecha entre nuestras convicciones profundas y los miles de compromisos que nada tienen que ver con esas convicciones que decimos tener.
Y un día nos damos cuenta de que estamos llenando nuestras vidas de cosas que no queremos hacer, pero que todos días las hacemos y las repetimos; y lo peor: sabiendo que el tiempo no vuelve, ¿por qué pasamos nuestros días sumergidos en una red de compromisos que no queremos, que no coinciden con nuestras convicciones, enredados en asuntos insignificantes?
Y entre la cuna y la tumba vamos desperdiciando valiosos momentos que nunca más volveremos a experimentar ni a repetir.
Un padre ocupado que nunca tiene tiempo para su familia de pronto encuentra tiempo para buscar clínicas, psicólogos y médicos para tratar a su hijo que se metió en drogas; una pareja que estaba demasiado ocupada para dedicarse tiempo entre ellos de repente encuentra cantidades enormes de tiempo para buscar abogados y eternas horas en la corte cuando el matrimonio se destruye; un adicto al trabajo de repente dispone de 24 horas al día para preguntarse el significado de la vida cuando en el diagnóstico viene la palabra “maligno”.
Cuando miremos por el espejo retrovisor de nuestra vida, ¿encontraremos un legado que nos deje profunda satisfacción? ¿O veremos un puñado de una vida caótica?
Sólo tenemos un intento en esta vida y no nos permite ensayos, porque nuestra última escala, no importando dónde vivas, cuánto tengas y los títulos que obtuviste, estoy segura de que será en la cama de hierro en un hospital, bajo un techo que no es el tuyo y con personas que quizás ni siquiera conoces y ahí, en esos últimos instantes, si tienes la posibilidad, sólo te preguntarás si le dejaste un legado a tus hijos, si fuiste una buena persona, si viviste a plenitud.
Revisa tus prioridades, de eso se trata, es momento de ponerlas en orden, es momento que dejes de dedicar tanto tiempo a cosas que realmente no tienen relevancia, a cosas que no van a aportar ni a tu vida y menos a la de los demás. Reordena, simplifica, deja de lado todo lo que podrías y enfócate en lo que DEBES hacer.
No se puede pausar el tiempo, necesitas estar enfocado en lo que realmente es importante, vive en el ahora y disfruta cada instante del milagro de estar VIVO. Ni el dinero, los títulos y menos las posesiones irán contigo a tu última morada.