¡A cascarle! De algo hay que morir
Como he previsto, la artillería de la propaganda electoral del Gobierno está centrada en mostrar los logros económicos y sociales. Afirman que ellos son únicos garantes de estabilidad financiera y la continuidad del crecimiento del producto. Sostienen que todo va bien, que no hay ningún atisbo de crisis, que ésta es inventada y anunciada desde hace años por los opinadores, opositores y otras hierbas del pantano neoliberal. Por supuesto, los dueños del poder entienden crisis como sinónimo de hecatombe económica y desastre social terminal. Ahora gozamos de salud infinita.
Permítanme, en esta oportunidad, hacer una analogía médica para analizar la situación económica del país desde una perspectiva alternativa al fanatismo de la secta del proceso de cambio, que ve el futuro luminoso y el mundo en blanco y negro muy acorde con el momento electoral.
Una persona va al médico y presenta los siguientes problemas: tiene una fiebre muy alta de 40 grados; dolor agudo en el abdomen que, después de una tomografía, se ve que es un cáncer que hizo metástasis; además, tiene una hemorragia interna severa, la presión está muy alta, los riñones han dejado de funcionar y los pulmones están comprometidos por años de fumador compulsivo. Respira tan sólo con un 20 por ciento de ellos.
Después de un intensivo análisis, muchas pruebas y exámenes, los galenos concluyen que el paciente está al borde de la tumba. Recomiendan la extremaunción, y serena resignación a la familia.
Pasando al mundo económico, esto equivaldría a una crisis económica brutal donde hay hiperinflación, recesión económica, desempleo galopante, desabastecimiento de alimentos, convulsión social y política, especulación con el tipo de cambio e incremento de la pobreza. La economía, al borde de la muerte y un Estado fallido. En pocas palabras, con estas dolencias económicas, nos encontraríamos en 1984 en Bolivia o en los últimos cinco años en Venezuela. Es decir, una crisis económica y social en su etapa terminal.
La economía nacional está muy lejos de la situación descrita, pero tampoco estamos en el paraíso. Una gestión responsable de la economía no debía esperar estar al pie del cadalso para actuar. Una crisis de salud tanto de una persona como de una economía presenta, primero, síntomas de diversa índole, que, diagnosticada a tiempo y corregida con prontitud y precisión, puede convertirse en una oportunidad para mejorar la salud y transformar estructuralmente la economía y la sociedad.
Otra persona, de apariencia lozana, va al médico. Se la ve feliz aunque algo subida de peso. Su primera batería de exámenes presenta varios indicadores fuera de los parámetros estándares. La presión arterial está alta (150/95); los cachetitos están de un rojo tomate pellizcable; el perímetro abdominal es de 150 cm, hecho que hizo que los amigos lo llamen Maradona, porque lleva la hinchada por delante; por las venas le circula un otrora rico tocinito; el colesterol está en 200 mg/dl; las glucemias en ayunas sobrepasan 140 mg/dl, razón por la cual el compañero ha hecho suya el grito de guerra de Celia Cruz: “¡Azúcar, papito!”.
No obstante su apariencia saludable, el amigo en cuestión está con problemas, algunos reversibles con un tratamiento de prevención, dieta, ejercicios y remedios. Es decir, necesita un cambio en el modelo de vida.
Haciendo el salto al ámbito económico, la situación macroeconómica y estructural también presenta indicadores que, de hecho, ya son dolencias económicas serias y/o podrían desencadenar una crisis. Veamos algunos de ellos. Datos de la coyuntura: Las finanzas públicas registran cinco años de déficit público, en promedio anual 6,6 por ciento del producto; cuatro años de déficit comercial superior a mil millones de dólares también en promedio anual; caída de las reservas internacionales en cerca a 8.000 millones en cinco años e incremento de la deuda externa, pasando en pocos años del 14 al 24 por ciento del PIB; tipo de cambio real apreciado en torno de 25 por ciento; subsidios a la gasolina y el gas natural.
En cuanto a los indicadores estructurales: a partir del 2013: desaceleración del crecimiento económico y detención de la reducción de la pobreza, medida por ingresos; baja productividad; baja calidad de los servicios de salud y educación y ninguna diversificación productiva. Además, se sufre de baja rentabilidad de la inversión pública; incremento de la desinstitucionalización y aumento de la corrupción.
Los médicos del Gobierno relativizan e ignoran todos estos indicadores, al igual que lo hacen algunas personas que no cuidan su salud. Y como están en campaña electoral, usan todo tipo de eufemismos, florituras verbales y siutiquerías políticas, que enfatizan sólo algunos temas, como el crecimiento del PIB, pero hacen desaparecer, en base a la propaganda, toda la compleja sintomatología presentada anteriormente. Se engañan frente al espejo. La economía está muy bien alimentada, está robusta, es de buen comer. Y como son tiempos donde la política manda a la economía, la consigna es “cascarle” sin medida ni clemencia al modelo primario exportador depredador del medioambiente y amante del consumismo. Al final, “de algo hay que morir”.
Economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.