Gonzalo Mendieta y el liberalismo

Columna
POLÉMICA
Publicado el 24/03/2016

En su columna dominical en este matutino, Gonzalo Mendieta escribió una crítica al liberalismo boliviano sobre la que quisiera decir algunas palabras. Plantea Gonzalo que el liberalismo de hoy: a) no tiene más que un discurso negativo, de rechazo al exceso de poder y a la falta de cumplimiento de la ley; b) no tiene respuestas específicas, sino las universales, a los problemas bolivianos, uno de los cuales es la existencia en el país de un importante y poderoso mundo corporativo; c) a diferencia de la izquierda, el liberalismo no tiene una tradición intelectual nacional a la que aferrarse; d) hoy no tiene quién se vindique como parte de él.

Voy a comenzar por el final. En realidad, hay muchos intelectuales y profesionales, pero también empleados, estudiantes, etc., que se sienten o son liberales, sobre todo en Santa Cruz, donde podría decirse que la corriente fundada por Locke y Smith tiene un carácter “de masas”. Además, elementos de liberalismo se hallan explícita o implícitamente incorporados en los programas de los partidos opositores y en la ideología de las principales instituciones bolivianas: desde la Constitución hasta la Iglesia Católica. Las encuestas han probado que buena parte de la votación por el “no” en el referendo del 21 de febrero tuvo una motivación liberal o semiliberal. En fin, existen datos para creer que la “orfandad” de los liberales de la que habla Mendieta ya no es tal; este juicio era válido para el periodo 2003-2009, entre el año de la caída del neoliberalismo y la fecha en que se aprueba la nueva Constitución –que está bastante impregnada de liberalismo–; e incluso hasta 2014, año en que se readmitió a las antiguas elites neoliberales en la política nacional. Para dar un ejemplo, Estudiantes por la Libertad o la Fundación Nueva Democracia pueden reunir a cientos y hasta miles de personas en las actividades que organizan en la capital cruceña.

Pasemos. Para justificar su afirmación de que los liberales no tenemos “abuelos”, esto es, predecesores de los que acordarnos y sentirnos orgullosos; en suma, para explicar por qué supuestamente hemos perdido nuestra tradición, Gonzalo se acuerda de que Alcides Arguedas fue director del liberalismo durante un tiempo y se pregunta quién quisiera declararse arguediano en este momento.

En cuanto a este punto, Mendieta tiene y no tiene razón. Por un lado, es cierto que no sólo los liberales, sino en general los bolivianos desconocen casi por completo las raíces intelectuales de su cultura, de dónde vienen sus ideologías, sus políticas públicas, sus instituciones; es decir, desconocen su historia, y en particular su historia intelectual. Pero ésta es una carencia común a todas las corrientes y aun a todos los emprendimientos bolivianos.

Dice Mendieta que los izquierdistas están mejor, ya que han sabido usar ciertos episodios y ciertos personajes para alimentar un mito histórico sobre la justeza y la inevitabilidad de su causa. Esta aseveración, sin embargo, olvida que el liberalismo no puede hacer lo mismo que sus adversarios, puesto que, en tanto corriente racional, descree de los mitos personales y los caudillos, considera a todos los seres humanos falibles y prescindibles, y se opone a cualquier reducción del devenir histórico a una lógica extrahistórica (“nación versus antinación”, “soberanía versus entreguismo”, etc.) En ese sentido, el liberalismo siempre estará en desventaja respecto al socialismo, al mismo tiempo que siempre tendrá razón sobre él.

Y sin embargo, la primacía de la mitología nacionalista sobre el racionalismo liberal se está perdiendo, con lo que la crítica de Mendieta va quedando desactualizada: los homenajes retóricos a los “Tupaj” y a los “Che” ya no resuenan igual que hace cinco años. La gente se está aburriendo de la interpretación mítica de la historia y en cambio parece nuevamente abierta a opiniones más racionalistas.

 Por otra parte, si fueran más cultos, los liberales tendrían una enorme prosapia de la que presumir. Su tradición comienza con los héroes que destruyeron el régimen colonial y adoptaron entonces un ideal liberal: Bolívar, Sucre, San Martín y todos los demás líderes independistas, inclusive los del “ala izquierda y revolucionaria”, como Castelli, Moreno y Belgrano, fueron liberales. Todos ellos eran militares y políticos, igual que Eliodoro Camacho, creador en Bolivia del Partido Liberal. Camacho es uno de nuestros principales héroes de la Guerra del Pacífico y puesto que nunca pudo acceder al poder, éste no lo manchó. En el campo del pensamiento hubo liberales muy destacados y destacables, como Sánchez Bustamante, Agustín Aspiazu, Arguedas, Francovich, Ostria… y en el momento actual, HCF Mansilla, Jorge Lazarte, Roberto Laserna, etc.

El liberalismo ha sido siempre un pensamiento “negativo” respecto al poder, como institución de gobierno, y al “poder” en el sentido lato del término, es decir, como capacidad de hacer y transformar. Enfrentado a las “políticas de la fe”, pletóricas de confianza en la capacidad de los seres humanos para construir el paraíso terrenal, el liberalismo es una política del escepticismo, es decir, se concentra en la posibilidad de evitar el infierno. No propone un camino para lograr la felicidad, sino para impedir, hasta donde sea posible, el dolor.

Ahora bien, esto no resolvería la carencia fundamental del liberalismo boliviano, que anota correctamente Gonzalo en la parte de su argumentación que comparto plenamente: la ingenua creencia de que las recetas universales, racionales e ilustradas, como la igualdad de los hombres ante la ley, o el voto como mejor medio de elección del gobierno, o el respeto a las minorías, son suficientes para quitarle validez o sustituir el predicamento de las razones emocionales y simbólicas a las que se inclinan los pueblos, en especial aquellos que no cuentan con instituciones fuertes y operativas, capaces de eliminar los aspectos más peligrosos para el buen gobierno de las adhesiones sentimentales, la retórica y el personalismo. Es verdad que el patriotismo, por ejemplo, o, para usar el mismo  caso del que habla Gonzalo, el corporativismo, son fuerzas sociales poderosas y en muchos casos “congénitas” que el liberalismo no debe intentar eliminar, so pena de fracaso. También es verdad, según dice Gonzalo, que la alternativa a lo anterior, esto es, la coexistencia y simultánea regulación de estas fuerzas, no ha sido ni abordado ni teorizado ni mucho menos resuelto por el liberalismo boliviano.

 

El autor es  periodista.

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