La ciudadanía de baja intensidad
Los ciudadanos, los “analistas políticos” y en general la producción intelectual en las ciencias sociales, cada uno desde distintas dimensiones y a su manera, sugieren el grado de indefensión de la población que requiere que se respeten y promuevan sus derechos. Esto es aún más evidente en el caso de la creciente urbanización de ciudades y su entorno, que han perdido las capacidades institucionales y de gestión para la puesta en marcha de políticas públicas que atiendan las demandas ciudadanas y del bienestar colectivo.
Ya no es una novedad que la industria y los servicios de seguridad ciudadana, tienen un importante impacto en el hábitat forjando zonas de “exclusión”, que como señala, Zigmunt Bauman, están conformando un rostro urbano segregado y de aislamiento, no solamente en detrimento de las capacidades de interacción y reconocimiento social en los espacios públicos, sino que también producen una ciudad con murallas internas que intentan proteger a sus habitantes de la inseguridad y la presencia del “otro”, ese migrante o extraño siempre bajo sospecha.
Pero, estas condiciones producen y afectan también a otras dimensiones o escenarios del hábitat urbano. La especulación del suelo urbano y la mirada entre atónita y complaciente de autoridades locales y nacionales, ante la pérdida de cobertura vegetal, la afectación a los afluentes de agua y lagunas ubicadas en el entorno urbano, dibujan un rostro de emergencia ambiental permanente. Nuestra ciudad ha perdido esa cualidad por la que recibía calificaciones de valle encantador, del “verdor incomparable’, para ser un solar mustio y que sufre las agresiones cotidianas de quienes la visitamos cada día.
En esta locura generalizada, se ha constituido como comportamiento dominante, el “sálvese quien pueda”, se ha abandonado el sentido progresista del bien común y la solidaridad. Mientras una OTB reciba su planimetría que “consolida” legalmente su posesión, o que se logre asfaltar más vías de comunicación y se priorice al automóvil y se ignore al peatón, no es de interés el bienestar colectivo, no está en nuestra bitácora de vuelo la necesidad de construir un hábitat solidario, sostenible, amable, seguro e inclusivo. Al parecer ha permeado en los sentimientos y acciones de los cochabambinos el “le meteremos nomás”.
Un último añadido a esta catarsis y radiografía incompleta de “viva Cochabamba mayllapipis”, es el comportamiento dominante de autoridades, profesionales y técnicos de las administraciones del gobierno local, porque no tienen idea de la gravedad de la situación insostenible de seguir “construyendo” de esta manera nuestra ciudad. Esta actitud, no es una característica solamente de las autoridades recientes, constituye un efecto de la triste historia desde la década de los 70, de que “las obras entran por los ojos”. Ceguera institucional que se incrementó con la presencia de autoridades inmobiliarias quienes aumentaron la especulación del suelo urbano en zonas que requerían ser preservadas de su avaricia. El panorama se completa ahora, con el agresivo concurso de las megaobras, mientras más recursos y faraónicos proyectos, más reconocimiento de su contribución al “desarrollo urbano”.
Pero no siempre son malas las noticias y el panorama es sombrío. La emergencia de colectivos y grupos de ciudadanos que preocupados por la tierra asolada, se han planteado contribuir a la modificación de esas pautas de acción, el colectivo No a la tala de árboles, Masa Crítica entre otros, están sugiriendo que con acciones vigilantes y de movilización se está estructurando una ciudadanía más activa y que no se va a quedar sentada y desde la acera mirar a “Cochabamba pasar y pasar”. Tengan en cuenta quienes están de manera circunstancial como servidores públicos que surge cada vez más fuerte el grito que ¡Otra ciudad es posible!
El autor es sociólogo, miembro del EPRI.
Columnas de CESAR VIRGUETTI P.