Bolivia–Brasil
Algunas autoridades de Gobierno tienen una comprensión sui generis de las relaciones internacionales, producto del uso de diferentes parámetros de evaluación y adopción de decisiones. Si a eso se suma que una buena parte de nuestra política internacional hoy se la difunde vía Twitter, es fácil colegir que, además, las relaciones internacionales del país responden al estado de humor de las autoridades.
Nadie duda de que Brasil atraviesa un complejo proceso político que probablemente culminará hoy con la destitución de la presidenta Dillma Rousseff. Al margen de las legítimas interpretaciones de esa forma de proceder, hay que recordar que los opositores a la actual Mandataria han actuado dentro el marco jurídico del vecino país, por lo que hablar de “golpe de Estado” es una demasía que se puede comprender en Brasil, en encuentros de partidarios proclives a Rousseff, en círculos académicos y periodísticos, pero de ninguna manera en los niveles de Gobierno porque se incurre en injerencia en asuntos internos de otra nación.
Peor aún, amenazar (obviamente sin tener mucha idea de las dimensiones) con retirar a nuestro embajador en Brasilia si se consuma la destitución, olvidando, y no es poco, que nuestro principal comprador de gas y, por tanto, principal ingreso de dinero, es ese país con el que, por si fuera poco, con el que tenemos la frontera más extensa y en una correlación política regional cambiante.
Y precisamente para poder actuar con posibilidades de éxito en el complejo mundo de las relaciones internacionales las políticas sobre el tema se ejecutan a través del ministerio del ramo. Pero, ¿dónde están y qué misión cumplen las autoridades del Ministerio de Relaciones Exteriores del país que no se pronuncian sobre este tema?