¿Poner en relato la realidad o buscar la verdad?
Hace unas semanas, la directora del periódico La Razón, Claudia Benavente, en un par de entrevistas que hizo en su programa Piedra, papel y tinta, aseveró que no puede existir un periodismo objetivo ni independiente, sino solo un periodismo que es “una puesta en relato” hecha de palabras, sentimientos y posturas elegidos en función de las afinidades ideológicas del periodista. Benavente, a quien respeto como profesional, dijo además que no cree “en un periodismo independiente o absolutamente veraz”.
Considero pertinente verter algunos comentarios críticos sobre aquellos juicios, teniendo en cuenta que el periodismo es el termómetro de la cultura democrática de una sociedad y el momento polarizado por el que pasa Bolivia.
La historia y el periodismo siguen el rastro de las preferencias ideológicas y los prejuicios de quienes los escriben, incluso cuando sus autores son respetables y prestigiosos. Hay algunos casos, sin embargo, en que aquellos rastros prejuiciosos exceden, y por tanto tornan la obra un panfleto propagandístico o sencillamente una diatriba; en estos casos, la búsqueda de la verdad es lo último que encuentra el lector. Pero hay otros casos en que el profesionalismo periodístico e historiográfico supera a los propios tabúes y convencionalismos del autor, llevando la obra —y a sus lectores— a la búsqueda de la verdad; el polígrafo Gabriel René-Moreno puede ser un ejemplo de estos casos cuya obra, aunque no sea perfecta ni mucho menos, sobrevive en el tiempo debido a su meticulosidad documental y el equilibro de sus juicios.
La historia y el periodismo son un juego de espejos deformantes en los que pelean posturas y visiones de mundo.
Hace miles de años, ya Heródoto advirtió que el ser humano tiende a hilvanar relatos inventados o a desfigurarlos demasiado, conforme a sus intereses particulares. Los herederos intelectuales de Bartolomé de las Casas (que consideran que los españoles fueron solo criminales que no aportaron nada) y los de Ginés de Sepúlveda (que piensan que los indígenas deberían asimilarse totalmente a la cultura occidental, y nada más) son la prueba de que esas tendencias siguen latentes no solo en los imaginarios colectivos, sino también en el corazón de los intelectuales.
Es legítimo —y en realidad deseable— que en las sociedades haya personas que se identifiquen con posturas ideológicas y políticas, y que peleen por ellas. Pero cuando esa lucha se la hace a través del periodismo, este magisterio, que debería consistir en la búsqueda de la verdad (que no en su posesión, la cual es imposible para el ser humano, limitado y falible), queda reducido a un relato interesado y distorsionador de la realidad.
Como dije, es legítimo que haya personas que sientan que deben exteriorizar sus preferencias políticas, pero para ello existen otros espacios de acción (como la política o el activismo) o incluso intelectuales y del pensamiento (como el ensayo). Pero no la historia ni el periodismo como tal.
La noticia, el reportaje, la entrevista, son géneros del oficio en los que no deberían hacerse patentes las afinidades políticas de los periodistas que los elaboran, pues al enfocarlos desde una posición militante ¿se estaría en la búsqueda de la verdad, se estaría informando con imparcialidad?
Si un periodista dice de antemano, por ejemplo, “Yo no quiero informar imparcialmente, porque lo que me interesa es favorecer a X partido o candidato o a Z estrato social”, ¿estaría ese profesional realmente informando a la ciudadanía sobre lo que acaece en el mundo (yendo tras la verdad) y, por tanto, contribuyendo a la democracia? En absoluto. Estaría armando un relato prejuicioso (y, lo que es peor, político) de los hechos, en pro de un grupo social o un partido, ambos por demás falibles y volátiles. Mejor sería que ese periodista —que, por lo que se ve, renunció a ser la conciencia crítica— se adscribiera a un partido, se convirtiera en activista o, por lo menos, trabajara desde el género del ensayo, el cual sí permite la puesta en relato de las realidades y el manifiesto posicionamiento ideológico frente a las injusticias de la vida.
Creo que la mejor actitud que puede tener un periodista es la misma que Bertrand Russell aconsejaba a los historiadores: la duda. Esto no quiere decir que su trabajo deba ser una narrativa pusilánime carente de sensibilidad, pero sí un relato lo más riguroso posible, lejano de una puesta en relato militante que pueda traicionar el rigor, que, a fin de cuentas, es lo único a lo que el paso inmisericorde del tiempo le tiene algo de respeto.