La calidad académica de las universidades
Soy un asiduo lector de la sección Puntos de Vista del prestigioso diario Los Tiempos y leo con mucho interés las opiniones vertidas por sus diferentes columnistas, respetando todas ellas aunque, obviamente, estoy de acuerdo con unas y en desacuerdo con otras.
Después de leer la columna “Opiniones de un escribidor” titulada “Universidades privadas” de fecha lunes 7 de mayo decidí escribir estas líneas, no para polemizar, pues no existe nada factual sobre qué hacerlo, sino para informar a sus lectores sobre ciertos conceptos acerca del rol de las universidades que fueron ignorados en la columna a la que hago referencia pues, como académico, considero que las opiniones sobre instituciones deberían basarse en una labor investigativa previa para evitar caer en generalizaciones infundadas y simplistas que, naturalmente, generan erróneas distorsiones en el imaginario social acerca de las instituciones de educación superior, sean privadas o públicas.
Los objetivos de las universidades a nivel mundial han evolucionado desde la fundación de las primeras, cuando fue creada la de Bolonia en el año 1088. Inicialmente, el énfasis era estrictamente profesionalizante hasta convertirse ahora en instituciones cuyos objetivos primordiales son mucho más integrales. En el siglo XXI, las universidades deben cumplir tres objetivos principales: 1) generar conocimiento mediante la investigación; 2) transmitir el conocimiento a través de la formación en pregrado y postgrado; y 3) brindar formación continua a los miembros de la comunidad a través de programas de extensión universitaria.
Adicionalmente, en lo que respecta al rol político-ideológico que han asumido las universidades latinoamericanas durante el siglo XX, debo destacar el rol de oposición de los movimientos estudiantiles de universidades públicas, que resulta como un objetivo adicional, que ha sido el dar coherencia ideológica a los movimientos que se oponían a las dictaduras y los gobiernos autocráticos. Cabe destacar que la oposición a la dictadura de Ortega en Nicaragua en estos momentos está siendo liderada por los estudiantes de la Universidad Centroamericana, institución católica privada.
En lo que respecta al rol académico de las universidades, el liderazgo deviene de la medición de la calidad de los programas académicos, bajo indicadores universalmente aceptados cuyo cumplimiento permite evaluar los niveles que tienen las instituciones para crear y transmitir conocimiento. La generación de conocimiento se mide a través de indicadores como el número y calidad de los centros de investigación, la razón del número de publicaciones en revistas indexadas internacionales por investigador, el grado y nivel académico de los docentes y los reconocimientos y premios otorgados a los proyectos de investigación. Además, existen plataformas como =============‘Webometrics’ (http://www.webometrics.info/en)=============, que procuran identificar las mejores universidades del mundo generando rankings según la visibilidad y presencia en línea, el número de documentos y el impacto de las publicaciones.
En esta misma lógica de evaluación, la calidad de los programas de pregrado y postgrado se mide con indicadores tales como: el porcentaje de materias dictadas por profesores con maestrías y doctorados, el porcentaje de materias dictadas por profesores contratados a tiempo completo, y la evaluación de docentes por parte de los estudiantes y jefes de carrera. La calidad de los estudiantes que ingresan a la universidad es medida por resultados de las pruebas de admisión y de los que se gradúan por el promedio de calificaciones.
La calidad de los modelos académicos utilizados se mide a través de las acreditaciones de carreras por organismos internacionales, como lo son el Mercosur y la SACS, y en función de los resultados laborales y académicos de sus graduados. Esto último se puede medir a través del porcentaje de graduados que son aceptados para estudios de postgrado en universidades prestigiosas internacionales, del porcentaje de graduados con ofertas de trabajo al graduarse, del desempeño de los profesionales graduados en los puestos de trabajo y del número de emprendimientos creados por los graduados de la universidad.
En referencia a los programas de postgrado, existen revistas y periódicos de carácter internacional especializados como ‘América Economía’, =============‘Business Week’============= y el =============‘Financial Times’=============, los cuales miden la calidad de los programas de postgrado y generan rankings. La extensión universitaria se mide por la cobertura y el impacto que tienen sus capacitados en las comunidades beneficiarias. En el caso específico de las universidades empresariales, se mide por el impacto en la gestión de las micro y pequeñas empresas.
Solamente usando este tipo de indicadores se puede juzgar la calidad y funcionalidad de las instituciones y ciertamente no se pueden generar falsas dicotomías entre lo público y privado o confundir el significado de una universidad sin fines de lucro con una de fines de lucro.
Si ponemos nuestra mirada sobre el mundo desarrollado, veríamos que el avance tecnológico logrado en California se debió principalmente a los resultados de los proyectos de investigación de una universidad privada, Stanford, y de una pública, la Universidad de California. Las universidades públicas Oxford y Cambridge fueron por más de un siglo las que educaron a los principales líderes de gobierno, industria y comercio en Gran Bretaña, y los graduados de universidades privadas como Harvard, Yale y Princeton jugaron el mismo rol en Estados Unidos.
Finalmente, y refiriéndome con un solo ejemplo de los muchos que podría citar respecto a los éxitos de las universidades privadas, en el último concurso del Premio Plurinacional de Ciencia y Tecnología auspiciado por el Ministerio de Educación y Culturas de Bolivia, los investigadores de la Universidad Privada Boliviana obtuvieron primeros lugares en cuatro de las siete categorías, y dos de ellos con proyectos conjuntos, en un caso con investigadores de la Universidad Mayor de San Simón y en otro con investigadores de la Universidad Mayor de San Andrés.
El autor es Ph.D. y rector de la Universidad Privada Boliviana