El síndrome de los perros de paja
Fue de esas películas que marcaron mi adolescencia. Al terminar de jugar fútbol en colegio, subíamos (aún adoloridos por patadas y caídas) hasta el cine Variedades en la zona de San Pedro. Ahí nos permitían, pese a nuestra edad, entrar y ver películas “porno” (nada que ver con lo que hoy existe) en las que se veía algunos pechos desnudos y unas pocas situaciones picarescas.
Pero “Los perros de paja” fue un film diferente. Su título original es Straw Dogs. Conocí entonces al gran Sam Peckinpah, a la bella Susan George y a Dustin Hoffman (mi actor favorito). Un matemático norteamericano viaja junto a su esposa a un pueblito en Inglaterra de donde ella era oriunda. Creen que van hacia un paraíso bucólico pero les espera el infierno.
Contratan a albañiles para reconstruir la vieja casa de la familia. Pero los trabajadores distraen al marido para que dos de ellos (un exnovio y su amigo) violen a la mujer. El marido es un tranquilo intelectual que se ve obligado a reaccionar y cuando los cinco atacantes intentan quemar la casa los va matando uno a uno.
Peckinpah nos enfrenta a la situación límite de la violencia. Obligados a reaccionar ciudadanos pacíficos terminan quemando a los perros de paja.
Y es que todos sabemos dónde comienza la violencia pero no dónde termina. Y esta se desarrolla en espiral. Tras el insulto viene el sopapo, tras este el puñete, luego el cuchillo y finalmente las armas de fuego.
Justificar que alguien insulte a otro es una reverenda estupidez, pues es como escupir arriba o tirar piedras al tejado ajeno sabiendo que el techo nuestro es de vidrio.
En resumen: si alguien dice que está bien agredir a otro y que hasta es democrático, debería prepararse para recibir la misma penalidad que proclama, pues el que da también recibe. Se lo dije a Gonzalo Sánchez de Lozada el viernes 10 de octubre, antes de que comenzara la masacre en El Alto, cuando Goni reunió a directores de medios para anunciarnos que había decidido ir a la guerra. Argüí que en la guerra mueren personas de ambos bandos y que a veces hay un ganador, a veces ninguno. Usted ya sabe los resultados.
Lo inteligente es no alimentar la confrontación. Sabido es que la oposición al no poder realizar acciones de masas que se asemejen a las del oficialismo prefiere las provocaciones de gritar, insultar, escupir y hasta buscar arrojar objetos a las autoridades. La idea es evitar que los actuales gobernantes se arrimen a las personas, temerosos de que algún provocador actúe. La oposición sabe que un Evo Morales cercano a los ciudadanos es invencible en las urnas.
Pero son pequeñas escaramuzas, la verdadera batalla vendrá en octubre del 19 donde veremos si alguien podrá vencer en las urnas a Evo y compañía. Mientras tanto mejor ver la violencia en la pantalla que en las calles o en los restaurants. Y, por supuesto, aislar a los provocadores y a quienes justifican su violencia.
El autor es periodista
Columnas de JAIME ITURRI SALMÓN